Atracción Destructiva

Capítulo cuarenta y seis

Chase:

Las lágrimas rodaban por mis mejillas sin poder detenerse ni un segundo. Apenas podía respirar gracias a los sollozos que se escapaban de mis labios. Me dolía todo. No iba a soportar tanto ahí. 

—Vas a darte por vencido en cualquier momento —canturreó con emoción, mientras me miraba desde el sofá. Ahora su cuerpo no era el de mi madre. Ahora usaba el de mi hermano menor.

Sus ojos azul oscuro me recorrían con gusto, con malevolencia y con una chispa de felicidad. El demonio resultaba ser más insistente de lo que esperaba, y cada segundo que pasaba me daba más razones para rendirme, pero no lo iba a lograr. O eso era lo que tenía que intentar.

Esto era como un juego y él era el experto. Yo, en cambio, era un simple novato intentado ganar.

Hacía mucho tiempo no lloraba de esta manera, y el Chase que hace un rato estaba vivo se sentiría avergonzado, a pesar de que llorar es algo normal. Pero con mi personalidad... no lo era tanto. Sí lloraba en mi habitación cuando las emociones me llevaban para todos lados, cuando la ira me hacía hacer cosas que muy en el fondo no quería.

Mi parte humana, desde que desperté siendo un vampiro, siempre estuvo presente, pero sin poder alguno para tomar control de mis acciones. La parte inhumana se encargaba de eso y por eso las cosas terminaban en tragedia. Muy pocas veces tuve la oportunidad de hacer las cosas bien, de hecho, cuando le pedí a Skyler perdón, fue una de esas veces. También cuando le sugerí que debíamos ser amigos. O cuando la llevé a su casa. O cuando la besé en mi auto.

Ahora esa parte humana estaba volviendo a tomar el control por un momento, y eso era porque estaba en la puerta del infierno, con un demonio intentando apagar la poca luz que quedaba en mi interior, torturándome con la muerte de mi familia, haciéndome revivir la muerte de ellos, los gritos, los disparos.

No le contesté nada. Sabía lo que quería, y aunque quería correr hasta el túnel de la oscuridad, resistía. El infierno tiene varias fases, distintas reglas. La primera vez que estuve sólo me dañaron, me destruyeron casi por completo. Tres años parecieron ser toda una eternidad. Cada día duraba más. Pero ahora el demonio estaba ofreciéndome un trato: si renunciaba a mi alma, a esa parte con luz, a esa parte con bondad y humanidad, no volvería a sufrir. Me convertiría en demonio y sería parte de la oscuridad, estaría de su lado. Pero de no hacerlo... sufriría como nunca antes. Y vaya que estaban haciendo un gran trabajo. Porque ver todas esas escenas una y otra vez... era insoportable.

Esto apenas comenzaba y ya sentía que me faltaba el aire. Mi parte humana había vuelto envuelta en el dolor, en los recuerdos, en cada sentimiento que muchas veces no llegué a sentir por culpa de la bipolaridad.

Me limpié las lágrimas, pero fue algo inútil porque nuevas gotas mojaron mis mejillas.

—Lo siento... Lo siento tanto, mami —le susurré en su oído mientras abrazaba su cuerpo y mi ropa se manchaba de sangre—. Lo siento... Tú no te merecías tener un hijo como yo... Soy lo peor del mundo.

El demonio rio.

Me causaba escalofríos porque usaba la voz de mi hermano. Realmente su cuerpo era igual al de Jared, sólo que la profundidad de sus azules ojos era distinta. Físicamente la misma, pero notabas que algo no andaba bien. Era la mirada del mismísimo mal.

Y lo más aterrador es que ese demonio no era nada en comparación a los demás que sabía que había.

—Tienes razón; eres lo peor del mundo y mereces pagar por tus acciones.

Sus palabras eran tan hipócritas, tan indecisas... tan malévolas. Al principio me había dicho que las cosas que hice estaban bien, que me enseñaron correctamente, pero ahora me decía que tenía que pagar por ello.

Volví a tragarme las palabras.

Estaba asustado, y en este momento sí deseaba tener a mi parte cruel y desalmada reinando. Tanto tiempo deseé ser normal... y ahora que mi alma estaba al mando no quería que fuera así. Consumía las pocas fuerzas que me quedaban. El dolor emocional estaba pasando a ser uno físico.

Presioné el cuerpo de mi madre con fuerza. Podía sentir el olor a perfume en su cabello, ese con el que todas las noches soñaba, ese que jamás olvidé. Mi madre era muy coqueta, siempre le gustó arreglarse, perfumarse, verse bonita... ese fue el último día que disfruté ese aroma. Si era sincero, nunca me gustó mucho, pero ahora disfrutaba cada segundo sintiéndolo.

Pero era una tortura.

Estaban torturándome.

Temía no aguantar.

Temía aceptar.

—Ay, Chase... Hermanito querido... ¿te das cuenta de lo que pasó? ¿Te has puesto a pensar que por culpa tuya nosotros pagamos algo de lo que no teníamos nada que ver? Tú tendrías que haber muerto. No nosotros —lloriqueó la voz de mi hermano.

Odiaba que lo utilizara a él para presentarse ante mí. Odiaba todo el maldito mundo sobrenatural.

Lo peor de todo es que yo sabía que era verdad. Si mi familia murió fue por mi culpa.

—No sabes cómo me dolió la puñalada que me dio ese chico con el que te juntabas —Cerré los ojos con fuerza. Quería taparme los oídos, pero mis manos estaban aferradas al cuerpo inerte de mi madre, como si lo hiciera para que ella me diera fuerzas para no seguir decayendo.

—¡Cállate! —le grité.

Lo único que hizo fue carcajear.

Esto era todo un juego para él. Un juego divertido. Para mí, en cambio, era un martirio.

Cada cosa mala que hice parecía pegarme de golpe, una por una. Como los gritos de mis víctimas, la cantidad de sangre derramada, las amenazas que me encargué de dar... las risas que soltaba cuando me pedían piedad. Yo mismo me daba asco. Una mala decisión me llevó al camino de la oscuridad, de la mala perdición. Me condujo por el pasillo de la soledad emocional.

—¿Seguro que no reconsiderarás la oferta? Es una muy buena. No a muchos le ofrecemos esto.




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