Athrathrao

III. Visita.

Héctor intenta establecer una cordial conversación con Mara Beltrán, madre de Alex, quien preocupada solo atina a responder sí y no ante las interrogantes del detective. La curiosidad de Héctor era cada vez más persistente, algo no le cuadraba en los relatos de la anciana y la actitud de aquel joven tampoco. “Algo más sucede aquí” se dijo sonriendo de oreja a oreja extasiado por poner a prueba sus habilidades de deducción. Entregó su tarjeta de presentación a Mara  e indicándole que no dude en llamarlo, se alejó hacia el automóvil donde su compañero lo esperaba.

-Esto solo es cosa de una anciana senil. –dijo este quitándole la importancia al caso.

-Puede que estés en lo correcto, como puede que no. – respondió Héctor sin quitar la vista de la calle.

-Vamos. Lo más probable es que el cadáver sea de su esposo, un anciano igual a ella. Y solo este alucinando.

-¿Su esposo? ¿Cómo llegaste a esa conjetura?

-Por las características del cuerpo. Tú lo viste ¿No? Piel arrugada y flácida. Como si se tratara de un anciano decrepito, como esos de los hogares.

-Claro.

-No te veo convencido. Bueno, jóvenes como tú siempre intentan llevarle la contra a adultos como yo.- respondió riendo, haciendo alusión a la rebeldía adolescente.

Héctor guardó silencio el resto del trayecto, no mencionando las ideas propias de un detective que circulaban por su mente, en ellas miles de hipótesis que debía corroborar antes de mencionar cualquier información. Sin embargo, las palabras de aquel hombre mayor, detective de bastantes años, lo dejaban indefenso. Pensaba en que quizás tenía razón, luego pensaba en los muchos casos que fueron resueltos a primeras por ideas tan simples como la mencionada, y sin encontrarle una explicación coherente a sus pensamientos deductivos, respiro profundo suspirando como pidiendo un deseo.

-Tranquilo, amigo.- dijo su compañero al volante.- Esto se resolverá rápido. Hemos llegado.- añadió estacionándose en el centro de investigación criminal.

Héctor tomó una pequeña libreta que llevaba en su bolsillo donde antes había anotado las cosas que le llamaban la atención y con letras grandes escribió: “Julio 28; cadáver en su cama.” Encerrándolo en múltiples círculos trazados con presión.

Alex había avanzado unas cuantas calles a toda velocidad, sin mirar atrás pedaleaba desesperado, en su mente una imagen se repetía sin cesar, el momento exacto en que el brazo de John se dejó ver a la multitud. Pensaba en sí era su amigo, pensaba en que no lo era, ese vaivén de emociones lo desconcentraron y conectado a lo resbaloso de la calle producto de las lluvias, cayó estrepitosamente, dando una voltereta en el suelo. ¿Cómo era posible que un experto en bicicrós pudiera haberse caído en tal magnitud en una pista lisa y sin obstáculos? No lograba entenderlo, tendido en el suelo, sosteniendo su brazo rasgado por las piedras del camino. Se levantó con dificultad, sintió un dolor agudo en la rodilla y no pudo evitar recordar a su madre diciéndole “usa rodillera y no te olvides del casco”, en ese instante los había olvidado.

-¡Rayos!- exclamó observando que tanto su brazo como su pierna sangraban estrepitosamente.

Miró en dirección hacia su bicicleta y constató que estaba estropeada. Rueda ya no tenía la circunferencia circular propia de una rueda, sino que más bien parecía cualquier cosa menos un círculo. Se acercó cojeando, la levantó y con extra de esfuerzo la llevó dejándola tirada a un costado de la calle.

-Esta ya no me sirve.- se dijo.- Caminaré.

La noche ya había llegado, las luces de los automóviles y la lluvia incesante impedía la visibilidad. Caminar en esas condiciones climatológicas a orillas de la calle era un peligro inminente. Sabía que a los ojos de los conductores su silueta solo se vería cuando el automóvil estuviera relativamente cerca, y solo podrían esquivarlo los más adiestrados conductores. Decidió tomar un atajo, internándose entre los árboles, hasta que por fin dio con las luces de la casa de Sara, su amiga de la infancia.

A duras penas atravesó el jardín, llegando a la puerta principal. Tocó el timbre y esperó impaciente que alguien abriera. Para su suerte, fue la misma Sara quien lo recibió. Sorprendida lo tomó del brazo haciéndolo ingresar al interior de su residencia.

-Alex. ¿Qué sucedió?- gritó asustada al verlo sangrando.

-Sara, es John. No sé qué está pasando.- respondió Alex confundido y agobiado.

-¿John? ¿De qué hablas? Mirate estas sangrando.

-John ha muerto, o eso creo.

-Alex, reacciona. Calmate. Ven tenemos que ver esas heridas.

-Sara, escuchame. John está muerto.

Sara lo miró asustada, los ojos de Alex estaban desorbitados, coléricos, asustados. Comprendió que algo en sus palabras era verdad, pero aún, incrédula solo pensaba en las heridas de su amigo. Lo tomó de la mano y lo arrastró al baño, allí con tono autoritario exigió que se quitara los ropajes para limpiar y vendar las heridas. Alex guardó silencio, efectivamente estaba en un estado de shock y adrenalina que le habían hecho no percatarse de sus heridas, cuando cayó en la cuenta de que se encontraba malherido, sintió el punzar doloroso de su piel rasgada y llena de piedrecillas.

-Siéntate allí.- indicó Sara señalando el borde de la tina. –Y toma esto. –añadió entregándole una toalla limpia. Alex miró la toalla no comprendiendo a lo que ella menciona.- Es para que la muerdas, imbécil. –Alex llevó la toalla a la boca, aun dudoso de su uso, cuando las palabras de Sara le indicaron que se preparara. –Esto dolerá.

Sara tomó las pinzas, las desinfectó en alcohol, y colocó un poco sobre la herida de la rodilla. Alex se retorció de dolor, gimiendo y bramando mientras mordía con fuerzas la toalla. Con las pinzas en la mano, Sara se dispuso a sacar una a una las piedrecillas, concentrada en evitar el contacto con la piel y lastimar más a Alex. Una vez terminado de extraer todo elemento extraño, limpió minuciosamente la herida y coloco cintas para unir las partes separadas y expuestas. La cortada era bastante amplia, y ella no estaba segura de que aquello funcionara, efectivamente requería puntos.




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