Atormentado deseo

Prefacio

Un imbécil. Sí, un absoluto y completo imbécil. ¿Cómo era posible que no pudiera controlarse? ¿Cómo mierdas fue que se comportó como un maldito adolescente? ¿Nada había aprendido en la vida?

No, tal parecía que existían cosas en las que aún no maduraba, pero es que no pudo resistirlo, vaya, ni siquiera recordó que tenía un cerebro dentro de la cabeza que debía utilizar, con mayor razón, justo en momentos como ese.

¡Mierda y mil veces mierda!

Era un imbécil. Caro estaba delicada, no regresaría en varios meses y esa chica de ojos color almendra era su suplente. Rogaba que las cosas no se complicaran, que no creyera que pasarían de ahí porque por mucho que despertara sus sentidos hasta el estúpido punto de sentir una colisión interna, nunca, jamás emprendería algo más serio que eso con nadie. Se lo juró y lo cumpliría.

Deseaba ser el mejor tío, el mejor hermano, nada más. No ataduras, menos compromisos y por supuesto en su puta vida involucrar algo más que el cuerpo y deseo.

Recargó la frente en la puerta del lujoso baño de aquel hotel donde se alojaba desde hacía unos días. Desprovisto de ropa y solo con una toalla enrollada alrededor de la cintura se martirizaba sin cesar.

Por lo menos usó protección. Era un hombre precavido, eso lo aprendió hacía mucho tiempo y aunque no planeaba que sucediera algo así con ella, lo cierto era que no sabía si ocurriría con alguien más.

Pero carajo, su cuerpo era una caldera a punto de reventar cuando la tenía cerca, no se reconocía. Por otro lado, desde que todo aquello ocurrió, tomaba esa clase de encuentros a la ligera, sin prestar atención con quién, ni cuándo, por lo que la meticulosidad en ese punto se acentuó. Lo que jamás previó es que su instinto lo traicionara de esa abominable manera e hiciera lo contrario de lo que debía. En serio era estúpido.

¡Ah! Cerró los ojos con fuerza y se acercó al espejo. Se echó agua al rostro hasta que se encontró frío por completo y es que aún sentía su cuerpo hervir, sobre todo ciertas partes, de tan solo recordar lo que acababa de pasar.

Vibró como nunca, se dejó llevar sin reparos, sin contenerse ni un poco. La tomó así sin más y evocar sus gemidos lentos, ansiosos, sus manos aferradas a sus hombros, su abandono absoluto, solo logró que volviera a echarse agua.

¡Maldita sea!

Respiró hondo y salió de una jodida vez de su escondite. Le dejaría todo muy claro y esperaba que fuera lo suficientemente madura como para comprender que eso era tan solo un encuentro casual que no se repetiría. Sí, eso era lo mejor.

Al hacerlo, no vio a nadie, de hecho, no existía huella de que ahí hubiese ocurrido aquella fiera muestra de pasión. Se vistió aún incrédulo. Salió con el cuello de la camisa sin abotonar y por fuera del pantalón. Se mostraría relajado e intentaría ser contundente.

Recorrió el pulcro pasillo hasta que llegó a lo que era un comedor para seis personas. Ella se encontraba ahí con su ordenador abierto leyendo algo con atención. Vestida nuevamente con ese conjunto casual que la hacía parecer tan terrenal, con su cabello suelto que caía hasta la mitad de su angosta espalda, comía chocolate despreocupada.

La joven elevó los ojos hasta los suyos cuando lo tuvo enfrente, tan solo un segundo. Su indiferencia lo dejó perplejo. Al verla así, fría, entornó los ojos sin poder comprender. Se acercó con las manos en los bolsillos del pantalón listo para una letanía o una serie de quejas, a lo mejor con una probable renuncia o exigencias. Ni hablar, no cedería en ninguna.

—Ya se los envié a Gregorio y al departamento de verificación. Por la mañana sabremos si todo está en regla —hablaba con su típica suficiencia. Evitó abrir la boca debido a la impresión. Era como si lo ocurrido unos minutos atrás simplemente no hubiera pasado. ¿Era eso posible? ¿De verdad actuaría como si nada? La observó terminarse el dulce para un segundo después chupar con desenfado uno de sus dedos, seguro tenía restos de chocolate. Tragó saliva atontado, ese gesto solo sirvió para despertarlo nuevamente y lo peor era que lo hacía sin ese afán, como solía—. Creo que es todo. ¿Necesita algo más? —Se puso de pie y cerró el ordenador relajada. Al ver que no respondía, la joven lo miró expectante. De inmediato reaccionó.

—No, nada. Nos vemos por la mañana —zanjó serio.

—Sí, a las nueve estaré aquí. Buenas noches —confirmó y pasó a su lado dejando esa estela femenina que hacía unos momentos se coló por todo su organismo, para salir sin decir nada más.

Permaneció ahí, de pie, aturdido, asombrado. ¡Guau!, eso sí que era nuevo. Refrescante también. Sonrió negando al tiempo que se frotaba el cuello. Era un alivio saber que no tendría problemas en cuanto a aquel desenfreno, lo complicado era que no deseaba que fuera la última vez.

 

 

 

 



#41237 en Novela romántica
#10173 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 16.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.