Nunca sentí empatia por esas mujeres –en películas y series– que estaban en una relación que no las llenaban, que tenían sexo con su pareja más por costumbre que por amor, porque creía que era fácil apartarse de alguien que no te quiere o no te complementa. Pero, no, no es sencillo. Muchas veces una piensa, y piensa, y no actúa, ¿sabes?
¿De verdad quiero esto?, me pregunté.
¡Claro, que sí!, respondió esa tonta vocecita; la que me quería enterrar en tu mentira.
Pero me vi ahí, a mitad del sexo que acordamos una vez a la semana, en la noche y a oscuras, porque ya no sentía atracción por ti, y tú seguro estabas pensando en otra. No te culpo, yo pecaba de lo mismo.
Y mientras más lo pienso, más me doy cuenta de que día tras días me obligué a creer que era feliz contigo. Tus amigos me caían bien, tus padres eran una maravilla conmigo.
Pero...
¿Por qué tú y yo no nos llevábamos bien?
Eres simpático, inteligente, un muchacho que no se mete en problemas. O sea, ¿qué estaba pasando?
Ah, claro, lo olvidé. Qué tonta soy.
Yo soy tóxica, por eso nuestra relación empezó a decaer; por eso comencé a odiarte y a odiarme.
Claro, yo soy tóxica, porque la gente tóxica es aquella que no permite que la pisoteen o manipulen. Aquella que pide el respeto y la atención que desde un inicio les fueron negados.
Fui tóxica, pero no por mis malas acciones, sino por no quererme ni un poco.
¿Y sabes qué? Ante todo lo malo que vivimos, te doy las gracias por lo miserable que me hiciste, pues hoy me doy cuenta de que valgo más de lo que hubiera pensado.
Gracias.
Gracias por hacerme abrir los ojos y ver todas las banderas rojas.
Gracias por demostrarme que muchas veces el coqueteo y las muestras de afecto dependen de un hilo si no eres capaz de poner límites.
Gracias por demostrarme que no hay mejor manera de escapar de los problemas que apagar el teléfono y minimizar los sentimientos de la otra persona.
Gracias por demostrarme que detrás de cada broma –insulto– había una pizca de odio por ti que descargabas sobre mí.
Gracias por demostrarme que un clavo no saca otro clavo, porque sé que ambos pecamos de lo mismo.
Gracias por demostrarme que el amor no es unilateral y que no se deben aceptar migajas.
De verdad, gracias.