Atormentado deseo

4

Incalculablemente
aniquilador

La noche del viernes Kristián tocó despacio la puerta de la habitación donde aún permanecía Caro internada. Llevaba un globo, junto con unas galletas que su abuela preparó el día anterior y eran deliciosas.

—Adelante —escuchó la voz de su amiga del otro lado. Abrió y lo primero que vio fue a él. Se encontraba a los pies de la cama con los brazos cruzados, serio, y tan impresionante como siempre con uno de esos trajes que seguro estaban hechos a su medida, con esa mirada felina, con su semblante imposiblemente masculino, varonil. ¡No podía ser!

Sonrió amigablemente e ingresó dándose cuenta de que a su jefe le molestaba topársela justo ahí.

—Hola, Kris —saludó la rubia desde la cama, aún pálida, pero decididamente más relajada. Todo iba mejor y al parecer al día siguiente la darían de alta; sin embargo, reposo absoluto sería la indicación.

—Buenas noches —susurró acercándose a ella, dejando las cosas sobre una pequeña mesa.

—Me alegra que vinieras… Justo le preguntaba a Cristóbal cómo iba todo y que esto de estar en cama es de lo más aburrido —se quejó. Solo se encontraban los tres en la habitación ya que cuando su jefe llegó, el marido de la convaleciente aprovechó para ir a ingerir algo.

—No puede ir mejor —apuntó relajada evitando mirar a ese hombre que la mantenía alerta casi todo el día—, así que tranquila y pon buena cara, porque te falta bastante aún y ese bebé debe nacer sano —la reprendió con esa frescura tan singular.

Cristóbal en silencio la observó desde su posición. Los últimos días apenas si se hablaron para algo que no fuera estrictamente de negocios y eso, extrañamente lo ponía peor. Por lo menos cuando usaba su lengua afilada encontraba motivos para atacarla y sacar su ansiedad. Ahora se limitaba a observarla andar de esa forma tan peculiar, sensual incluso, reír sin parar, hablar con conocimiento y habilidad, y jamás parar, porque debía admitir que esa chica tenía muchísima energía y hasta ese momento parecía que la canalizaba correctamente.

—Lo sé —admitió la mujer acariciando su pequeño vientre—. Lamento de verdad que todo se diera así —dijo afligida—, pero sé que todo irá bien en mi ausencia.

—¡Ey! —Colocó Kristián una mano sobre su antebrazo—. Vamos bien. ¿No es así, señor Garza? —Lo encaró al fin esperando su positiva respuesta.

—Las reglas están muy claras, nada saldrá mal —zanjó serio. Carolina enarcó la ceja confundida, ahí pasaba algo, comprendió en cuanto ambos se miraron. Se mordió el interior del labio llenando de aire sus pulmones. Electricidad saltaba, ambos eran conscientes, pero, además, estaba la forma en la que se veían… Dios, solo esperaba que no sucediera nada ahí. Kristián no tenía idea de con quien se estaría metiendo; Cristóbal era un cuerpo sin emociones, vivía para su familia, para el conglomerado, pero el resto, el resto no contaba para él. Ella no saldría avante si le hacía caso al instinto, de eso estaba segura. Kristián era vital, alegre, vivía, adoraba hacerlo, eso lo descubrió a lo largo de esos meses en que la entrenó.

—Así es —lo desafió con firmeza.

—Este, bueno… Me alegra que se lleven bien, serán solo cinco meses, sé que cuando regrese todo irá de maravilla —intervino rompiendo la potente atracción que aquellos dos emanaban. ¿En qué momento ocurrió eso? Cuando se fue no la soportaba y no es que pareciera diferente en ese momento, pero ahora además la veía con amenaza, con… deseo. Pasó saliva agitando la mano de Kris, nerviosa—. ¿Ya has ido a Canadá? —preguntó intentando aligerar el ambiente—, recuerda que la visa es necesaria. ¿Cómo lo harás?

—A ver, señora, a partir de este momento no quiero que se preocupe más por lo que ahí sucede, de verdad todo va bien. Y con respecto a la visa, sí, ya organicé todo y la tendré a tiempo —respondió. La mujer suspiró aliviada—, así que deja esto ya —le advirtió cariñosa.

—La señorita Navarro tiene razón —intercedió Cristóbal notando que debía hacerlo— tú dedícate a lo que debes, es una orden. —Carolina rio asintiendo—. Elegiste acertadamente, así que de ahora en adelante no se hablará más de la empresa. ¿Estamos? —zanjó. El marido de la rubia apareció un segundo después por lo que ambos decidieron salir de ahí. Una vez fuera Kristián jugó con sus dedos sin saber qué decir, era incómodo el momento.

—Así que… ¿Ya admite que hago bien las cosas? —lo provocó sin poder resistirse a ello al encontrarse de pie frente a él. Cristóbal torció la boca en algo que pudo haber sido una sonrisa, pero que supo, al ver que se acercaba demasiado provocando que su espalda quedara contra la pared, que no. Dejó de respirar y por instinto se humedeció los labios.

—No me provoque. —Quedó a un centímetro de su boca, su aliento cálido la estaba consumiendo—, estos jueguitos no van conmigo, señorita Navarro —murmuró con voz ronca. Lentamente viajó hasta su oreja dejando huella de su paso por su piel—. Aléjese de mí —le advirtió y sin más se fue dejándola ahí, casi hiperventilando. Con las sensaciones disparadas, las palmas sudorosas y ansiosa por saber más de él, por probarlo, por sentir sus manos sobre su piel. Mierda, ¿en qué estaba pensando?

Bufó recargando la cabeza sobre el muro sintiendo bastante calor. Debía dejar eso de una vez, era el tipo más pedante, prepotente y odioso que conocía y ciertamente debía alejarse de él, pero es que… cada vez que lo tenía cerca no podía evitar sacar algún comentario que sabía lo molestaría, y es que era tan sencillo, que la necesidad era casi equiparable a la que se siente cuando se es niño y se desea molestar al quisquilloso del grupo.

—Agh, madura, Kris, no es un mocoso, no juegues con fuego —se regañó, sacó una pequeña botella de agua de su bolso, se la bebió de un trago y cuando sintió que el líquido al fin la refrescaba, salió de ahí.

 

 

 

Llegando a casa se aflojó el nudo de la corbata, bufando. Se frotó el rostro dejándose caer sobre el sofá mirando el techo preso aún de todas esas sensaciones que continuaban circulando por su torrente sanguíneo. Una maldita semana, una jodida semana y no podía dejar de verla, observar cada movimiento, cada delicado gesto. Eso se estaba tornando obseso, la urgencia de sentirla gemir bajo su cuerpo al fundirse en su ser, no lo dejaba en paz, no le daba tregua.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 16.12.2019

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