Atracción Destructiva

Capítulo cuarenta y uno

Chase:
—A mí no me interesa ser parte de esta estúpida organización, papá —espeté con impaciencia y me tiré del pelo cuando me señaló con el dedo de forma acusatoria. 
Sabía qué era lo que me diría. Siempre era lo mismo con él desde que llegamos al puto pueblo de mierda del que ya tantas ganas tenía de abandonar. Definitivamente fue un error pisarlo, y lo supe desde antes de llegar. Era una sensación rara a la que no le quise prestar atención en un principio, pero después de que mi bipolaridad empezara a empeorar ya no pude controlarme y empecé a hacer cosas que intentaba que no volvieran a pasar, pero fallé y todo en el pueblo se jodió. A eso se debía mi mala sensación.
—Estamos así por tu culpa, así que te la aguantas, Chase. 
Fruncí las cejas y respiré con irregularidad. Apreté mis manos con fuerza para intentar contener la ira que quería salir de mi cuerpo de inmediato. A veces era más fácil dejar que la ira me consumiera, pero siempre terminaba con sermones por parte de mi "familia" por no resistirme a la enfermedad. 
Pero, ¿qué sabían ellos? No tenían ni idea de lo que era ser yo. No me gustaba ser la víctima, no quería ni decirlo ni pensarlo, por eso nunca les decía nada a todos ellos. Por eso no les cuestionaba sus sermones. 
—¿Estamos así por mi culpa...? —entrecerré los ojos, con ganas de golpear algo—. Yo no quise venir a este estúpido pueblo, fuiste tú quien quiso venir. ¿Te recuerdo también que eras tú quien quería cambiar de vida, quien venía con esas patrañas? Sabes bien lo que me pasa, así que deberías haberte dado cuenta de que terminaría cediendo al deseo de matar y que acabaría con muchas vidas. No es mi culpa. 
—Es tu culpa por haber hecho cosas pésimas en el pasado.
Solté una carcajada amarga y me di la vuelta, viendo el cuchillo sobre la mesada de la cocina. Cada partícula de mi cuerpo me gritaba que lo tomara y que se lo clavara en el cuello, pero cerré los ojos e intenté calmarme por millonésima vez desde que la conversación —más bien, discusión— empezó. 
A veces odiaba a ese hombre. A veces le tenía aprecio. Pero después lo volvía a odiar. 
Siempre me echaba la culpa a mí por los desastres que pasaban en el pueblo. Pero no era mi culpa que él fuera tan necio, tan caprichoso y me quisiera arrastrar a sus cambios, a la nueva vida que quería comenzar en un nuevo lugar. Era frustrante que yo fuera el que tenía marcada la cruz roja en todo momento. Yo no pedí convertirme. Yo no pedí ser como ellos y pasarme tres años sin despertar para después revivir con mi alma hecha pedazos. Quizás él también tuvo que pasar por el infierno, quizás su alma también tuvo que ser perturbada por un tiempo en un lugar horrible, pero no estuvo más de dos meses. Yo pasé tres años. Ahora no me controlaba. Ahora sólo destruía cosas porque es lo único que sabía hacer. Nada más. Porque cuando quería hacer algo bien, terminaba arruinándolo con alguna cosa mía o con alguna cosa que me pedían hacer. 
Detestaba esa sensación que me estaba agarrando últimamente con los pedidos que la organización me requería. Me tenían de marioneta, y sí, sabía que lo hacían por un trato: poco después de llegar a Hasser mi enfermedad fue en aumento y perdía la conciencia. Cuando despertaba , estaba repleto de sangre en casi todo mi cuerpo. Y con cadáveres a mi alrededor. Era algo abrumador. Algo que en las noches no me dejaba dormir. Algo que después de un tiempo decidí aceptar y tomarlo como normal. Ahora era parte de mi naturaleza y no podía hacer nada para cambiar, nada para revertir lo que me pasó. La asociación quería matar a mi familia, pero como se esparció el rumor de una abominación, a mi padre se le ocurrió ir a la organización para negociar. El trato fue que me dejarían en paz si ayudábamos a los brujos —esa especie que a los vampiros no nos caía bien— a encontrar al o a la causante de la peste mortal. La peste que a nosotros también nos podía matar. 
No es la primera vez que sentía que tenía ganas de matar a mi padre. Desde que lo conocí, siempre fue una persona muy terca, con cara de pocos amigos, muy enojado todo el tiempo y algo perturbado también. Ah, y muy ignorante. Y esto es lo que más me molestaba de su persona. Creía saber lo que me decía, pero vuelvo a repetirlo... él no entendía nada de lo que yo sentía. Con todos estos años de mala experiencia con el vampirismo, sólo me quedaba fingir. Sólo me quedaba dar a entender que nada me importaba. Aparentaba ser frío con toda la gente, pero me consumía en mi propia condena. Yo solo me dañaba.
