Atracción Destructiva

Capítulo cincuenta y dos

Skyler:

Si alguien tenía un manual que me ayudara a comprender las actitudes de Chase tenía que prestármelo al menos por un par de meses para estudiar cómo debía reaccionar ante sus drásticos cambios de humor. Cuando llegué a su casa estaba tranquilo, luego se volvió un pervertido, después un chico enojado, en el auto una persona algo romántica y, ahora, un hombre serio y de pocas palabras. No es que Chase fuera alguien que hablara mucho, pero en ese momento todo me desesperaba porque el silencio ya no era cómodo como antes. Necesitaba que me dijera alguna cosa porque yo no pensaba que hablarle fuera una buena idea, no por cómo lucía su rostro.

Entendía que Chase estuviera enfermo, pero era complicado para mí soportar todo eso. Quería pasar tiempo con él pero no cuando se ponía tan neutro. Daba algo de miedo, y aunque tenía la certeza de que no me iba a hacer daño hoy, seguía siendo raro e inquietante.

Él conducía en un silencio sepulcral que, como ya dije, me estaba volviendo loca. Tenerlo tan cerca de mí, tan neutro, tan sexy y tan caliente me daba ganas de tocarlo. Desde que pronunció las palabras «¿Qué tienes que me estás volviendo loco?» no he parado de pensar en nosotros dos, en cómo estábamos, en nuestra complicada relación, en qué quería él, en qué quería yo y en cómo las cosas entre nosotros cambiaron de un momento a otro, sin esperar nada el uno del otro. Todo parece haberse dado en el momento más inesperado y de la manera más extraña. Si yo no me hubiera perdido ese día él no me habría besado.

Lo observé un segundo y al otro aparté la vista para llevarla hasta el vidrio de la ventana. Mi corazón empezó a acelerarse por la tensión, lo que era malo porque era la acompañante de un vampiro.

¿Qué pasaba por su mente? ¿Por qué estaba tan raro? ¿Qué le dijo esa mujer? ¿Por qué no me decía nada más? ¿Hice algo malo?

Por el camino que estaba recorriendo supe que nos dirigíamos a mi casa. No es que supiera muy bien el camino pero algunas casas se me eran conocidas. ¿En serio estaba llevándome a casa? Yo quería pasar, al menos, un rato más con él, conversar de alguna cosa, pero por lo visto, el deseo no era mutuo.

Me mordí la lengua para no hacer ningún comentario cuando estacionó el auto a unas cuadras de mi casa. El se quedó en silencio, mirándome con indiferencia.

—¿No vas a salir? —preguntó después de unos eternos segundos, lo que me obligó a verlo.

¿Así como así iba a dejar que me fuera? ¿No me daría un beso?

Diablos. La pregunta que tenía que hacerme era por qué esperaba algo de Chase sabiendo cómo se comportaba.

Lo mantuve en mi campo visual por unos segundos. Luego, negué con la cabeza y rodé los ojos.

—Me estresas con tus cambios de humor —le espeté con molestia y salí de su auto sin recibir ninguna respuesta. Caminé con rapidez a mi casa y sin mirar atrás, pero sabía que arrancó el auto por el sonido del motor.

Llegué a casa y rápidamente las miradas de mis hermanos se posaron en mí. La tía estaba frente a ellos, en el sofá, leyendo una revista de cocina. Pensé que me dirían algo, que sospecharían, pero volvieron a centrarse en el juego y empezaron a pelearse porque, supuestamente, uno de los dos hizo trampa.

Al otro día falté al colegio por la llegada de mi madre. Al final no llegó en la mañana, llegó en la tarde, lo que quería decir que falté a las clases sin tanto motivo, aunque aproveché para dormir como vaca con el estómago lleno. Estaba superfeliz porque la vi de nuevo pero, ahora, un poco incómoda por la manera en que se tomó las noticias que fue perdiéndose desde que no estuvo con nosotros; lloró desconsoladamente cuando se enteró que los chicos estaba enfermos y pareció aún peor cuando la tía le dijo que ella hizo algo para salvarlos. Tampoco le gustó nada que yo supiera lo de la vida sobrenatural, lo que hizo que me reprochara muchas veces el haber salido con un vampiro. Le dije miles de veces que lo sentía y, después de soltar unas cuantas lágrimas, ella me abrazó con fuerza y me recordó lo mucho que me amaba.

—Tú no tienes la culpa de nada —susurró en mi oído—. Lo siento tanto.

Me separé de ella para mirarla.

—¿Por qué lo sientes? Tú no eres quien salió de fiesta con un vampiro.

Tragó saliva.

—Ve a lavarte las manos que en un rato cenaremos —ordenó. Eso era típico de mi madre, siempre me decía que me lavara las manos, como si no supiera que tenía que hacerlo. Pero supongo que eso es lo que las madres siempre hacen—. También ustedes, muchachos —le dijo a los chicos.

Ambos se levantaron del asiento y yo los seguí. Durante la charla, ambos permanecieron callados, serios, y unas cuantas lágrimas derramaron cuando nuestra mamá empezó a llorar por ellos. Estaba muy dolida por ello y los destrozaba pensar que se quedaría pronto sin sus dos primeros hijos. Yo estaba devastada porque ella sufría y porque perdería a mis hermanos mayores.

La cena no estuvo tan incómoda como yo pensé que sería. Mi madre discutió un poco con mi tía después de llegar, lo que me hizo pensar que no se hablarían por un rato, pero al parecer no guardaron tanto rencor como para no conversar durante la cena.

Ese día me acosté más tranquila porque mi mamá estaba cerca de mí y no a kilómetros, no tenía que preocuparme de su salud o seguridad. Jane le preparó un cómodo cuarto en el ático; no tenía cosas allí arriba sin usar como la mayoría de la gente, lo que dejaba un gran espacio libre para armar un improvisado cuarto.

Mi mirada viajó hacia todas partes.

No sabía dónde me encontraba. Era un lugar desconocido, un lugar que apenas contenía luz. No hacía frío, sino que mucho calor. Era una calidez que quemaba, prácticamente me sentía como si estuviese en el mismísimo infierno. No sabía cómo ni por qué lo asimilaba como tal, pero la sensación de mi cuerpo me gritaba que era eso.




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