Capítulo 2: El Peso de la Culpa
Parte I: El Primer Mes del Silencio
Héctor Campos no sabía cuándo exactamente el sonido había comenzado.
Eso era lo que lo aterrorizaba más que cualquier otra cosa: la imposibilidad de pintar el momento exacto en que su casa se convirtió en algo distinto a sí misma. Porque las casas, pensaba, tenían un momento de transformación. Un punto de antes y después.
Pero con esto no.
Con esto fue gradual. Fue como si su percepción simplemente se ajustara lentamente hacia una realidad que siempre había estado presente pero que su mente se había negado a registrar.
La primera noche que realmente escuchó algo — o creía que escuchaba algo — fue un sábado, tres semanas después del crimen. Estaba acostado en la cama, al lado de su esposa Elsa, quien fingía dormir como fingía haber estado durmiendo todas las noches desde el funeral.
Eran las 3:14 AM. Héctor sabía la hora exacta porque miró el reloj en su teléfono móvil cuando escuchó el primer sonido.
Fue un golpe suave contra el piso. Luego otro. Luego un patrón de golpes que sonaba como pasos pequeños. Descalzos. Corriendo.
Pasos de niño.
Saltó de la cama. Elsa se despertó, asustada.
"¿Qué pasó?"
"Alguien está en la casa," dijo Héctor, aunque sabía que era imposible. Había cerrado todas las puertas. Había hecho revisiones de seguridad obsesivas desde que los niños Morales murieron, como si revisar puertas pudiera cambiar el hecho de que había participado en su muerte.
"¿Escuchaste algo?"
"Pasos. En el primer piso."
Bajaron juntos. Héctor llevaba un machete — el mismo tipo de machete que los hombres que él había contratado habían usado, aunque él no lo sabía, o tal vez sí lo sabía y por eso lo había elegido, como si la simetría poética del arma pudiera revertir la mecánica del universo.
No había nada.
Todas las ventanas estaban cerradas. Todas las puertas estaban trancadas desde adentro. El piso estaba vacío excepto por los muebles familiares que repentinamente le parecieron extraños, como si estuvieran en el lugar equivocado en la habitación equivocada en la casa equivocada.
"Probablemente fue un sueño," dijo Elsa, pero su voz no era convincente.
"Estaba despierto."
"Entonces probablemente fue un animal. Una rata grande. Tenemos que llamar al exterminador."
Pero ninguno de ellos lo creyó.
Esa noche, ninguno de los dos durmió. Se quedaron en la sala, con todas las luces encendidas, esperando que amaneciera. Cuando finalmente lo hizo, Héctor sintió una oleada de alivio tan intensa que tuvo que sostenerme del sofá para no colapsar.
La luz. Es solo un problema de oscuridad. Durante el día es normal.
Pero la noche siguiente, a las 3:18 AM, los pasos regresaron.
Y la noche después de esa.
Y cada noche durante la siguiente semana, siempre aproximadamente a la misma hora, siempre con el sonido inconfundible de pies descalzos de niño corriendo por su casa.
Parte II: La Casa de Lucas Rivera
Lucas Rivera experimentaba algo diferente, aunque igualmente insoportable.
El llanto.
Comenzó débil, casi inaudible, como si viniera de una habitación distante o de alguien que estaba tratando de ser silencioso. Pero el llanto tenía una cualidad particular: era el llanto de alguien que ya había luchado contra su propio dolor, que había gritado hasta que ya no le quedaba grito, y ahora solo podía hacer un sonido suave que era quizás más perturbador que cualquier alarido.
Era el llanto de Rosa Morales.
Lucas lo supo instantáneamente. No porque reconociera su voz — nunca había escuchado a Rosa llorar en vida. Pero de alguna manera, en la forma en que el sonido le atravesaba el pecho, Lucas lo sabía.
La primera noche que lo escuchó, fue a las 2:47 AM. Se levantó de la cama (Matilde ni se movió; dormía como si su cuerpo estuviera tratando de escapar de su mente) y siguió el sonido.
Lo siguió por toda la casa.
Fue a la sala, donde parecía venir de detrás de las cortinas. Nada.
Fue a la cocina, donde parecía emanar del refrigerador. Nada.
Fue al corredor, donde parecía estar en las paredes mismas.
Cada vez que se acercaba, el sonido se movía ligeramente más lejos, como si Rosa estuviera jugando un juego terrible, guiándolo por su propia casa, asegurándose de que supiera que ella estaba en todos lados y en ningún lado simultáneamente.
Eventualmente, Lucas regresó a la cama y simplemente se acostó ahí, escuchando. Tratando de no escuchar. Incapaz de hacer ninguna de las dos cosas.
Por la mañana, Matilde lo encontró con los ojos abiertos, mirando al techo, sin haber dormido.
"¿Escuchaste algo anoche?"
Lucas consideró mentir. Consideró decir que había dormido bien, que todo estaba bien, que su mente estaba en paz.
En su lugar, dijo: "Rosa está en la casa."
Matilde no respondió. Se levantó y comenzó a preparar el café como si su esposo no hubiera acabado de sugerir que uno de los muertos estaba visitando su hogar.
Parte III: La Semana Dos - La Escalada
Para la segunda semana de noviembre, el fenómeno se había intensificado de manera que no podía ser ignorada o explicada.
En la casa de Héctor Campos:
Los pasos de los niños no solo se limitaban a la noche. Comenzaron a escucharlos a las 6:00 de la tarde, justo cuando estaba oscureciendo. Y los pasos no corrían solos. Había sonidos de juego: risas infantiles que sonaban equivocadas, demasiado densas, como si múltiples voces estuvieran tratando de reír a través de la garganta de un solo niño.
Elsa comenzó a llorar en momentos aleatorios. No por tristeza, sino por miedo puro. Miedo de lo que podría pasar cuando su esposo finalmente rompiera bajo el peso de la realidad que ambos estaban experimentando.
Una noche, Héctor encontró huellas de pies mojados en el piso de la sala. Eran pequeñas. Del tamaño de los pies de un niño de ocho años, aproximadamente.
Editado: 22.12.2025