Atracción Destructiva

Capítulo veintidós

Skyler:

Abrí los ojos lentamente y me acostumbré a la molesta luz del sol que se adentraba por la ventana. No tardé mucho en incorporarme y acordarme de lo que había pasado anoche. La imagen de Ryan escupiendo sangre metía en mi cabeza más preguntas de las que ya tenía. Estaba sintiendo cómo mi mente se quedaba sin espacio por culpa de tantas inquisiciones y dudas que no tenían una respuesta.

Mi familia decía que no entendían lo que le pasaba a Ryan, y cuando lo llevaron al hospital, a mi tía le comunicaron que no sabían qué era lo que él tenía. ¿Cómo un doctor no sabía por qué había escupido sangre por la boca? ¿Cómo era que no podían tener alguna idea? 

Pasé por al lado de la habitación de Luke y me entraron las ganas de verlo. Anoche no había podido y algo en mí decía que era muy necesario que yo viese al hermano que habían encerrado con llave en una habitación a la que todos, excepto yo, tenían acceso. Había dejado de sentirme segura en esa casa en el momento en que había descubierto que le había puesto seguridad en su puerta. 

¿Por qué no podía verlo? No dejaba de preguntármelo.

Me preparé para ir a la escuela después de tomar un baño y comer lo primero que encontré en la nevera. No tenía ganas de ir al instituto, pero mis tutores me habían dejado claro que no tendría una inasistencia el día de hoy. Me pareció poco correcto, pero decidí quedarme con el pico cerrado y no ocasionar otra discusión. 

—Te espero en el auto —me avisó Sara. Asentí sin mirarla y le mentí diciéndole que iría por mi teléfono a mi habitación. 

Subí los escalones con determinación y aproveché que nadie estaba en la casa para intentar entablar una conversación con el seguro adormilado Luke. Mis tíos estaban con Ryan en el hospital, y la única dueña de la casa que quedaba presente me estaba esperando en el auto para llevarme a la escuela. 

—Luke —di varios golpes en la puerta y esperé  ansiosa una respuesta—. Hola... ¿estás bien?

Esperé otra vez una contestación que, para mi impaciencia, no llegó. No tenía que tardarme tanto o mi prima volvería a la casa a apurarme. 

Golpeé un poco más fuerte. Seguro con eso debía estar despierto. 

—¡Luke! —alcé la voz y no oí nada. Otra vez. 

Necesitaba oír de su propia boca que estaría bien, seguía con esa mala espina en mi cuerpo, era una sensación muy molesta y que me provocaba mal sabor de boca. 

Quise golpear otra vez, pero cuando intenté hacerlo, la puerta se abrió tan sólo dos centímetros. Me quedé pensativa por pocos segundos, que en realidad me parecieron eternos y no entendía el motivo, pero ignoré mis pensamientos y empujé la puerta para abrirla en su totalidad. Luke no me lo permitió; hizo fuerza del otro lado y su boca formuló un «no» en un tono inescrutable. 

—Quiero pasar. 

—No. 

—Luke... 

—No. 

Fruncí el entrecejo. 

—No puedes —respondió antes de que formulara algo. 

—Sólo quiero verte. 

—No me siento bien —confesó con la voz demasiado ronca—. Puede ser contagioso si te acercas. 

—Sólo es una descompostura —recordé. Estaba diciéndome lo mismo que mi tía Jane y Ryan. ¿Cómo me tenía que tomar eso? ¿Debía pensar que era verdad lo que me decían o que Luke también estaba metido en el rol de mentiroso? 

Se quedó callado por unos segundos y el silencio nos envolvió a ambos. La casa estaba tan tranquila, era un silencio tan sepulcral que me molestaba. En esta hora de la mañana debían oírse quejas de parte de Luke por no apresurarme y no levantarme temprano. 

—No te vas a morir, ¿o sí? —tenía miedo de una respuesta, tenía miedo hasta de pensarlo porque era doloroso apenas se asomaba por mi mente—. Todos están actuando tan raro que no sé que pensar. La tía me...

—Skyler, no me voy a morir, de eso puedes estar tranquila. 

—Entonces déjame verte para confirmarlo —me asomé por el pequeño espacio que Luke había dejado, quería intentar verlo, pero no lo lograba porque él no estaba a simple vista y la pieza se encontraba completamente a oscuras. Empujé la puerta—. Por favor.

No me lo permitió otra vez. 

—No. Cuando esté mejor, sí. 

—Ahora. 

—No —insistió con voz tajante. ¿Por qué me hablaba así?—. Es contagioso. 

A la mierda con eso. 

—¿Por qué me mientes tú también? 

—No lo hago, nadie lo hace; lo crees porque eres desconfiada y una cabezota. 

—¿Por qué te escuché gritar así de feo anoche? ¿En serio soñaste algo tan malo que te despertaste gritando?




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