Atracción Destructiva

Capítulo catorce

Skyler:
Mi mirada viajó hacia todas partes. 
No sabía dónde me encontraba. Era un lugar desconocido, un lugar con apenas contenía luz. No hacía frío, sino que mucho calor. Era una calidez que quemaba, prácticamente me sentía como si estuviese en el mismísimo infierno. No sabía cómo ni por qué lo asimilaba como tal, pero la sensación de mi cuerpo me gritaba que era eso. 
Estaba temblando, y no dejaba de preguntarme la razón. Ya lo había dicho: no hacía frío. ¿Era miedo lo que sentía? 
No lo sé. No me encontraba asustada, sólo algo desconcertada. Miraba hacia todas partes con más repetición mientras intentaba levantarme del suelo, pero no podía hacerlo con rapidez: perdía el equilibrio y caía. No tenía fuerzas.. Había estado acostada en un rincón oscuro desde me desperté, y los divagues no dejaban de estallarme la cabeza. Volví a intentar levantarme y, agarrándome de la pared, pude conseguir lo que quería.
¿Cómo había llegado allí? Eso no tenía sentido alguno. 
Era un sueño. Tenía que serlo. A veces las personas tenemos la capacidad en ciertas ocasiones de darnos cuenta que estamos en un profundo y mal sueño. Más bien, en una pesadilla. 
Me levanté del suelo y empecé a caminar hacia la luz tenue que lograba ver a lo lejos, pero era como si estuviera recorriendo un largo camino porque nunca llegaba a mi destino. Los sonidos de golpes me alertaron y me giré hacia todos lados para saber de dónde provenían. El miedo me invadía por primera vez y el aire fue haciendo ausencia en mis pulmones. Aun tenía la falta de equilibrio y, si no intentaba retomar la compostura, me iba a caer.
¿Qué era eso?
Un segundo tras otro, los ruidos eran más intensos y más rápidos. Me estaban aturdiendo, me hacían doler la cabeza de una manera horrenda. Quería que parara, quería que todo eso se detuviera, pero lo que quería era sólo un deseo y ya. Si estaba soñando y lo sabía, entonces yo podía controlar el sueño a mi gusto, y mientras más lo intentaba, me aturdía a un nivel escalofriante. 
Varias voces se empezaron a oír y volví a girarme hacia todos lados en busca de alguna respuesta, pero tampoco encontraba nada. Iba a terminar gritando del dolor de cabeza. Necesitaba que pararan, necesitaba despertar, pero comenzaba a invadirme el temor de que no fuera un sueño. 
No entendía nada de lo que me decían, pero sabía que querían comunicarse conmigo. Eso empezaba a ponerse verdaderamente feo, y yo tenía que encontrar la salida. Me tapé los oídos y me estremecí en mi lugar cuando sentí que miles de personas estaba a mi alrededor. No podía ver, pero era como si supiese más con la luz apagada que con la luz encendida. La iluminación tenue había desaparecido, y el terror se hacía expandido por cada centímetro de aquél lugar. Las personas emanaban un olor asqueroso, y lo asimilé con la muerte. Era tan perturbador como sonaba, sí. Contuve la respiración y, cuando prácticamente me gritaban en los oídos, grité. 
—Oye, oye, ¡tranquila! 
Mis ojos apuntaron a la puerta de mi habitación y me concentré en los brazos que apretujaban mi cuerpo. Estaba temblando y mi corazón palpitaba como si hubiese corrido a la velocidad de flash, pero dejé de llorar y me calmé cuando entendí que lo que había pasado había sido nada más que una estúpida y aterradora pesadilla sin sentido alguno. 
—Ya, cálmate, ha sido sólo un sueño —otra voz habló. Lo miré, y pude ver que era Ryan. Me acarició la espalda y lo abracé, refugiándome del miedo en sus brazos. 
—¿Qué estabas soñando?
