Él y yo éramos ocho, que cuando se acuesta se convierte en un hermoso infinito, porque brilla con los mismos colores dijiste que te gustaban en medio de una confesión, cuyas palabras usadas no recordaré por mi mala memoria. Pero aquella vez, al verlo luego de un tiempo, fue un ocho torcido. Terriblemente retorcido. No obstante, en medio de esa torcedura hallé arte, tan doloroso que pude presenciarlo, palparlo, sentirlo dentro de mí. Comprendí que por el sufrimiento logro percibir los errores que cometí, puedo distinguir tu persona desde una nueva perspectiva, siendo consciente que el amor que tienes para mí es superficial. Incluso si no lo crees, pues, somos jóvenes e inseguros. Ocho veces infinito hemos escrito en la historia del olvido. Usted lo escribió en el aire con un lápiz sin punta y ojos cerrados. Yo, lo escribí en la alfombra de mi habitación, donde las huellas de nuestros pies cantan grabadas. Su textura grita para que nosotros volvamos a caminar sobre ella en círculos, cuya actividad se ha vuelto viciosa. Ocho era nuestro número, e infinito fue nuestro deseo, y en paralelo, nuestro destino inseguro. Pero, si la vida pasaba en un abrir y cerrar de ojos, entonces la infinidad permanecía en los brazos de la irrealidad... Justo lo que estamos pisando ahora.