Atormentado deseo

2

Sensaciones
contradictorias

La casa se encontraba sumida en ese silencio que tan bien conocía, seguro dormía. Dejó sus cosas en los primeros peldaños de las escaleras y se dirigió a la cocina. Se moría de hambre.

El lugar era amplio, aunque viejo, sin embargo, contaba con todo lo que siempre necesitó y más si era sincera. Se acercó al microondas, sonrió. Un plato bien servido estaba justo ahí. Agradeció en silencio y lo puso a calentar el tiempo justo. Cuando el aparato avisó de que la comida estaba lista, la sacó y comenzó a ingerirla de pie con la vista perdida, sin prestar atención a nada en especial. Esa noche debería haber ido a los ensayos, faltar no le agradaba. Eso, junto con su profesión, era lo que más amaba. De pronto la imagen de ese hombre retornó.

Aún podía recordar el día que Carolina se lo presentó; sus palmas sudaban y aunque sabía que el puesto ya era suyo, si él se negaba, nada podría hacer al respecto. Había escuchado un poco sobre su vida años atrás, salió en todos los diarios y cadenas televisivas, fue una bomba mediática gigantesca, de esas difíciles de olvidar por el impacto. Jamás pensó que poco más de dos años después lo tendría justo frente a ella.

Entró un poco temblorosa, aunque disimulándolo a la perfección. Torció la boca y respiró hondo, lo cierto es que casi se detuvo en seco al verlo. Lo conocía de las noticias, pero en serio, nada le hacía justicia, el tipo que tenía enfrente era un modelo de alguna marca famosa; guapo, varonil y con la mirada más escalofriante que jamás hubiese visto, emanaba hielo sin el menor de los esfuerzos. Sonrió como suele y continuó hasta llegar al escritorio mientras su jefe la escrutaba de forma despectiva y sin mucho interés.

—Aquí la tienes, tu próxima asistente, Cristóbal —habló Caro. Él enarcó una ceja asintiendo. La joven extendió la mano a forma de presentación con esa enorme sonrisa pintada en el rostro.

—Buenos días, mi nombre es Kristián Navarro —dijo ligera. Sin estrechar su mano el hombre miró a Carolina riendo con despotismo. La nueva asistente bajó la mano, no comprendía a qué venía eso.

—¿Ese es su nombre, Carolina? —cuestionó. La rubia pestañeó desconcertada, no entendía a qué se refería.

—Sí –respondió intrigada. Él se levantó serio y la señaló con incredulidad.

—¿Kristián? Ese nombre es de chico, así que no me hagan perder el tiempo, ¿cómo se llama? —repitió entornando los ojos mientras se metía las manos en los bolsillos de su pantalón negro.

—¿Perdón? —replicó Kristián. ¡¿Quién mierdas se creía?! Controló su carácter, molesta, no le convenía montar una escena ahí, justo con él. Por otro lado, esa no era la primera vez que alguien le decía algo similar. La experiencia que da años de tolerar estupideces sobre ello logró que se cruzara de brazos y enarcara una ceja, retadora. Cristóbal adoptó la misma postura. Ambos se miraron confrontándose.

—Ese es su nombre, Cristóbal… —dijo Carolina, pálida. Hacía un par de días la contrató definitivamente, pero si hacía memoria no le mencionó cómo se llamaba, pues se refería a ella como: la chica nueva, o la suplente. Maldición. El hombre no movió ni un poco la expresión.

—Siento mucho no tener un nombre más femenino, lo cierto es que no lo pude elegir. Me llamo Kristián Navarro —habló desafiante, pero seria. Cristóbal, al detectar su sarcasmo deseó sacarla de su oficina, es más, de su edificio. Pero el rostro de Caro y la metedura de pata lograron que simplemente asintiera y se volviera a acomodar en su silla.

—Ciertamente hay cosas que no podemos cambiar —señaló con desenfado mirando la enorme pantalla del ordenador. Kristián apretó los puños. Hubiera deseado estampárselos justo en la nariz. No obstante, ladeó la boca tragándose las ganas.

—Indudablemente. —Su tono captó su atención de inmediato.

—Bueno —interrumpió la voz conciliadora de Carolina al darse cuenta de lo que ahí pasaba. Las cosas comenzaron de la peor forma y no tenía tiempo para las muestras de carácter de ambos. Sin embargo, le agradó que la joven no se amedrentara, esa era su prueba de fuego desde su punto de vista y la había pasado con medalla honorífica—. Ahora que ya se conocen y las formalidades están dadas. Kris, puedes ir con Hugo, nos vemos en un rato —pidió con elocuencia. La joven sonrió relajada, asistiendo.

—Un gusto, señor Garza, espero serle de ayuda cuando Carolina no esté. Con permiso. —y desapareció sin voltearse ni una vez, siendo muy consciente de la mirada clavada en su espalda. Ese hombre era irritante, y… su jefe.

 

 

Dios, al día siguiente las cosas ya no serían tan sencillas como hasta ese momento. Deseaba con todas sus fuerzas que saliera bien, que Cristóbal Garza no continuara mirándola como si de un bicho se tratase y menos siguiera con su pedantería. Desganada lavó su plato, apagó las luces y subió. Casi medianoche, notó al ver el reloj de la escalera. Bufó.

—Kris… —escuchó. ¡Ay!, la había despertado. Torció la boca y entró a su habitación en el segundo piso, justo al lado izquierdo del último peldaño.

—Hola, Aby… —habló bajito. La mujer mayor se encontraba recostada con la luz de su mesa de noche prendida. Se frotó los ojos, somnolienta.

—¿Acabas de llegar? —preguntó con dulzura, también con preocupación. La joven se acercó y le dio un beso en la frente asintiendo.

—Tenía que terminar algo del trabajo… —le explicó tomando una de sus delgadas manos. La mujer que tenía frente a ella era como su madre, o mejor dicho, su madre. La crio desde que la verdadera desapareció cuando tenía seis años y le dijo que su vida era muy complicada como para hacerse cargo de ella. Entonces sus abuelos la cobijaron y educaron como si de una hija se tratara, acción que agradecería eternamente. Ahora su abuelo no estaba, dos años atrás partió de este mundo debido a un infarto que lo atacó mientras dormía. Jamás hubo una causa, algo que les dijera que eso ocurriría. El impacto de la noticia fue espantoso, demasiado doloroso y para su abuela el fin de su existencia, pues siempre amó a ese hombre con el que se casó tan joven.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 16.12.2019

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