Selien
Oscuridad, con eso empezó todo.
En el inicio de los tiempos, solo existía el Cielo y la Tierra. Ambos se enamoraron y juraron protegerse mutuamente. Iniciaron lo que hoy se conoce como mundo. Luego se creó el Universo; los Planetas, las Estrellas, Sol y Luna.
Sol, cuyo nombre era Helia, era admirada por todos. Ella cada mañana, paseaba por todo el mundo otorgándole a los habitantes de la Tierra un poco de su luz y calor. Era radiante, con su cabello dorado y su piel morena. Los demás dioses creían que, con sus hermosos ojos cafés, bastaba para expandir todo su esplendor en cada rincón de Universo.
Luna, cuyo nombre era Selien, era temido por muchos. Esto más que nada porque muchos temían a la noche y a la oscuridad. La presencia de Selien significaba que había llegado el momento en que Helia se debía marchar. A diferencia de Helia, Selien era bastante pálido. Su apariencia inquietaba a los dioses, con su ondulado cabello negro y sus ojos azules, fríos e inexpresivos.
Lo que no sabían era que cada noche en que la Luna brillaba, era gracias al Sol. Por las noches debido a la luz de Helia, Selien podía iluminar a los mortales, lo cual les entregaba un poco de consuelo.
Las Estrellas hablaban mal de él. Decían que era odiado, a diferencia de ellas. Todos salían por las noches de sus casas a intentar contarlas y pedirles deseos. En cambio, nadie se sentaba a apreciar la Luna, era demasiado imperfecta y solitaria. A nunca nadie le importó la Luna, o al menos eso creía Selien.
El atardecer era el momento del día que más amaba la Luna. Cuando el cielo se tiñe de colores cálidos, que envuelven la belleza del Sol. El atardecer significaba para Selien soledad, aun siendo rodeado por las Estrellas, pero también significaba que podría ver a Helia descansar sin que ella se diera cuenta. No importaba que todos lo odiaran, lo único que le importaba es que podría verla a ella.
Luego de cada atardecer, Selien hacía su trabajo. Salía del Palacio de la Luna en su carro lunar y se hacía presente en las noches más oscuras para iluminar la Tierra. No lo hacía con gusto ni desagrado, después de todo, era un trabajo que le había asignado el Universo. Desde la Creación siempre había sido así, siempre se le dijo que hacer. Nunca tuvo poder de decisión.
- Tu cada noche deberás iluminar la Tierra – dijo Universo. – Te daré de compañía a las Estrellas. Juntos iluminarán mi manto, pero es importante que nunca rompas esta regla: Nunca debes hablarle a Helia.
- ¿Quién es Helia? - preguntó Selien. Aquellas fueron sus primeras palabras. Su voz sonaba débil al principio, pero luego se volvió firme, aunque nunca dejo ese tono de voz tímido y melancólico.
- Helia es el Sol – respondió Universo. – Ella será tu contraparte y ambos se encargarán de iluminar a los mortales. Ella lo hace de día y tú de noche. Tu iluminarás el mundo gracias a la luz de Helia, pero ella nunca sabrá de tu existencia.
- ¿Por qué?
- Porque así lo determino yo.
Desde ese día, Selien supo que nunca tendría una oportunidad con Helia.
En el primer día luego de la Creación, Helia se levantó y en su carro solar iluminó todo a su paso. Selien no la vio hasta después de varias horas. Durante ese tiempo, dedicó a prepararse. Estaba nervioso y fue a buscar a las Estrellas. Pero ellas estaban descansando. En cuanto Selien llegó a ellas, éstas le respondieron de mala manera.
- Anda a molestar a Universo, déjanos tranquilas – le gritó Fénix.
- Pero estoy nervioso, necesito compañía. Después de todo, para eso están ustedes – respondió Selien, un poco apenado. Esperaba que su primer día fuera un poco más amigable.
- Como si fuera divertido tener que verte la cara toda la noche… - murmuró Sirio, causando risas en las demás Estrellas.
- Déjenlo tranquilo, solo está nervioso. Dudo que ustedes no lo estén también, todos somos nuevos en esto – dijo Baham. Esto le sorprendió a Selien, ya que no esperó que una Estrella lo defendiera. Baham tenía piel y el cabello blanco, al igual que todas las de su especie.
- Gracias.
- De nada. A diferencia de mis hermanas y hermanos, soy más agradable. Vamos, vayamos a otra parte a distraernos.
En ese momento Selien formó a su primera y única amiga. Al fin tenía alguien en quien confiar. Pero eso no hacía que Helia saliera de sus pensamientos. Pasaron las horas y cada vez estaba más nervioso, quería verla. Y entonces pasó.
Inició el atardecer y Helia ya se estaba retirando a descansar. Selien sabía que ella debía de ser linda, pero nunca imaginó que ella sería la viva imagen de la perfección.
Primero, vio su silueta y con solo eso bastó para que su corazón latiera con fuerza. Su cabello era dorado y rizado, daba la impresión de que con solo uno era capaz de destruirte. Pero a él no le importaba ser destruido por ella. Su piel era morena como el trigo, no tenía una sola imperfección.
En el momento en que ella se dio la vuelta y quedo cara a cara con Selien y él miró sus ojos, aunque ella no lo podía ver, la Luna supo que nunca podría olvidar al Sol.