—No me des la espalda cuando estamos hablando, Chase. 
—No me molestes. Realmente no eres mi padre para mandarme, y ya estoy bastante grande, ¿no te parece?
—Si no soy tu padre, entonces, ¿por qué me llamas papá?
Me di la vuelta y lo fulminé. 
—Por la puta costumbre, por eso —espeté, y me aferré a la mesada con fuerza—. Te vuelvo a repetir: no tengo ganas de seguir en este pueblo y mucho menos seguir con la asociación de brujas. 
—Joder, Chase —rompió el vaso que tenía en su mano. Rápidamente, gotas de sangre empezaron a caer al suelo, pero papá no parecía ni inmutarse, como si no le moviera un pelo tener la mano cortada—. Tú fuiste quien asesinó a decenas de humanos y brujos, ¡tenemos un trato con la asociación! Si te vas, te buscarán y te matarán. Y corre el riesgo de que nosotros seamos perseguidos igual que tú. Te tienen en la mira, muchacho. 
—Puedo buscar a la abominación en otra parte. Esa cosa puede estar en cualquier parte del mundo, no me voy a quedar en un sucio y diminuto pueblo. 
—Tu trabajo está aquí. Te han asignado que busques en Hasser.
—Me quiero ir, y con los chicos concordamos en ello —acoté. 
Negó con la cabeza. 
—Sí, pero la diferencia entre ellos y tú es que ellos no son caprichosos, saben usar la cabeza, no como tú que no entiendes nada. ¡Nunca entiendes nada! Pareces un niño caprichoso al que sus verdaderos padres malcriaron —gritó. 
No quise contenerme más. Sabía que podía echarme atrás y no hacer nada estúpido, pero él no iba a hablar de mis padres, con ellos no se iba a meter. Sentí la rabia crecer en mi interior, como si fuera la llama del fuego más ardiente de la tierra. Quería golpearlo, quería cortarle, quería ver su sangre derramada por el piso o matarlo. Mis manos se formaron en puños y apreté los dientes con fuerza. 
—¡De mis padres no volverás a hablar en tu vida, desubicado! 
Sin analizarlo dos veces, el primer golpe fue directo a su mandíbula. Mamá apareció justo entonces y se tapó la boca al ver cómo caía papá al suelo. Pero no me importó que estuviera presente. Le volví a pegar, pero esta vez, una patada. 
Yo era consciente que esto que estaba haciendo era algo totalmente fuera de lugar, que no era correcto hacerle eso a las personas que me brindaron casa cuando estaba hambriento y en la calle, pero papá se estaba pasando de la raya. Bien sabía él que no me gustaba que nadie hiciera un comentario sobre mis verdaderos progenitores, bien sabía lo que me provocaba cada vez que alguien los llamaba para que en mis recuerdos apareciesen. 
Intentó provocarme, lo logró, y ahora no le quedaba otra que soportarme. Porque estaba furioso. Y la ira seguía aumentando a su paso. 
Le quise pegar otra patada, pero entonces, se levantó y me empujó con fuerza, lo que hizo que volara hasta la otra punta de la mesada y me golpeada la espalda y cayera al suelo. El dolor se instaló en mi cuerpo, casi no podía respirar del impacto. Tomé bocanadas entrecortadas de aire y cuando sentí que podía parame, lo hice. Lo miré con veneno en los ojos y noté que mis hombros subían y bajaban ante la agitación. Los de papá estaban igual. Mamá estaba a un costado de su esposo, mirándome con pena... como siempre. Con pena. Pero por más que no tuviera nada en contra de esa amable mujer, no iba a permitir que mis defensas bajaran y que mi estado volviera a la normalidad. 
Quería sangre. 
Estaba viendo todo negro. 
—¡Anda, anímate a pegarme otra vez! —me gritó. 
—¡No, Caleb! No lo provoques más, déjalo tranquilo. Somos una familia, ¡resolvamos los problemas sin necesidad de golpearnos entre nosotros! ¿Qué se creen que son ustedes dos? Actúen como humanos, no como rabiosos.
¿Humanos...? Hacía ya muchos años que no éramos humanos. Morimos para convertirnos en monstruos.
—Chase tiene que aprender a comportarse como un hombre y no como un niño de cinco años que se encapricha con una estupidez —objetó papá. A juzgar por su mirada, no le ha gustado en lo absoluto lo que le dijo su esposa. 
—¡Su pelea se debe escuchar desde afuera! —respondió. 
—Me importa una mierda los vecinos. Esta pelea no te involucra, Madeline.
