Chase:
—¿Estás mejor? —me preguntó mi madre desde el umbral de la puerta. Levanté la mirada hacia ella mientras terminaba de ponerme la remera negra.
Esa era una pregunta muy difícil de contestar. Quería decirle que sí, que siempre lo estaba a pesar de las cosas malas que traía la vida de un vampiro, pero en ese momento no me sentí ni con las fuerzas para mentir. Era como si mi cuerpo estuviera ahogándose en un pozo de tristeza y no había ninguna escalera para poder subir.
Me limité a encogerme de hombros y desvié la mirada de ella para acostarme en la cama.
—Chase, puedes hablar conmigo de lo que sea. Te he dicho miles de veces que puedes confiar en mí —se acercó y tomó asiento a un costado de mí. Me cubrí con las sábanas, dispuesto a decirle que quería dormir y no hablar de nada, pero se apresuró a abrir la boca antes de que lograra articular una palabra—: No es bueno que te calles lo que sientes.
—Mamá... —empecé a decir.
—No —interrumpió con la voz temblorosa. Lo único que me faltaba era verla llorar. A mí no me gustaba que se pusiera triste, y mucho menos por mi culpa—. ¿Sabes lo mal que me puse cuando esos dos chicos te trajeron? —se limpió una lágrima y me acomodé en la cama para escuchar con más atención lo que me tenía que decir—. Lo primero que todos pensaron fue que ellos te hicieron algo, pero... yo, en vez de buscar a algún culpable, lo único que pensé fue en que no te iba a ver más y eso me dolió hasta en lo más profundo de mi corazón.
La tomé de la mano y le di un leve apretón.
—No llores, por favor, estoy sano y salvo —respondí. Quería dejarla tranquila. Se notaba por cómo me miraba que estaba estresada y que hoy la pasó mal. Jamás olvidaré la manera en la que se acercó corriendo a mí cuando me vio bajar las escaleras. Cuando desperté estaba sobre mi cama, recostado boca arriba; al principio sentí una punzada en la cabeza, por lo que me puse torpemente de pie y me observé en el espejo. La herida del accidente estaba cerrándose poco a poco, pero dolía mucho en el proceso. Estaba confundido, no sabía qué era lo que pasaba, no recordaba haberme quedado dormido o haber llegado a casa, así que bajé las escaleras con la sensación de la tristeza invadiéndome por completo; todos me miraron fijamente, se quedaron en silencio, aumentando la tensión que yacía en el ambiente. No me incomodó la manera en la que me observaron, pero sí que quería que me dijeran por qué demonios me veían así.
—Estás distinto —se limpió otra lágrima. Acercó su mano a mi mejilla para acariciarme con ternura—. Tienes el mismo brillo en los ojos pero cada que te miro... siento que algo no es igual. Hay algo que no está bien contigo. Y no sé qué es. ¿Estás seguro de que no recuerdas nada, Chase? A algún lado tu alma tuvo que deparar... No me ocultes cosas.
Era cierto que desde que desperté estaba diferente, yo mismo era quien me sentía así, pero no estaba seguro de qué era lo que cambió. Quizá se debía a que me encontraba triste, pero no estaba muy seguro de ello. Me daba impotencia no poder recordar nada de lo que me pasó al morir, ni siquiera podía encajar bien las piezas de por qué practicaron magia negra contra mí. Puede que por algo del pasado, de hacía un año antes, porque en los últimos tiempos yo no asesiné a ninguna persona como para que me tengan rencor.
—Te juro que no me acuerdo de nada. Quiero hacerlo, pero no puedo. Mi mente está en negro. Es como si hubiera dormido una siesta y nada más.
—Y, ¿no tienes ni idea de quién pudo querer matarte?
Negué con la cabeza. Ella dudó de mi acción, pero se limitó a asentir.
Madeline me conocía bastante, algunas cosas se le pasaban, pero me conocían; a veces discutíamos porque no le agradaba que le ocultara ciertas cosas, y ahora no creía en mi negación, pensaba que le ocultaba alguna cosa, pero apostaba que no me recriminaba nada porque casi me perdió en la tarde.
—¿Cómo estás, Chase? —la voz de Nate se hizo presente en la habitación. Mamá nos miró a ambos y se levantó de la cama. Me dio un beso en la mejilla que duró unos cuantos segundos y me regaló una sonrisa.
—Descansa bien —susurró—. Si pasa alguna cosa, lo que sea, nos dices.
Asentí.
No iba a pasar nada, pero ella era muy sobreprotectora con todos nosotros, y con lo que me hicieron en la mañana, no podía culparla.
Cuando salió de la habitación, Nate caminó hacia mí y se sentó en el mismo lugar que mamá.
—También vengo a darte un beso para que descanses bien —bromeó y rodé los ojos. Pero, extrañamente, una pequeña e imperceptible sonrisa se formó en mi semblante—. ¿Cómo estás? —reformuló la pregunta. Me lanzó una bolsa de sangre y la atrapé enseguida. Rápidamente sentí cómo mi rostro de transformaba y cómo los colmillos aparecían.
Ya había bebido mucho, pero siempre tenía lugar para un poco más. Adoraba el sabor, y era aún más placentero cuando bajaba por mi garganta. En menos de treinta segundos, ya no quedaba nada en la bolsa. Nate me observaba con diversión.
Me desacomodé el pelo mojado y toqué la tinta de mi cuello al ver el tatuaje de Nate en su brazo. Era un murciélago, era el mismo diseño que el mío. Todos en la familia teníamos uno en alguna parte de nuestro cuerpo. Su significado era simple: una creencia antigua de que los vampiros se convierten en murciélagos. En la vida real no era así, pero nos agradaba el mito. Por eso decidimos tatuárnoslo. También simbolizaba nuestra unión familiar.
—Bien. Ya no me duele la cabeza. Físicamente estoy bien —respondí.
—¿Y sentimentalmente?
—Estoy bien —mentí. Aún no comprendía esa tristeza en mí—. Pero estoy cansado de esta vida. Si llego a morir por alguna cosa en el futuro, no quiero tener que preocuparme por si voy o no al infierno. Todos sabemos lo que es estar ahí abajo y no es para nada lindo. También estoy cansado de este maldito pueblo. Quiero irme a otra parte, a una ciudad, a algún lugar en donde nadie me señale con el dedo.