Respondí la pregunta de Luke luego de que la tía me trajera un vaso de agua. Por alguna razón tenía la boca totalmente seca y necesitaba sí o sí de algún tipo de líquido. Tenía la opción de un jugo de naranja o simplemente el agua. Opté por la última porque era lo que más se me apetecía. 
Las miradas que intercambiaron fueron extrañas, pero nuevamente no les di importancia cuando me dijeron que nada malo me pasaría y que intentara descansar. Mi cuerpo se sentía tan pesado que tenía el deseo de dormir por todo un día, pero lamentablemente tenía que ir a la escuela. Lo que me consoló era que aún tenía varias horas para dormir. Eran las dos de la mañana, tendría tiempo para recuperar energías para la larga jornada escolar que me esperaba. Pensé, sinceramente, que era más tarde, pero me ponía de buenas saber que no. Lo que ahora rondaba por mi cabeza era que no recordaba el momento en que me había acostado a dormir, era como si se me hubiese borrado la mente en cierta parte. 
—¿Te sientes mejor? —se arrodilló al lado de mi cama.
—Sí, Ryan. Gracias. 
—Intenta descansar, ¿sí? Cuando apenas suene la alarma te tienes que levantar o volverás a llegar tarde al colegio. 
—No me hables de la escuela ahora. Tengo cero ganas de quedarme un rato extra por ese estúpido castigo. 
—Se pasará volando, ya vas a ver —se levantó. 
—Espero. 
—Vuelve a dormir. E intenta no gritar si no quieres que vuelva a expulsar el corazón por la boca otra vez —apagó la luz y volvió a abrir la puerta. Me senté en la cama con rapidez cuando, por un sólo segundo, creí haber visto a mi alrededor toda esa gente muerta. Inclusive creo haber sentido ese olor a podredumbre. 
—¡Ryan! —lo llamé antes de que cerrara la puerta y me senté en la cama. Presionó el botón de la luz y me miró. 
—¿Qué? ¿Qué te pasa? 
—No apagues la luz, por favor. 
—¿Por qué? —divagó con extrañeza. Eso que había visto en cuento la luz se apagó en definitiva me iba a producir miedo durante un tiempo. Fue extremadamente feo, no es normal ver a gente muerta. 
O me estaba volviendo completamente loca o sólo era el post-trauma provocado por el sueño. ¿Eso existía? No lo sabía, pero no me iba a arriesgar a ver esa escena de miedo otra vez. 
—Porque no, tengo miedo —confesé, y me miró con compasión. 
—Sé que ha sido feo, pero nada malo va a pasarte. 
—No importa. ¿Te puedes quedar aquí?
—¿Aquí? 
—Sí. Duerme en el suelo o lo haré yo para darte la cama, pero no me dejes. No quiero estar sola. 
Sopesó un instante, y luego terminó por asentir. 
()
Llegué a la escuela casi corriendo. Llegar tarde se estaba haciendo una costumbre por no querer despegarme de la cama y la almohada. Tomé asiento en mi lugar, justo al lado del grosero. Me sentí incómoda cuando me miró, pero me sentí más incómoda cuando rodó los ojos. 
—Yo tampoco estoy contenta con tener que compartir asiento con alguien como tú —le hice saber sin saber bien el por qué. 
Ayer, en mi salida con Jason, Chase había actuado de manera distinta al decirme que me vería hoy en el castigo. Me trataba mal, luego era peor, después se comportaba amable, y ¿ahora otra vez grosero?
¿Bipolar? ¿Dónde?
Rodé los ojos sólo de pensarlo. 
—No me hables. 
—No seas irrespetuoso y al menos finge que te caigo bien. O que me soportas. 
—No me caes bien y tampoco te soporto —respondió tajante. 
—Qué bonito, gracias. Y para tu información, no me conoces. 
—Para tu información, no me interesa. 
Maldecí por lo bajo. ¿Me enviarían a la dirección si le volvía a pegar? Contuve las ganas de dejarle marcado en la cara el anillo que llevaba en mi mano. Repentinamente el recuerdo de que le había pegado el otro día volvió a mi mente de manera sorpresiva. Aún no puedo creer que haya hecho eso. 