Papá dio un paso hacia el frente y yo hice lo mismo, mirándolo desafiante, demostrándole que no le tenía ni una gota de miedo. Mamá se puso en medio y nos empujó a ambos, estirando los brazos para mantenernos alejados. 
—¡No se miren así! 
Papá la tomó del brazo y la empujó hacia un costado. Eso me puso de peor humor. A mi madre él no la iba a tratar así. 
—¡No vuelvas a empujarla! —dije con ímpetu y le di un golpe. Las venas en mi cuello y en mi rostro empezaron a aparecer, al igual que mis colmillos y el color rojo de mis ojos. 
—¡Chase! —me gritó mamá, pero la ignoré. Recibí tres golpes seguidos en la cara y caí al suelo. La puerta de la entrada se oyó cerrarse y la voz de Andrew y Zach hicieron acto de presencia en la cocina. Andrew no tardó mucho en alejar a papá de mí, y aproveché el momento para levantarme y prepararme para dar una golpiza, pero Zach se interpuso en mi camino en cuanto vio mis malas intenciones.
—Basta, Chase —me miró autoritario.
Me sentí asfixiado de repente, sin ganas de permanecer en esa casa. Quería salir al exterior a tomar aire fresco, a intentar calmar esa llama viva de mi interior, esa que me incitaba a hacer cosas malas y no me dejaba controlarme. Quería golpear todo, quería seguir con la guerra entre papá y yo, quería romperle algo en la cabeza a Zach y Andrew y gritarle a mi madre por permitir que me convirtieran en un chupasangre. Volví a apretar mis dientes y a presionar mis puños. Me zafé del agarre de mi hermano y esquivé a Andrew y al odioso de mi padre. Tomé las llaves de mi Audi y salí de la casa hecho una furia. Me subí y empecé a conducir. 
Estaba cansado de esta vida, cansado de tener que sobrevivir mediante la sangre de las personas a las que a veces mataba por no poder detenerme. Me sentía muy culpable, pero había tiempos en los que se me pasaba y no me importaba, pero después recaía y prácticamente... me deprimía. No era nada agradable. La inmortalidad no era agradable, y encima tenía que vivir toda la eternidad con una enfermedad que me estaba matando, que cada vez era más difícil de controlar. 
Quería bajarme y asesinar a alguien, mi enojo y mi ansiedad estaban nublando mi juicio, y eso que ya había pasado un rato de la pelea. Quería gritar, quería arrancarle la garganta a alguien, pero también quería dormir después de llorar. Era un desastre. Era un asco ser yo. 
Una vez más, la idea más loca de la vida, volvió a aparecer en mi mente: suicidarme. 
No aguantaba más, ¿para qué seguir aquí? ¿Por qué no matar a un hombre lobo, guardar un poco de su sangre, crear una estada de madera, bañarla en la sangre del licántropo y clavármela en el corazón? Lamentablemente, los licántropos ya no se veían hoy en día, estaban casi extintos y era la única manera para que un vampiro muriera. Eso quería decir, que ni siquiera podía suicidarme. 
Apreté el volante con fuerza, tanta que sentí que lo rompería. Mi cabeza daba vueltas, la rabia me dejaba inquieto e impaciente. Vi una chica a lo lejos, estaba caminando por la vereda y me mataron las ganas de detenerme, subirla al auto y arrancarle la cabeza, pero cuando volteó y la vi... supe que era Skyler. La chica a la cual varias veces había besado y quien generaba cosas en mi cuerpo que no me gustaba admitir. La estúpida sobrina de la bruja Jane. 
Solté un gruñido y aceleré. No me importaba generar un accidente, no me importada nada ni nadie. Estaba mal, lo sabía, pero no lo evitaba, mierda. No podía. Tenía ganas de un impacto fuerte, de chocar mi auto contra algo, tenía ganas de sacar todo ese enojo de mi interior. El aire me faltaba, y poco a poco, la vista se me fue nublando. Llegué a notar que el semáforo indicaba que tenía que detenerme, pero lo ignoré y seguí. El sonido y el dolor del impacto no tardaron en llegar a mi cuerpo. Fue todo muy rápido pero a la vez en cámara lenta. Realmente no me lo esperaba. Pude ver cómo mi frente fue directo al volante, luego hacia la ventanilla y después descansó sobre el volante. Me quería levantar, pero carecía de las fuerzas suficientes como para hacerlo. El dolor se extendió y se me hizo insoportable por un momento. Sabía que las gotas de sangre caían de mi cabeza, las notaba, una por una, incluso las oía caer al asiento. Luché por mantener los ojos abiertos, pero poco a poco, mis ojos fueron percibiendo la oscuridad. 




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