Río Negro es un pueblo relativamente tranquilo, sus calles son silenciosas y amigables, al igual que su población. Con el paso de los años, se convirtió en un lugar de descanso, sin embargo como en toda ciudad, siempre es posible encontrar maldad, ya que esta nunca deja de existir. A pesar de ello, la ciudad vive en paz, sin grandes tasas de delitos, como en las grandes ciudades. La población de este pueblo no supera los 50.000 habitantes, lo que la convierte en un “pueblo chico, infierno grande” como dice el dicho. Gracias a aquello, es fácil identificar cuando algo extraño esta por suceder. La rutina es simple, la vida es simple, y algo que pueda alterar aquella rutina es identificado inmediatamente.
Pedro, un anciano de 80 años, observaba como de costumbre sentado en las afueras de su casa, cuando algo llamo su atención. Puso los ojos sobre aquel vehículo que se acercaba a la distancia, y sin quitarle la vista de encima, lo siguió con la mirada hasta que se perdió de vista.
-¿Y eso?- dijo intentando responderse a sí mismo.
Cerca de donde se encontraba, unos jóvenes se ocultaban tras unos matorrales luego de hacer la “cimarra” discutiendo sobre cuál sería el paso a seguir para aprovechar el hermoso día sin asistir a la escuela, cuando lo vieron pasar.
-¡Oye! ¿Lo viste?- dijo uno de ellos, golpeando a su compañero de aventuras en la espalda.
-¿Qué cosa?
-Eso que acaba de pasar.
-Estoy más preocupado de esconderme del Señor Samuels. ¿Acaso quieres que nos atrapen?
-Es que era horrible. Me imagino cómo será el conductor.
-¿De qué hablas?
-De la casa rodante que acaba de pasar.
-Como si nunca vieras casas rodantes. Bah´ si que eres un idiota.
-¿A quién llamas idiota?- respondió golpeándolo, olvidando lo que había visto.
El tiempo paso y tanto el anciano, como el jovencito olvidaron los sucedido. Pero cuando aquella noticia comenzó a circular de boca en boca, ninguno de los dos pudo evitar pensar en la extraña casa rodante que habían visto. Y así sucedió con todos aquellos que se la cruzaron en el camino.
Por las tranquilas calles de la ciudad, transitaba una extraña casa rodante. Se notaba a simple vista que era un hibrido, producto de muchas refracciones y partes de automóviles, una especie de Frankenstein de autos. El óxido cubría gran parte de la cubierta y el desgaste le daba un aire de vehículo terrorífico, similar al camión usado por Creeper en la película Jeeper Creepers. Su solo paso causaba escalofríos en quienes tuvieron la dicha o desdicha (dependiendo de cómo lo vean) de verlo transitar, todos completamente asombrados por la monstruosidad con ruedas.
La casa rodante, avanzó a una velocidad prudente hasta llegar al extremo de la ciudad donde un gran bosque frondoso se habría paso. Recorrió los caminos interiores hasta que dio con el lugar que buscaba, deteniéndose frente a un gran portón de rejas oxidadas con un enorme cartel que indicaba “Prohibido el Ingreso”.
Del vehículo bajó un extraño sujeto de avanzada edad. Alto y delgado, su piel era oscura, flácida y arrugada, los pliegues le cubrían gran parte del cuerpo, como si no le perteneciera. Sus ojos oscuros dejaban mucho a la imaginación, una mirada llena de odio y deseo de sangre. Caminó encorvado, llevando en sus manos un gran alicate, oxidado y viejo. Se acercó al portón y pacientemente cortó las cadenas que lo mantenían cerrado, dejándolas caer al suelo. El golpe seco de estas provocó un chirrido que alertó a las aves, quienes salieron volando a toda prisa del lugar.
Abrió los portones de par en par, dejándolas así mientras volvía al vehículo. Ingreso a una velocidad prudente, esquivando las imperfecciones del camino. A lo lejos divisó un edificio, que en una época antigua se destacaba por su singular arquitectura y majestuosidad y que hoy solo era escombros llenos de grafitis de jóvenes intentos de artistas. Observó el paisaje unos minutos, encontrando el lugar perfecto para asentar su vivienda. Se introdujo lentamente en el bosque, cuidando no golpear algún árbol hasta llegar al lugar adecuado. Una vez allí, ancló el vehículo y se dispuso a dormir.
Aquel lugar era el ideal para esconder sus reales objetivos. Estaba completamente abandonado, a pesar de ello, era visitado por jóvenes curiosos en busca de aventuras. En una época antigua, había servido para albergar a muchos jóvenes, que producto de sus desórdenes mentales habían sido etiquetados como peligros para la sociedad, realizándose extraños procedimientos de tratamiento que lo llevaron al cierre total de las instalaciones. Un lugar con una aura tan maligna que invitaba a sacar los deseos más oscuros de quienes pisaban pie en aquel terreno.
Muchas de las denuncias de desapariciones terminaban en aquella zona, principalmente de jóvenes que en busca de sensaciones de euforia se atrevían a introducirse en su interior terminando muertos. La ciudad debió recurrir a la iglesia en busca de contención que allí se desataba y cada 6 meses un sacerdote profesionalmente capacitado se encargaba de bendecir y contener los males. Cerrando el lugar y anunciando que estaba prohibido su ingreso. Con el paso del tiempo, el edificio se mantuvo en paz, hasta que alguien hozó cortar las cadenas que bloqueaban el ingreso.
Habían pasado alrededor de 2 días desde que don Pedro había visto pasar la monstruosidad, su edad avanzada y dificultades de memoria le habían jugado, en reiteradas ocasiones muchas travesuras, sin embargo ese día recordó lo visto y no dudó en mencionarlo esa noche en la cena.
-Abuelo. Cuéntanos tu reporte de hoy.- dijo Josian incentivando a que el anciano relate lo visto.
-No creo haber visto nada extraño hoy.- respondió este con voz pausada.
-Como todos los días.- añadió la madre de Josian.
-Oh. Lamentable, esperaba que vieras a alguna estrella de cine o algo así.-indicó Josian riendo.