—¿Cómo es que te curas tan rápido de los golpes? —quise saber. 
—¿Por qué te importa?
—Me da curiosidad. 
—No me hables. 
Suspiré. 
—Idiota —murmuré y miré a mi costado. Jason no había llegado aún. 
—¿Perdona? 
Lo miré.
—¿Qué?
—¿Cómo me has llamado?
Me encogí de hombros. 
—Idiota —reformulé. Chase elevó las cejas y después entrecerró los ojos. Parecía molesto. 
—A mí no me vas a faltar el respeto, que te quede bien clarito, niña. 
—No me llames así. Y si quieres que te respete, empieza primero por respetarme tú. Sólo así será recíproco. 
—No te creas muy viva. 
—Estoy viva —lo molesté, y a él no parecía hacerle nada de gracia que le tomara el pelo. No me importó ver su cara de pocos amigos, es más, me alegraba el día molestarlo. Su actitud de chico malo me empezaba a cabrear. No sé cuál era su problema, pero mientras yo estuviese cerca, me iba a tener que tratar bien si quería que lo respetara. 
Me parecía poco lógico que me exigiera respeto cuando él me trataba como a cualquier cosa. No sabía si trataba así a todos, pero si lo hacía, era algo que demostraba muy mala educación. 
—No te creas chistosa que no te queda nada bien. 
—Mejor no hablemos más, no tengo ganas de discutir —planteé.
Después de la pesadilla no había vuelto a dormir bien. Tenía un cosquilleo recorriéndome todo el cuerpo que no podía hacer desaparecer. Ryan dormía en el suelo, a un costado de la cama y la luz estaba encendida, pero eso no evitó que me removiera incómoda en la cama a cada ratito. Estaba muy ansiosa, cansada, pero aún así no conciliaba el sueño. Esas imágenes de aquellas personas muertas y ese olor parecía aparecer en la habitación. Eran como flashbacks incesantes y no podía calmarlos. Terminé por despertar a Ryan para que me distrajera. Parecía preocupado por mí, un tanto inquieto también, pero no me encargué de preguntarle nada. A eso lo haría más tarde, cuando llegara de la escuela. 
—No me importa, ahora vamos a hablar. 
—Cierra la boca —dije—. Yo sólo quería hablarte para saber cómo hacías para que se te desaparecieran tan rápido los moretones, no para conversar amablemente con alguien que no parece tener inculcada la amabilidad. 
Saqué el refresco de mi mochila y lo coloqué encima de la mesa. Por suerte, el colegio no tenía la política de no comer en clase, pero claro, eso no significaba que pudiésemos hacer un picnic. Desenrosqué la tapita celeste y me llevé el contenido a los labios. Seguía teniendo la boca muy reseca desde que abrí los ojos después de vivir esa pesadilla en mi subconsciente. 
Lo miré mientras tomaba. 
—A mí no me hagas callar —espetó, y pude sentir cómo algunos de nuestros compañeros nos miraban. 
—Oblígame —reté, y volví a tomar. En menos de un segundo, cuando ni siquiera me dio tiempo para poder pensar que podía hacerlo, Chase golpeó la botella, yo me sobresalté, y un poco de agua se derramó encima de mi cuerpo. 
Cuando lo miré me sentía molesta. Encima el idiota se reía en mi cara. ¿Cómo se atrevía a hacerme eso? Eso tardaría un rato en secarse, y para colmo mi remera blanca era un poco traslúcida, por lo cual daba a notarse más mi corpiño negro. Me tapé en cuanto me di cuenta, y Chase se rio un poquito más fuerte. 
—Bonito corpiño —acotó.
Lo fulminé peor. 
Sin sopesarlo dos veces, le tiré toda el agua que quedaba en la botella para presenciar cómo dejaba de reírse y me miraba enfadado. 
Menos más que el profesor White aún no había llegado.




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