Atlas

Índice

01. Sabor agridulce

Y ella se sujetaba de su cuello, en puntas de pie, y disfrutaba del aroma a colonia y del sabor a vino de cereza. Y nada ni nadie podía interrumpir su felicidad ni las descargas eléctricas que recorrían sus cuerpos cada vez que se tocaban.

02. Luces de neón

El hombre del cigarro ya no siente la necesidad de llenar sus pulmones de humo, mientras que el hombre de la escalera aguarda pacientemente las palabras que, sabe, oirá tarde o temprano.

03. Los hijos del Océano

Lloré por el Océano, magnánimo y glorioso un día, y ahora tan solo y desesperado. Lloré por la pérdida de la pureza característica de los tiernos niños. Lloré por el olvido de nuestras raíces. Lloré porque mi memoria era también como la de un mero grano de arena: inservible, inútil, incapaz de enfrentarse a las masas históricamente ignorantes.

04. A su imagen y semejanza

Con el corazón convertido en piedra y alivio sobre sus hombros, simplemente la tocó. Y la pequeña y translúcida doncella comprendió su cristalización. No podía perdonarla, tampoco podía matarla. Y aunque ello condenara su alma eternamente, necesitó vengarse de su hija.

05. La sabiduría del eremita

Alcé el diario, polvoriento y antiguo, y lo abrí en la primera página. Una simple frase se leía en letra negra manuscrita: «aquí yace el conocimiento de un viejo y solitario eremita».

06. Tu niño

Creías que eras fuerte, ¿verdad? Conseguiste todo lo que siempre quisiste, hasta que te arrebataron lo que más amabas. Y no pudiste encontrar al culpable en ninguna parte para señalarlo y escupir sobre él toda la mierda acumulándose adentro tuyo. No pudiste deshacerte de ella, y poco a poco te fue pudriendo, contaminando, envenenando.

07. Queridas voces

Jamás supe perdonarme aquel terrible atrevimiento. Debí haber guardado silencio, permanecer inmóvil, como cuando el monstruo vino a por mí. Dejar de pestañear, no silbar al respirar. Mas las voces ya tenían rostros, y todas eran idénticas a mí.

08. Cuando cerraba los ojos

No hay certeza alguna. Y la certeza de su mera existencia no le bastaba. Se veía a sí misma flotando sobre una absoluta transparencia, sus manos vacías, el cuerpo inerme. Nada a lo que asirse. La desesperaba. La aterraba. Si caía, ¿cómo levantarse?

09. Mayo del '77

Entonces, un disparo a mis espaldas resuena en mis tímpanos y me congelo de improviso. Trago saliva y el corazón está por perforarme el pecho. No me atrevo a darme la vuelta; porque sé lo que hay, conozco el par de ojos que voy a encontrar.

10. ¿Feliz navidad?

No soportaba que ojos ajenos se posaran sobre su piel curtida y desviaran la mirada.



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En el texto hay: naturaleza, reflexiones, humanidad

Editado: 18.01.2019

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