Ceres
- ¿Segura de que no quieres ir a mi palacio? — preguntó Helia. — Podríamos organizar una pijamada.
Ceres y Helia habían llegado al Palacio de la Primavera luego de una larga noche de compras en el palacio de Eris.
- Estoy exhausta — se excusó Ceres. — Además, en unas horas tienes que iniciar tu viaje.
- Tienes razón — masculló Helia. — A veces, me gustaría tener mis propias vacaciones…
- Conociéndote, te aburrirías con tanto tiempo libre.
- Pero nosotros tendríamos menos carga laboral… — murmuró Sander, pensativo. Aclaró su garganta. — ¿Lo dije en voz alta?
Elden le dio un golpe con su mano libre. Ceres rio ante los quejidos del guardia malherido, y le quitó sus bolsas.
- Debo entrar — anunció ella. — Trataré de ir a visitarte mañana, ¿Está bien?
- Hasta mañana — se despidió Helia con una sonrisa radiante.
Los gemelos hicieron una pequeña reverencia y se marcharon junto a la diosa, al Palacio del Sol.
Ceres abrió las puertas de su palacio y se encontró con Promitor en el recibidor. Estaba nervioso.
- ¿Por qué esa cara? — le preguntó.
- ¡Señora Ceres! — exclamó él. — ¡Me tenía preocupado! ¡Creí que algo le había pasado!
- Estoy bien, como puedes ver — respondió ella, con los brazos extendidos. — ¿Por eso tanto nerviosismo?
- Hay algo más…
De pronto, Ceres escuchó un ruido desde el segundo piso. Una melodía. Miró a su amigo con una ceja alzada, pero él no dijo nada. En cambio, le hizo un gesto para que subiese.
La melodía provenía desde el Gran Salón. Con la ayuda de Promitor, abrió las puertas. El salón estaba oscuro, apenas iluminado con la luz de unas pocas antorchas. Más, en el fondo de la habitación, se encontraba una figura que ella bien conocía. Mercurio.
- Llegó aquí poco después de que usted se fuese — murmuró Promitor. — Insistió en quedarse hasta su regreso. Ha estado horas tocando al piano.
- Déjanos a solas.
Promitor asintió y pronto se marchó de la habitación.
Al principio, Ceres no hizo nada. Se limitó a observar a Mercurio, desde lo lejos. Él estaba inmerso en su música, parecía no haber notado que ella estaba allí. Su melodía era hermosa, lenta y delicada, cada acorde más armonioso que el anterior.
Poco a poco, se fue aproximando. Él seguía tocando la misma melodía, la cual fue acelerando su velocidad mediante iba llegando a su clímax. Cuando Ceres llegó a su lado, se percató de que él tenía los ojos cerrados, debido a la concentración.
- Hola, querida — la saludó mientras iba ralentizando la melodía, aún con los ojos cerrados.
- ¿Cómo sabías que era yo?
- Por tu perfume — respondió él, encogiéndose de hombros. — Rosas y flores silvestres.
Él siguió tocando por unos minutos más, hasta que por fin concluyó.
- Creí que no volverías — se giró hacia ella, sonriendo.
- No sabía que tocaras al piano.
- Y yo no sabía que tenías uno — respondió él, mientras pasaba una mano por su superficie. — El pobre estaba cubierto de polvo…
- No suelo venir mucho por aquí — masculló. — Además, no se tocar.
Mercurio abrió sus ojos por el asombro, luego frunció el ceño y suspiró.
- Siéntate — le ordenó.
- ¿Disculpa?
- Yo te enseñaré.
Durante un segundo, Ceres no supo que responder ante aquella propuesta. Se quedó observando a Mercurio con expresión confusa e indecisa.
- ¿Te quedarás allí parada? — preguntó él con una sonrisa divertida. — Te aseguro que no muerdo.
Ella rio y tomó asiento.
- Entonces, ¿Cómo es que una diosa tan talentosa como tú nunca aprendió a tocar el piano? — preguntó Mercurio.
- Lo intenté una vez — respondió Ceres. — Pero, no sé, creí que no era lo mío. Es por eso que preferí dedicarme yo misma a mis jardines.
- Pues hoy estás de suerte, querida mía. No es por ser narcisista, pero, tienes a tu lado al mejor pianista de todo el universo.
- ¿Y quién me asegura que eres el mejor?
- ¿Me estás desafiando?
- Solo digo que no esperes que crea que eres el mejor pianista solo por haberte escuchado tocar una sola vez.
- Tu sí que sabes cómo lastimar el ego de los demás — reconoció él. — Pero bueno, te enseñaré que tan hábil puedo llegar a ser en otra… ocasión. Hoy, te enseñaré lo básico.
Le enseñó unos cuantos acordes. A pesar de las frustraciones de Ceres, él fue sorprendentemente, bastante paciente con ella.
- Por cierto, ¿Qué hay en esas bolsas? — preguntó Mercurio.
- El vestido que usaré para el baile.
Él se giró hacia Ceres, con la mirada iluminada y una sonrisa entusiasmada.
- ¡Enséñamelo! — exclamó mientras hacía un ademán de levantarse.
Ceres lo retuvo del hombro.
- Quieto — le regañó. — No lo verás hasta la noche del baile.
- Aburrida — murmuró él.
- Solo faltan cuatro días.
Cuatro días para que Selien y Helia se conozcan y… cuatro días para dejar a Mercurio.
- ¿Pasó algo, querida? — preguntó él, preocupado. — Te ves triste.
- Yo… uhm… no es nada — se apresuró a decir. — Sigamos con la lección.
Siguieron juntos junto al piano durante horas. Ceres pidió a sus ayudantes que les trajesen unas botellas de vino y bocadillos. Al cabo de un tiempo, ambos estaban un poco pasados de copas.
- No puedo creer que me hayas estado esperando aquí durante horas — dijo Ceres, entre risas.
- Ese amigo tuyo… Prometeo. Creo que me tiene miedo o algo así — respondió él mientras le daba un sorbo a su copa. — Cuando me vio llegar, palideció y empezó a tartamudear.
- Se llama Promitor — le corrigió.
- Cierto, cierto — masculló, con una sonrisa en su rostro. — Pero bueno, ¿Ya te aprendiste la canción que te enseñé?
- Eso creo… no lo sé.
- Entonces, averigüémoslo.