Aniquilante
Cristóbal conducía pensativo. No fue fácil todo lo ocurrido las últimas horas. Se alegraba de que Carolina estuviera bien, aunque no tanto de lo que vendría. Resopló hastiado; esa joven tendría que ser su mano derecha a partir de ese momento y eso le ponía los vellos de punta.
¿Qué tenía que lo ponía tan ansioso? Estaba acostumbrado a las lindas piernas, a esos cuerpos esbeltos, aunque al de esa chica le faltaban curvas. Al darse cuenta por dónde iban sus pensamientos le dio un golpe al volante. Eran unos malditos meses, luego la mantendría muy lejos. Esa sonrisa fresca que solía tener lo irritaba, así como su vitalidad, su suficiencia, por no mencionar su manera frontal de encararlo. Encendió la música y dejó la sexta sinfonía de Chaikovski inundar sus sentidos y lo calmara. Tenía toda la tarde por delante y mucho qué hacer, así que más valía que se relajara.
Al llegar todo lucía tranquilo y en orden. Enarcó una ceja escrutándola con indolencia, pues pese a que las otras chicas se irguieron en cuanto lo vieron, ella permaneció absorta en su labor.
—Señorita Navarro —la llamó. Sus ojos marrones se alzaron de inmediato. Sonreía, qué raro. ¡Agh!, apretó los puños—, debemos ver algunas cosas —indicó y un segundo después desapareció tras la puerta de su oficina.
Kristián resopló al tomar la tablet mientras sus compañeras le mandaban con gesticulaciones sus condolencias. Se acomodó el vestido con movimientos divertidos y de nuevo las vio arqueando las cejas. Ambas rieron al notar su actitud fresca, Jimena le guiñó un ojo sonriendo.
Ingresó sin tocar, ahí comenzaba todo.
—Tome asiento —soltó aquella voz glacial sin observarla, leía algo en el ordenador.
—Me dijo Roberto que ya pasó lo peor con Caro y el bebé, pero que deberá guardar reposo. —Cruzó su pierna, lista para acatar órdenes. Cristóbal dejó vagar la mirada hasta ella. No parecía nerviosa, mucho menos asustada, como cualquier otra lo estaría.
—Veo que está muy bien enterada y que también tutea a mi jefe de escolta. —La joven frunció el ceño ladeando un poco la cabeza.
—No sabía que debía hablarle de «usted» y sí, estimo a Carolina, por lo mismo me mantuve informada. —El hombre entornó los ojos recargándose en su asiento, estudiándola con fiereza.
—Gracias a ella tiene este trabajo… Así que espero haga las cosas como las ordene, no admito errores y no soporto la impertinencia. —Kristián asintió sin inmutarse, tranquila.
—Eso ya me lo había dicho, señor Garza, y no, no se me olvida que gracias a ella estoy aquí… —confirmó ligera. Él apretó los puños y la quijada.
—¿No le parece que es un poco insolente? —Se encaró con rabia.
—¿No le parece que me juzga sin conocerme? Solo deseo hacer bien mi trabajo —zanjó seria.
—Para eso se le paga, no para que la «conozca» —refutó.
—Exactamente, y eso pretendo hacer… mi trabajo —reviró. Cristóbal se levantó furioso, ¡¿cómo se atrevía?! Colocó ambos brazos sobre el escritorio y se acercó a ella peligrosamente. Kristián tembló, pero no se lo demostró, no era de las que huían y estaba acostumbrada a tratar con personas «difíciles».
—Escúcheme muy bien, señorita Navarro, porque no lo repetiré, usted es una empleada más y no tiene el puesto asegurado, así que cuide muy bien cómo se dirige a mí, soy el dueño y director general de todo esto, además de su jefe, y no soporto este tipo de atrevimientos —rugió amenazante. La joven entornó los ojos sin soltar su iris oliva, lleno de ira contenida. ¿En serio era tan amargado?
—Sé muy bien quién es usted y el puesto que ocupo, señor Garza, pero usted lo ha dicho; soy su empleada, no su esclava… y tampoco me agrada que me traten como si lo fuera. Lo respeto y pido lo mismo —alzó la barbilla desafiante—. Si dije algo que lo molestara lo lamento, pero usted no ha sido el más cortés conmigo. Y ya que hablamos claramente, le diré que me doy cuenta de lo mucho que lo irrita mi presencia, el que Caro me eligiera, así que si lo que desea es que deje esto, solamente debe decírmelo y nos ahorraremos muchas situaciones incómodas, pero…
—¡Basta! —Bramó irguiéndose más—. Usted se queda aquí y cumple el contrato. No quiero más este tipo de tonterías. ¿Estamos? —sentenció. Kristián deseaba darle un buen golpe justo en la nariz, en cambio, sonrió asintiendo obediente. Era inútil tratar con un hombre así; terco, lleno de odio y duro.
Cristóbal, descolocado por reaccionar de esa manera, a la que ya no estaba acostumbrado, se sentó guardando la compostura. De alguna manera se sentía alerta cuando esa joven estaba a su alrededor. Un maldito interruptor se accionaba y sentía la lengua afilada, lista para atacar. Debía dominarse, hacerlo como lo había hecho durante años, sobre todo los últimos dos. Sentir no servía de mucho, no cuando eso podía herir a los que más amaba, o a sí mismo.
—La agenda hoy de… Informes de los departamentos y negociaciones, está lista. —Kristián comenzó a hablar de forma profesional mientras él la escuchaba.
Lo que restó del día lograron no confrontarse y pasar las horas trabajando de forma sincronizada. Lo cierto es que ambos parecían estar haciendo un esfuerzo para que las cosas fluyeran; miradas, morderse la lengua, escuchar, todo era con la intención de no generar otra discusión.
Por la noche las chicas y ella pasaron por el hospital. Kristián iba a tocar y al hacerlo la puerta se abrió, no alcanzó a retroceder cuando se estampó de lleno con aquel enorme cuerpo.
Los suspiros preocupados de sus amigas le hicieron saber de inmediato que sí, era él.
Cristóbal reaccionó enseguida aferrándola por los brazos para que no cayera, ella reía por algo, distraída obviamente, así que no se percató de nada hasta que tuvo aquel pecho pegado al suyo. Abrió los ojos, atónita, nerviosa, sus rostros estaban a unos centímetros y sentía esos grilletes firmes alrededor de sus antebrazos.