Atardecer en el Palacio del Sol

Capítulo 39: La daga

Ceres.

- Debemos de ir con él — habló Helia, tiempo después de que Universo se llevase a Selien y Baham. Los dioses presentes, incluyendo Ceres, la observaron como si hubiese perdido el juicio. — Ahora.

- No irás a ninguna parte — Ceres la agarró del brazo.

- ¡Déjame ir!

- ¡No lo haré!

Pese a su determinación en no dejarla ir, Helia se soltó de su agarre. La diosa consiguió huir del Gran Salón, y por poco llega hacia las puertas del palacio, sin embargo, Ceres logró alcanzarla justo a tiempo.

- Debes de pensar con la cabeza fría — habló con el aliento entrecortado mientras Helia seguía forcejeando. — No conseguiremos nada si nos enfrentamos a Universo con los nervios a flor de piel…

El forcejeo llegó a su fin cuando sus miradas se encontraron, y la frustración de Helia fue reemplazada por el miedo. Se abrazaron mientras Ceres la contenía, ignorando los murmullos provenientes del Gran Salón.

- ¿Qué fue todo esto?

- ¿Qué acaba de ocurrir?

- ¿Ese es… quien yo creo que es?

Ceres respiró hondo, deseando que todos simplemente desapareciesen, deseando que todo fuese un sueño. Lo que menos necesitaban era perder el tiempo respondiendo preguntas cuya respuesta era obvia. Helia pareció tener la misma opinión. Se separó de Ceres y juntas volvieron al salón.

- Helia, — primero habló Haumea, casi en un susurro — ¿Qué está sucediendo?

- ¿Qué es lo que quieren oír?

- La verdad — intervino Marte.

- Entonces la tendrán — respondió, asintiendo. Suspiró. — Lo que presenciaron no es más que una injusticia… El hombre el cual Universo se acaba de llevar es Selien, el dios de la Luna.

En cuanto Helia pronunció su nombre, murmullos invadieron la habitación.

- ¿Cómo llegó ese monstruo hasta aquí? — exclamó Venus. — ¿Qué quería?

- No es ningún monstruo — intervino Ceres.

- Él no tenía malas intenciones…

- Ya lo creo — ironizó la diosa de la Discordia.

- Cállate, Eris — advirtió Ceres.

- Todo esto es mi culpa — siguió Helia. — Lo siento si los arrastré a esto, jamás fue mi intención. Pero deben ayudarme, ayudarlo a él. No sabemos lo que podría causar su ausencia en el equilibrio del Universo y…

De pronto, un gran estruendo se escuchó desde la biblioteca y Ceres sintió una presión contra su pecho. Culpa. El sonido llamó la atención de los presentes, quienes fueron a ver a qué se debía. Ella no se quedó atrás.

Desde la entrada del Gran Salón, los dioses observaron cómo una de las puertas de la biblioteca había sido tirada abajo, probablemente a patadas. Desde su interior se asomó Mercurio, en cuyo rostro no se avistaba emoción alguna; toda energía, toda calidez, se había ido.

Lo recorrió de pies a cabeza. Sus ojos estaban rojos y humedecidos, sin mencionar la inminente aparición de ojeras. Estaba pálido. Tenso.

Caminó hacia las escaleras con una evidente cojera, lo que atrajo la atención de Ceres hacia su pierna, donde su corbata seguía haciendo de torniquete sobre la herida que le había causado la daga.

La daga…

La herida no debería de estar sangrando tanto… y él no debería de estar en pie, debería de haber quedado inmovilizado en el momento en que la daga lo hirió…

De cualquier forma, Mercurio logró bajar, y Ceres huyó al salón.

- ¿Mercurio? — oyó hablar a Marte. — ¿Estás bien?

- ¿Qué le pasó a tu pierna?

- Estoy bien — se limitó a responder. — ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué fueron todos esos gritos?

***

Helia reunió a los dioses. Terminó de explicarles, con lujo de detalles, todo lo sucedido; quién era realmente Selien, el plan… La escucharon atentamente, sin interrumpirla. Sin embargo, cuando les pidió ayuda nuevamente, algunos de ellos se negaron y abandonaron la habitación.

Los primeros en irse fueron Júpiter y Venus, seguidos por Saturno y Urano, y finalmente Marte… y Mercurio. Ceres trató de no sentirse herida ante la decisión de este último, era de esperarse, se dijo a sí misma, pero el dolor llegó de todas maneras.

- Necesitaremos un plan — habló Make-make.

- Y toda la ayuda posible — comentó Neptuno, que, para sorpresa de Ceres y del resto, se había quedado. — Hablaré con los demás para que reconsideren su decisión.

- ¿Qué te hace creer que te escucharán, querida? — intervino Eris, quién había insistido que no escogería bando alguno, sino que se mantendría imparcial. Ceres se estremeció al escuchar cómo llamó a Neptuno, y Eris pareció notarlo. — ¿Por qué elegirían unirse a Helia y no a Universo?

- Porque, muy en el fondo, saben que es lo correcto — respondió. — Marte es inteligente y Urano es justa, Saturno puede llegar a ser un cobarde, pero es bueno. No será complicado convencerlos, sin embargo, no perderé el tiempo ni Júpiter, ni Venus, ni Mercurio. Son demasiado allegados a Universo como para intentarlo.

- Qué pena… — habló Eris nuevamente con aire sarcástico. Miró a Ceres directo a los ojos. — Podrían dejarle eso a Ceres. Se le da muy bien relacionarse con este último… Después de todo, lo tiene comiendo de la palma de su mano… o tenía, mejor dicho…

Antes de que pudiese hacer algo de que arrepentirse, Helia la tomó de un brazo y Haumea del otro.

- Si no vas a aportar, Eris, — habló Helia mientras intentaba contener a Ceres — será mejor que te marches.

La diosa de la Discordia sonrió ante lo que había causado, y Ceres nunca deseó tanto tener algo contundente a la mano para borrarle aquella sonrisa como en ese momento.

- De todos modos, ya me iba — se encogió de hombros mientras recogía sus pertenencias. — Pero no seré la única, — se giró hacia Helia por última vez — ya va a amanecer.

***

- No sé si podré hacerlo — habló Helia, rompiendo el silencio una vez llegaron a los establos.



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En el texto hay: mitologia griega, romance, enemiestolovers

Editado: 20.02.2024

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