Helia.
La copa cayó con gran estruendo y rodó hasta caer de la tarima. Todo su contenido se esparció sobre el suelo de mármol, generando un efecto similar al de sangre derramada. Helia podía sentir la mirada de los dioses observándola, extrañados por lo sucedido. Pero nada de eso le importaba, lo único que importaba era aquella persona que la observaba tan sorprendido como ella a él. Debía de ser él, debía de ser Selien. Pese a que nunca había visto su rostro, sus brillantes ojos azules bastaban para saber quién era.
Es Selien.
Selien apartó su mirada y luego miró el suelo, trayéndola a la realidad. Debía de recuperar su compostura, no podía dejarse llevar por la emoción del momento con todas aquellas miradas sobre ella.
- Jefes de cocina, — llamó Helia, mientras se dirigía a su mesa que estaba apartada de las demás — ya pueden servir.
Los dioses tomaron sus posiciones, los músicos cogieron sus instrumentos y pronto el salón quedó inmerso en armoniosas melodías.
Mientras el banquete era servido, Helia se limitó a observar su reflejo en la bandeja de plata vacía que se encontraba frente a ella. Estaba tan distraída, que apenas notó cuando uno de los guardias entró para limpiar el vino derramado.
La cena trascurrió sin inconvenientes. Todos estaban felices y en armonía. Júpiter, Venus, Saturno, Marte y Urano, reían a carcajadas, sus mejillas estaban cada vez más enrojecidas por lo que Helia asumió que ya estaban algo pasados de copas. Por otro lado, estaban Ceres y Mercurio, quienes habían optado por sentarse apartados de los demás. Cada vez que ella comentaba algo, él la escuchaba atentamente. La contemplaba como si la vida le fuese en ello, mas ella parecía no notarlo.
Ay, Ceres…
Por último, estaba la mesa de los Dioses Menores. Aún desde la distancia, Helia podía escuchar sus risas. Pese a que no sabía de qué estaban hablando, le dio gusto y tranquilidad el hecho de que Selien se había integrado al grupo sin levantar sospechas. Sin embargo, esa tranquilidad abandonaba su cuerpo cada vez que sus miradas se cruzaban. Era inevitable. Había veces en que él la atrapaba observándolo y viceversa. Helia no sabía cuánto tiempo más podría estar así. Necesitaba desquitar su nerviosismo en algo.
Se incorporó súbitamente, llamando la atención de algunos dioses. Sin decir palabra alguna, se dirigió hacia el sector de los músicos y cogió su harpa, la cual nadie había atrevido a tocar. La noche anterior, la había dejado estratégicamente por si llegaba a necesitarla. No había preparado nada, por lo que tuvo que improvisar. Cerró sus ojos, suspiró, y dejó que sus manos divagasen por las cuerdas del instrumento. Los músicos siguieron el ritmo.
Pasado un tiempo, Helia aprovechó de relajarse y poner su mente en blanco. Casi podía sentir como las notas musicales viajaban de su mente a sus manos y de sus manos a la habitación. Su música era ligera como una pluma y efímera como un suspiro. De pronto, sintió a lo lejos el sonido de alguien incorporándose de su asiento. Abrió sus ojos.
Desde la mesa de Ceres y Mercurio, el dios se incorporó y extendió su mano a la diosa de la Primavera. Pronto, la música del harpa y demás instrumentos no era lo suficientemente fuerte para acallar los murmullos que se oían por todo el salón. Los labios de Mercurio articularon lo que parecía una invitación y Ceres lo miró con los ojos muy abiertos. Pasaron unos segundos de tensión hasta que finalmente ella aceptó. Rodearon su mesa y se dirigieron a la pista de baile, la tomó de la cintura y unieron sus manos para iniciar una danza al compás de la música. Pasados unos minutos, Haumea y Make-make se unieron a la pareja. Así mismo sucedió con Venus y Júpiter, Saturno y Marte, incluso Eris se unió a Plutón. Algunos guardias y ayudantes también se unieron a la danza. Pronto, todos bailaban al ritmo de la música de Helia.
Todo iba perfecto hasta que sintió como alguien se aproximaba lentamente hacia ella, y su nerviosismo volvió. Ella se limitó a centrar su mirada en el instrumento.
- Señora Helia — habló Selien con formalidad fingida. — Soy un representante de nuestro señor Universo. Lamento molestarla en este momento, pero necesito hablar con usted… en privado.
Helia seguía tocando el harpa. Había escuchado cada una de sus palabras, sin embargo, no se atrevía a mirarlo a la cara. Guardó silencio, pensando en qué hacer. Todos estaban demasiado distraídos, podría escabullirse por unos minutos.
- ¿Helia? — susurró Selien, al ver que no respondía.
Rápidamente, ella se volteó hacia uno de los músicos y le dijo que siguiera con el harpa. Nadie se daría cuenta del cambio, o al menos eso esperaba. Luego se volteó hacia Selien.
- Ven conmigo.
Ágilmente, lograron escabullirse del salón. Una vez fuera, Helia cerró las puertas y buscó con la mirada a los gemelos. Afortunadamente, no estaban lejos. Captó sus miradas y articuló: ustedes, vengan, rápido. Ambos la miraron confusos, pero comprendieron el mensaje.
- ¿Qué haces? — preguntó Selien, a su lado. La pregunta la sobresaltó, había olvidado que estaba allí.
- Tomo precauciones — se limitó a responder.
Cuando los gemelos llegaron, Helia les dio una nueva orden: debían de custodiar las puertas del Gran Salón. Cuando se aseguró que todo marchaba bien, se volteó hacia Selien.
- Vamos.
Sin dar objeciones, la siguió. Subieron el tramo que quedaba de escaleras y se dirigieron a la biblioteca.
Una vez dentro, Helia cerró las puertas y suspiró. Luego, se dispuso a encender un par de antorchas para iluminar la habitación, aunque no era necesario puesto que ella misma irradiaba un tenue esplendor. Cuando finalizó, se volteó y apoyó su espalda ligeramente en una de las repisas.
- Entonces… — se dirigió a Selien, quien la observaba atentamente. — Eres realmente tú, Selien, el dios de la Luna.