Atormentado deseo

5

Apetito

Más tarde lo tuvo que acompañar a una cita. En silencio mientras el auto serpenteaba la ciudad, ambos miraban por la ventana, iban de regreso.

—Debemos hablar —soltó ella de pronto. Cristóbal sin girar asintió.

—En la empresa, ahora no es el momento —zanjó con voz glacial. Ella solo asintió.

Al entrar, Kristián cerró la puerta y avanzó mientras él la ignoraba deliberadamente.

—Sobre lo que ocurrió… —empezó, pero su jefe se detuvo poco antes de rodear el escritorio.

—No sucederá de nuevo —expresó sin mirarla, dándole la espalda—, así que no piense que por esas tonterías algo cambió. —Kristián avanzó decidida, molesta. Ese hombre la exasperaba tanto como la prendía. Se ubicó frente a él dejándolo perplejo, aun así, no demostrándolo.

—Eso espero, señor Garza —elevó su barbilla seria—, porque también le aseguro que no saldré quemada —dicho esto lo rodeó y caminó a la puerta con decisión.

—Entonces guarde su distancia —musitó irritado. Ella no pudo más, regresó y se plantó nuevamente frente a él. Se acercó hasta quedar uno centímetros y así poder alzar el rostro y verlo a los ojos fijamente.

—No me gustan estos juegos y no soy yo quien lo anda besando cada vez que tengo oportunidad, así que le aconsejo que sea usted el que «guarde su distancia» —lo desafió con dureza.

—¿Me está dando una orden, señorita Navarro? —Su manera de enfrentarlo le resultó divertida, ya pocas cosas lo lograban.

—Tómelo como quiera, solo no se acerque más de lo que debe —advirtió. Cristóbal no pudo ante el reto que encerraban sus palabras. La tomó por la cintura pegándola de un solo movimiento a su cuerpo ansioso de su ser. Kristián abrió los ojos al sentir el deseo que en él despertaba.

—Yo doy el paso, pero usted parece disfrutarlo —soltó con cinismo.

—Es un soberbio —escupió enojada y agitada, su enorme cuerpo la tenía bien sujeta, demasiado cerca como para pensar con claridad.

—Y usted una provocadora… —murmuró cerca de sus labios—, así que ya sabe —y la soltó de pronto—, no se acerque, es lo mejor para los dos. —La mujer lo observó seria por unos segundos, sus miradas chocaban como si de dos mundos en confrontación se tratara.

—Definitivamente lo es —confirmó y se alejó con los puños apretados deseando con todas sus fuerzas estamparlos sobre ese asombroso rostro.

El resto de la semana fue complicado, cada vez buscaban más la lejanía, por lo que las reuniones matutinas se estaban convirtiendo lentamente en un pequeño calvario para ambos; ningún momento a solas se permitían, pero si este se daba, ella evitaba sus ojos todo el tiempo, al igual que él, pues quedar atrapado en ellos implicaría perder el poco autocontrol que conservaban. Aun así, sin percatarse, como dos volcanes, la lava se iba arremolinando en su interior y cada hora buscando ignorar lo que sucedía, esa atracción atípica, extraña, demasiado fuerte, crecía a pasos agigantados.

Cristóbal no podía evitar observarla desde el comedor, siempre sonreía, intercambiaba palabras con todos de forma relajada, fresca. Era difícil verla seria, o a quienes estaban a su alrededor. Esa chica emanaba alegría y la contagiaba. Pero eso no era lo que soñaba cada noche, sino ese cuerpo gimiendo, jadeando y rogando más. Lo excitaba de una manera absurda, simplemente escuchar su risa lo encendía como una caldera a punto de explotar. Había mucho en ella que deseaba someter, conocer y descubrir, pero, sobre todo, apagar, sí, como si de un incendio se tratase. La necesidad por su cuerpo, esa fingida felicidad que estaba seguro era una treta para conseguir lo que verdaderamente quería.

Todos tenían un pasado, ella debía tener el propio y sabía que podía acceder a él cuando quisiera, pero la confidencialidad era una de las cláusulas del contrato firmado con Roberto y su equipo. Él investigaba a todo aquel que estuviese cerca, sin embargo, era información que no pedía nunca, no le parecía ético. Solo Gregorio y su guardaespaldas la manejaban.

—El auto pasará por usted a las ocho de la mañana, señor Garza —le informó Blanca cuando llamó a las tres mujeres para coordinar su ausencia el viernes por la tarde.

—Bien, espero su cooperación como siempre —habló con tono formal.

—Ya Kristián dejó todo listo, esperamos su viaje sea de provecho
—dijo Jimena cuando la reunión concluía.

—Gracias, debe serlo. Ahora pueden retirarse. —Las tres hicieron ademán de levantarse—, usted espere, señorita Navarro —pidió. Un tanto más nerviosa de lo común asintió. En silencio esperaron a que estuvieran solos.

—Ha demostrado mucha eficiencia este par de semanas, este negocio que cerraremos implica muchos millones, no quiero errores, no quiero fallos y todo debe salir a la perfección… Ya revisé la información que me hizo llegar, está completa y en orden, así que veamos qué tan bien lo hace. —El desafío que leyó en sus palabras la hizo clavar los ojos fijamente en los suyos. Ambos fueron conscientes de cada molécula que viajaba en el aire.

—Lo haré bien —zanjó decidida.

—¿Nada la amedrenta? —Se encontró preguntando sin soltar su mirada marrón. Kristián ladeó la cabeza reflexiva.

—La cobardía, nada más —susurró. Cristóbal cerró los puños para de inmediato aflojarlos—, ¿puedo retirarme? —quiso saber serena, sonriendo con cinismo.

—No se confunda conmigo —le advirtió en todo gélido—, no sabe nada de mí pese a lo que ha escuchado.

—Tampoco deseo saberlo —expresó sujetando con firmeza la tablet. Cristóbal notó el gesto, triunfante.

—Así que además de eficiente, embustera. Bien… debe saber que yo además de la cobardía no soporto las mentiras… Así que espero que su capacidad sea verdadera y lo demuestre en donde debe. Buenas tardes —terminó posando la atención en su computadora. Kristián quería romperle de una buena vez la nariz. La retaba todo el tiempo, la pinchaba y luego hacía eso. Logró controlarse, se levantó y con la manija de la puerta en la mano se detuvo.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 16.12.2019

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