Atardecer en el Palacio del Sol

Capítulo 22: El Paseo

Ceres

Se suponía que el inicio del otoño traería tranquilidad a la vida de Ceres. Podría descansar y distraerse de sus preocupaciones de diosa, pero desde la otra noche en el Palacio del Sol, su mente se había puesto de cabeza.

Cada vez que cerraba los ojos, pensaba una y otra vez el recuerdo de su última conversación con Mercurio, en aquellas escaleras de mármol pulido, en la oscuridad. Recordaba la adrenalina que sintió al sentir la mano de Mercurio agarrando su brazo y también recordaba divertidamente su expresión al enterarse sobre la letalidad de la daga. Pero por sobre todo recordaba su nueva propuesta sobre el baile.

“Me preguntaba si querrías asistir conmigo”.

Solo seis palabras habían sido suficientes para mortificar a Ceres, día y noche.

¿Por qué tenía que pedirme eso? Cientos de veces trató de convencerse así misma que solo había sido un chiste de mal gusto, pero en el fondo ella sabía que no era así. La determinación en los ojos de Mercurio era para Ceres prueba suficiente. 

Ya había amanecido y Ceres seguía acostada, como acostumbraba a hacer durante su periodo de descanso. Se encontraba observando el techo de la habitación, cuando alguien llamó a su puerta.

- Señora, ¿Está despierta? — preguntó una voz conocida.

- Si, Promitor. Entra, ¿Sucede algo?

- Tiene una visita.

¿Visita?

- ¿De quién se trata?

- No lo sé, Señora. Nunca lo había visto y no quiso decirme su nombre.

- ¿Por qué le dejaste entrar? — preguntó molesta.

- No quería hacerlo, Señora. Dijo que era urgente — explicó apenado.

- ¿Dónde está ahora?

- La espera en los jardines del palacio.

Ceres tomó su bata y se envolvió en ella, ni siquiera se molestó en cepillar su cabello. Junto a Promitor, se dirigió a atender a su misteriosa visita.

Los jardines en el Palacio de la Primavera eran conocidos por su calidez y belleza durante todo el año. En varias oportunidades, tanto dioses menores como dioses mayores habían visitado a Ceres solamente para conseguir un recorrido.

- Ya te puedes ir, Promitor. Gracias por acompañarme — agradeció Ceres mientras observaba la entrada hacia los jardines.

- No es nada, Señora. Estaré cerca por si me necesita — dijo él, mientras se retiraba.

Abrió las puertas. Frente a ella, se encontraba una figura alta y encapuchada que le daba la espalda.

- ¿Me buscaba? — preguntó Ceres. Varios segundos de silencio trascurrieron entre ambos. — ¿Me escucha?

Al no obtener una respuesta, Ceres se impacientó.

- ¿Va a hablar o está aquí solo para hacerme perder el tiempo?

El extraño pareció escucharla esta vez porque se volteó hacia ella, quedando cara a cara con Ceres.

- ¿Así sueles recibir a tus invitados, querida? — preguntó Mercurio mientras se deshacía de la capucha que cubría su rostro.

Lo que me faltaba, más problemas.

- Yo no te he invitado — respondió tajantemente. — ¿Qué haces aquí?

- He venido aquí con la intención de proponerte a ir a un paseo conmigo — explicó él.

- Tú no te cansas de hacer propuestas, ¿Cierto?

- La verdad, no — confesó. — Entre más difícil la propuesta, mayor es el desafío. Además, el no saber la respuesta lo hace más emocionante.

- ¿Y por qué debería aceptar esta nueva propuesta tuya?

- Porque tú y yo tenemos asuntos pendientes por resolver.

- ¿Y si no los quiero resolver? — preguntó mientras daba un paso hacia adelante.

- Entonces, harás que asuma que eres una cobarde que huye de sus problemas en vez de enfrentarlos — respondió él imitando el gesto, acortando la distancia entre ambos. — … Querida.

¿Y quién se cree éste para venir a insultarme a mí en mi propio palacio?

- ¿Cuándo será el paseo?

- Esta tarde, antes del atardecer.

- ¿A dónde vamos?

- Será una sorpresa. Pasaré por ti en unas tres o cuatro horas.

- Estaré lista.

- Bien.

- Bien.

***

Las siguientes horas trascurrieron más rápido de lo pensado. Faltaba una hora para el atardecer cuando Ceres escuchó desde su habitación la voz de Mercurio en el recibidor del palacio.

Salió de la habitación y bajó las escaleras.

-¿Lista para irnos, querida? — preguntó Mercurio mientras le tendía el brazo.

- ¿Lista para demostrarte que no soy una cobarde? Por supuesto que sí — respondió ella.

- Entonces, no perdamos más tiempo. Vámonos.

Caminaron por el recibidor, pero no pasaron de las puertas.

- ¿Por qué te detienes? — preguntó Ceres.

- Antes de irnos debes de vendarte los ojos — respondió él mientras extendía una larga venda blanca.

- ¡Ja! Estás loco si piensas que haré eso.

- Es parte de la sorpresa — explicó. — Por favor, querida.

Tal vez fue la emoción del momento o tal vez el deseo de Ceres por salir pronto de toda la situación del paseo, pero aceptó.

- Ahora sí que estamos listos.

- Si caigo por tu culpa, te golpearé.

- Tranquila, te atraparé si lo haces.

Con la ayuda de Mercurio ambos salieron del palacio y bajaron las escaleras de la entrada.

- ¿A dónde vamos?

- Ya te dije que es una sorpresa — insistió. — Ahora, toma mi mano y agárrate fuerte.

- Viajaremos con tus zapatos raros, ¿Cierto?

Mercurio no respondió, pero Ceres ya sabía la respuesta. Sintió la conocida sensación de que el suelo a sus pies se desvanecía.

Cuando llegaron al misterioso lugar le pareció escuchar a sus pies el sonido de hojas secas quebrándose. El ambiente olía a lluvia.

- Mercurio, dime ya donde estamos.

- Como tú quieras — dijo él mientras le quitaba la venda.

Le tomó unos segundos adaptar sus ojos a la luz del sol.



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En el texto hay: mitologia griega, romance, enemiestolovers

Editado: 20.02.2024

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