Capítulo 3: El Ritual de Contención
Parte I: La Noche Incorrecta
La luna estaba en su fase correcta.
Lidia había dicho que sería así, pero ver la luna llena subiendo sobre el horizonte de San Martín, grande y pálida y completamente visible, hizo que Héctor Campos sintiera que algo fundamental en el universo estaba desviándose de su eje.
Era una luna que no debería existir en una noche como esta. Una luna que parecía demasiado cerca, demasiado presente, como si se hubiera movido varios grados más cerca de la tierra solo para atestiguar lo que estaba a punto de suceder.
Eran las 8:47 PM cuando él y Lucas, acompañados por sus esposas (que parecían estar en trance, o tal vez simplemente habían renunciado a la resistencia), llegaron a la casa de los Morales.
La casa estaba tal como la había dejado la policía hace casi un mes: intacta pero violada, como un cadáver que hubiera sido examinado y luego dejado en su tumba improvisada sin ser cerrado apropiadamente.
Las manchas de sangre en el piso de concreto del primer piso eran visibles incluso en la penumbra de la tarde oscura.
Las tres brujas estaban esperando en el porche.
Lidia, Carmela y Chabelita tenían un aspecto diferente al que Héctor y Lucas habían visto el día anterior. No era que sus rostros hubieran cambiado, ni que su ropa fuera diferente. Era su presencia. Era como si hubieran dejado algo de sus personalidades de todos los días en sus casas y hubieran traído solo lo esencial aquí: experiencia, conocimiento, poder.
"Vengan," dijo Lidia simplemente.
Los llevó no al primer piso sino directamente al sótano.
Las escaleras de concreto bajaban a una oscuridad que parecía más densa de lo normal, como si la luz del mundo exterior se negara a seguirlos. Lidia llevaba una lámpara de aceite antigua que proyectaba sombras que se movían independientemente de cualquier fuente de luz.
El sótano era tal como lo describían en las historias que circulaban por el pueblo: más grande de lo que debería ser, con techos abovedados y paredes de ladrillo grueso. Pero lo que hizo que Héctor contuviera el aliento fue el piso.
Las manchas de sangre de Rosa y los niños Morales se extendían por el concreto como raíces oscuras, creciendo en patrones que podrían haber sido aleatorios o podrían haber sido una escritura en un lenguaje que los vivos no podían leer.
En el centro del sótano, donde las manchas parecían converger en un círculo oscuro, las brujas habían preparado un espacio.
Un círculo grande había sido dibujado en el piso usando sal. Dentro del círculo había velas negras en los puntos cardinales. En el centro, colocados en una hilera perfecta, había ocho muñecos de cera.
Cada muñeco era del tamaño aproximado de una mano humana adulta, negro como el carbón, con rasgos que habían sido grabados cuidadosamente. Ojos hundidos, bocas abiertas, cuerpos delgados y retorcidos.
"Ocho muñecos," dijo Lidia. "Uno por cada persona que participó en la muerte de la familia Morales. Los cuatro pandilleros que tomaron los machetes. Los cuatro vecinos que proporcionaron la información y la motivación."
Señaló cada uno de los muñecos:
"Este es Bryan. El líder de los pandilleros. Este es su hermano Marco. Este es Cristóbal. Este es Ángel. Estos cuatro menores," —continuó señalando— "son ustedes. Héctor. Lucas. Y las dos mujeres que ahora veremos si tienen el coraje de enfrentar lo que han hecho."
Elsa Campos miró al muñeco que representaba a su esposo. Su cara estaba completamente blanca.
Matilde Rivera comenzó a llorar en silencio.
Parte II: La Preparación del Ritual
Carmela y Chabelita comenzaron a trabajar.
Cada muñeco fue tratado con ceremonia:
Primero, cabello. Carmela había recolectado cabello de cada uno de los ocho. De Héctor y Lucas lo había obtenido de cepillos en sus casas (ella había entrado, Héctor se dio cuenta con un escalofrío, sin invitación ni permiso). Del cabello de los pandilleros era más complicado, pero aparentemente las brujas tenían amigos en las cárceles, personas que proveían lo que era necesario.
El cabello fue tejido en una pequeña trenza y luego incrustado en la cera de cada muñeco, resultando en un vello verdadero que emergía de la cera negra.
Segundo, los cuellos.
Chabelita trabajaba lentamente, deliberadamente, con una concentración que sugería que cada movimiento tenía un significado que iba mucho más allá de lo mecánico.
Alrededor del cuello de cada muñeco, ató:
Para los muñecos de los pandilleros: alambre de púas oxidado.
Para los muñecos de Héctor y Lucas: cordón rojo que parecía estar hecho de algo que no era completamente cuerda.
Para Elsa y Matilde: cadenas de plata delgadas que brillaban cuando las tocaba la luz de la lámpara.
Cada nudo fue atado tres veces, con palabras susurradas entre nudos que Héctor no podía entender.
Tercero, los ojos.
Lidia misma se encargó de esto. Tenía una caja pequeña de clavos oxidados que parecían tener siglos de antigüedad. Para cada muñeco, colocó dos clavos donde deberían estar los ojos, hundiéndolos profundamente en la cera, como si estuviera asegurando que el muñeco nunca podría ver, nunca podría escapar de su propia ceguera forzada.
Cuando colocó los clavos en el muñeco que representaba a Héctor, este última sintió una punzada en los ojos tan aguda que tuvo que parpadear para asegurarse de que aún podía ver.
Cuarto, los corazones.
Esto fue lo que verdaderamente hizo que todo cobrara sentido de una manera horrible.
Chabelita tomó alfileres largos, no alfileres normales sino alfileres que parecían hechos de metal antiguo que había sido forjado para un propósito específico. Para cada muñeco, abrió el pecho de cera (el cera fue cuidadosamente abierto, como si estuviera siendo cirugia) e insertó múltiples alfileres directamente en lo que habría sido el corazón.
Editado: 22.12.2025