Skyler:
La semana había vuelto a arrancar y yo entraba al colegio a las corridas y con la almohada pegada a la cara. Despertarme temprano como aquella vez no había vuelto a ocurrir, y eso se debía a que mi cuerpo se rehusaba a moverse de la cama y a abrir los párpados para ver la luz del día.
Creo que en eso nunca cambiaría.
Si tuviera un trabajo estaría despedida antes de llegar.
Los pasillos estaban desiertos, sólo éramos Luke y yo, corriendo hacia nuestra clase. Por suerte nos tocaba juntos, lo que significaba que no me sentaría sola como en las materias que no compartía ni con él ni con Jason. Creo que mi sociabilidad había decaído bastante en las últimas semanas porque me estaba yendo pésimo en crear nuevas amistades. La mayoría de mis compañeros ni siquiera me dirigían la mirada, a excepción de uno, el chico que me había dado las respuesta para los ejercicios de química.
—¿Crees que venga el profesor White? —pregunté con un atisbo de nervios revoloteando en mi pancita.
Luke me miró un segundo y después volvió la vista al frente.
Todas las clases que Andrew nos daba ahora tenían otro profesor. El maestro desapareció incluso con sus hermanos y no entendía la razón. O quizás sí. No era difícil hacer deducciones. Después de lo que pasó en su casa seguramente decidieron irse del pueblo, quizás no les gustó que una familia de brujos se enterara que Chase White, ese que asesinaba a la gente, quería comerse a uno de los miembros de la familia. Pero habían cosas que todavía tenían que cuadrarme y no lo hacían... ¿Por qué irse así como así si estaban involucrados en una asociación de brujas por un trato para perdonar los pecados de Chase? ¿Tanto miedo le dábamos?
La semana anterior, a todos se les estaba haciendo medio extraño que los White —los guapísimos y que daban mucho de que hablar— no aparecieran en el colegio, por lo que los rumores empezaron a rondar y, según escuché, un chico que vivía detrás de la casa de aquellos vampiros, aseguraba haber visto a Sam en un estado raro, como si estuviese enfermo.
Eso dejaba picoteos en mi mente, porque teniendo la información de la abominación y todo lo que pasaba cuando volvía a existir me daba mucho para pensar. ¿Será que los White realmente estaban enfermos? ¿O era que se habían ido del pueblo?
Entré al salón de clases con ese bucle de pensamientos y tomé asiento en mi lugar para someter a mi cerebro a una aburrida clase de química, una que seguí sin entender y que sabía iba a llevarme a la escuela de verano.
El profesor Fred era aún más aburrido que Andrew, en eso concordábamos con Luke, hasta a veces nos hacía dormir con su aburrida manera de explicar. No era de mala, la verdad, Fred parecía tener menos ganas de enseñarnos a nosotros que nosotros de que él nos enseñara. Eso podía deberse a su edad, yo le daba al menos unos cincuenta y tanto de años, así que su paciencia ya casi no debía ni existir. Los adolescentes somos complicados, y más cuando nos alborotamos, ese profesor ya no recordaba lo que era la paciencia con tantos gritos y bolas de papel volando por el salón.
—¿Entiendes algo? —me preguntó Luke mirando mi hoja.
Mi carpeta tenía ejercicios copiados pero no resueltos. Qué bueno que no me habían pedido la carpeta para revisarla, hasta ahora me estaba salvando de ello. Bueno, mi hermano y yo.
—No —negué haciendo una mueca.
Luke resopló.
—Nunca entiendes nada, Skyler. Nunca.
Lo miré con las cejas elevadas.
Luke era un vivo de primera. Se quejaba de que no yo no entendía un comino pero él era exactamente igual. Se molestaba sólo porque quería que yo le resolviera los problemas químicos.
—Cállate que tú tampoco eres un experto en la materia. Eres mayor que yo y repetiste, tuviste química más veces que yo y ¿no entiendes nada? La que tiene más derecho a quejarse soy yo, no tú.
Mi hermano asintió con las cejas fruncidas y levantó la mano.
—Profesor —dijo y lo observé atenta, intrigada por lo que iba a hacer. El maestro Fred lo miró con cara de pocos amigos y suspiró—. Mi hermana me está molestando.
Abrí la boca, intentando decirle algo a Luke, pero no me salían las palabras. Quería pegarle en la nariz y decirle cosas feas por mentiroso. Ahí estaba otra vez la parte mala de ir con Luke al mismo año. Miré al profesor para decirle que no era cierto, pero era tarde, sus ojos estaban sobre mí y me observaba como si quisiese tirarme con el borrador y las tizas incluidas a la cabeza.
—¡Señorita Rice! —gritó exageradamente—. ¡No moleste en mi clase o la mandaré a la dirección, ¿entendió?!
Sentía que todos mis compañeros me miraban, no hacía falta verlos para saber que sonreían ante el llamado de atención que me habían dirigido. Estaba con un hilo largo de nervios, lo que provocaba que mis axilas picaran, una cosa que nunca entendí, pero a la que tampoco le di tanta importancia.
—Yo no... hice nada. Luke está...
—¡Silencio! —volvió a espetarme para que no terminara mi oración.
Maldije en mi interior.
Iba a golpear muy fuerte a Luke en cuanto llegásemos a casa. O en el auto. Sí, en el auto. Para qué esperar tanto.
Ese grito del profesor dejaba en claro que la paciencia no era parte de él. Tal y como sospechaba.
Me mordí la lengua para no decir una mala palabra y cuando Fred bajó la vista hacia su celular, fulminé a Luke. Él me miraba con cara de inocente, con una sonrisa y se encogió de hombros.
—Te odio con todo el corazón, brujita —dije entre dientes.
Amplió su sonrisa.
—Yo también te quiero, simple mundana. La próxima mejor no me digas esas cosas si no quieres que vuelva a pasar. Sabes que soy capaz.
Lo empujé.
Él sabía que tenía una parte de mí que quería poseer magia para hacer ciertas cosas. Se lo había confesado hace unos días atrás, cuando me preguntó por millonésima vez cómo me sentía con todo esto del mundo sobrenatural. Se estaba mofando de mí por poder hacer cosas que yo no.