Atlantis: Guerra del Imperio Perdido.

2

Baje del ascensor en el piso 29 y caminé por un pasillo que ya conocía muy bien hasta la habitación 2907.

Toqué la puerta levemente para avisar que entraría y abrí la puerta.

—Lexie, ya llegue... — anuncié desde la pequeña recepción del cuarto y pasé la puerta de cristal corrediza encontrándome con una enfermera cambiándole las intravenosas.

—Ya era hora, se me figuraba que no vendrías — rio.

—Se me hizo un poco tarde, las cosas se me desfasaron desde la mañana — solté un suspiro cansado y me dejé caer en el sillón doble al lado de su cama.

—¿Llegaste tarde?

—Y tenía examen, todo por un idiota que quería hacerse el héroe — dije omitiendo una parte de las cosas — quería darle las gracias y terminé perdiendo mi tiempo — rodé los ojos.

—Extraño eso ¿sabes?

La miré con una pequeña sonrisa nostálgica.

—Yo también extraño verte por los pasillos, eres la única a la que soporto.

La escuche reír y después vi que hizo una mueca. La enfermera se alejó indicando que había terminado su trabajo.

—Volveré en la noche a cambiarte el suero. No vuelvas a  intentar quitártela — le dió una mirada de regaño y tomando sus cosas salió.

—¿Lexie? — vi que tenía la mirada baja.

—Ni me regañes Anastasia, sabes que ya estoy harta de todo esto. Llevo años así y a veces me levanto en la mañana y pienso en quitarme y dejarlo todo — alzo la vista y me miro. Tenía los ojos lloros y creo estar igual —. El dolor es tan insoportable por las noches — deja caer la primera lagrima — pero te recuerdo a ti, a Florian, a mis padres... e intento seguir aquí por ustedes.

Definitivamente tenía los ojos a punto de desbordarse. Me dolía verla así, si ella sufría yo también lo hacía.

A Lexie le detectaron leucemia hace dos años. Inicialmente era media y a este punto ya es terminal, es imposible que ella se cure de esto. Toma cada quimioterapia y aún así jamás se vio mejora.

Se que los doctores le ofrecieron hacerle la eutanasia, pero también se que la ha rechazado miles de veces por su familia, Florian y por mi. Él le ha dicho innumerables veces que respeta su decisión, al igual sus padres... pero yo soy demasiado egoísta como para dejar ir a la única persona que realmente me importa.

Me enderecé sobre el sillón y quedé volteada completamente hacia ella.

—No sabes lo que daría por estar yo en tu lugar — hable con voz entrecortada y las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas al igual que las de ella —. Odio verte así, ya fue demasiada tu tortura en este mundo por ese estúpido cáncer.

Sentí como se hundió el sillón y después como si alguien me tocara el hombro.

Giré levemente la vista hacia mi hombre derecho y vi una mano posada ahí. Me levanté rápidamente soltando un pequeño gritito.

—¿Qué mierda...? — la pregunta de quedo en el aire al ver al chico del metro sentado al lado de donde estaba yo anteriormente —. ¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Me estás siguiendo?!
 

—¿Realmente quieres saber eso? — habló divertido y se recargó en el respaldo.

—¡Esto es acoso! ¡Me sigues en el metro, sabes que pendientes tenía hoy en la facultad, te sabes mi nombre y yo ni siquiera te lo he dicho! ¡Te regresaste a pelear con el señor del metro que estaba detrás de mi y ahora estás aquí!. ¡En el cuarto de mi mejor amiga! ¿Cómo entraste? — termine con claro tono de enfado.

—Vaya que si tienes buenos pulmones — rió —. Sabes, también serías buena rapera.

—Contéstame antes de que llame a seguridad — caminé hasta la mesita del cuarto y tomé el teléfono de la habitación.

Vi como se levantó y me rodeo para quitármelo.

—No, no, no, no. No hagas eso — se apresuró a decir tomando mis manos entre las suyas para tomar el aparato.

—¡Entonces largo de aquí! — intente verlo bajo la capucha de su sudadera y se alejó.

—¡No puedo! — me gritó devuelta —. ¡Deberías de estar agradecida de que estuviera aquí y me mandaran seguirte! ¡Te evité dos acosos y una caída en el metro!

—¡Yo no te lo pedí! ¿Se podría saber quien te mandó seguirme?

—¡No puedo decirte! no aún.

—¡Contéstame!

—Sabes, deberías de dejar de gritarle tanto a la nada, te van a terminar encerrando en un psiquiatra y eso es lo último que necesito — dijo a una voz más serena.

—¿Cómo que a la nada? Te estoy hablando a ti pedazo de... — me interrumpió una segunda voz.

—Anastasia ¿con quién hablas? — volteé a ver a mi mejor amiga y la vi sorprendida y medio en shock.

—¿Acaso no lo ves? — señalé al tipo a mi lado.

—No hay nadie ahí... sabes, creo que deberías descansar. Tus sueños locos, siempre estás a prisas y la presión del trabajo te está afectando un poquito — hizo la señal con los dedos.

Volteé a ver una vez más al chico y volví hacia mi amiga.

—¿Estas segura?

Asintió.

—Ves lo que te digo, deberías de dejar de gritarle a la nada.

—Cierra la boca — le di una mala mirada al intruso y volví a ver a Lexie —. Tienes razón, fueron demasiadas cosas por hoy, debería irme a descansar. Tengo que alcanzar a mi padre en la estación — comenté en voz baja.

Me giré al sillón para tomar mis cosas pero no las vi, no estaban donde las había dejado, no se veían por ningún lado de la habitación y el chicho del metro había desaparecido.

—¿Viste eso?

—¿El qué?

—Mis cosas no están y tú viste que las deje ahí — señale el asiento.

Frunció el ceño y después vi como abrió los ojos grandes cayendo en cuenta de ese detalle.

—Mierda...  — me dió una mirada rápida.

Me despedí de ella extrañada aún y sin mis cosas salí de la habitación.

Genial, ahora no tenía ni mi celular y tampoco la tarjeta para entrar al metro. Tendré que caminar a casa.

Solté un suspiro de cansancio al pensar en lo largo que era el camino.

Llevaba 40 minutos de caminata cuando el sonido de un trueno me distrajo. Levanté la vista y estaba por comenzar una gran tormenta. Me faltaban unas calles para llegar, tenía que apurarme.




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