Hay una luz de julio cruzando constantemente por tus ojos, y la luna deja huellas de las noches en tu espalda. No obstante, cada mañana te complaces en besar las gotas de sol que cae frente a ti, profesando a viva voz tu amor por el calor. Juegas en el día a ser feliz, te acuestas en el suelo regalando forma a las nubes, corres a favor del viento, bailas melifluos... El sonido de los árboles estremecidos danzan y abrazan tus oídos. Te sientes hecha de majestuosa porcelana, aunque en el fondo, insuficiente para otros. La luna se entristece al percibir el desprecio de sus caricias, y nostálgica destila lágrimas. A su pesar se unen las estrellas, el firmamento se oscurece y desaparecen, oyéndose sólo los turbios sollozos coronando sus cabezas. Se había enamorado de algo que jamás poseería... Se enamoró de la tierra, la cual andaba al amanecer esperando su resplandeciente amado, y descansaba al anochecer olvidándose de su admirador sutil. Como consecuencia, guardó todo el afecto bajo el sol hasta el momento que el suplicio terminara, hasta que volviera ser amada.