Atracción Destructiva

Capítulo sesenta

Skyler:

Nunca me consideré de esas chicas que sueñan con tener un príncipe azul a su lado. Siempre pensé que el día que llegara una persona que me volara la cabeza con tan sólo verla sería capaz de entregarme completamente y aceptarla con defectos y todo. Chase no era un príncipe y jamás lo sería. No era perfecto, y supongo que eso lo hacía más interesante para mis ojos. Eso se me venía a la cabeza ahora que besaba a Chase, ahora que estábamos solos y rumbo a la habitación. Chase era muchas cosas, pero la faceta que ahora mostraba conmigo, ese lado bueno y romántico que tenía oculto, quedaría grabado en mi mente para siempre.

Su boca era impredecible. Besaba mis labios y de vez en cuando mi cuello. Cada roce de labios era tan único y me generaba tantas cosquillas que estaba en la cima de la perdición. Los nervios se acumulaban en mi vientre, y él los notaba, pero hacía lo posible para hacerme sentir segura.

Cada segundo que pasaba me convencía más de que esto es lo que quería. De que lo quería él. De que quería entregarme. De que quería dejarme perder en sus brazos y en el sexo.

Abrió la puerta de la habitación sin parar de besarme. Mis piernas estaban alrededor de su cintura y podía sentir su miembro erecto. Esta iba a ser mi primera vez en el sexo y mi primera vez permitiendo que un muchacho posara sus ojos en mi piel desnuda. Cada partícula de mi ser estaba siendo invadida por sensaciones nuevas e interesantes. Había una presión y un calor instalado en mi parte íntima. Me pedían algo. Y yo sabía lo que era.

«¿Dolerá?», pensé.

Quizá sí, y por eso tendría que ser amable conmigo hoy.

Sus manos fueron hacia mi trasero y luego mi espalda terminó por chocar contra el colchón. Rápidamente se inclinó hacia mí, pero dejó su peso sobre sus brazos para no aplastarme. Su entrepierna hacía contacto con mi sexo, y aunque ambos estábamos completamente vestidos podía sentirlo como si no tuviéramos nada puesto. Chase se frotaba, y me daba pena admitirlo, pero eso me calentaba más. No sé por qué me daba vergüenza. O bueno, sí lo sabía. Nunca sentí nada como esto, nunca estuve tan cerca de hacer el amor con alguien. Con Chase no llevábamos nada de tiempo, pero yo ya me sentía lista para hacerlo, lista para dejarlo verme.

Su respiración agitada aumentó.

Podía notar que Chase quería hacer las cosas con demasiada intensidad, pero se controlaba por mí.

Recuerdo que hace un momento, cuando le dije que quería hacerlo con él, su boca se unió con la mía como si fuese que él esperaba que yo lo dijera, como si también estuviera lleno de deseo acumulado. Y pensar que el primer día de clases le pegué y ahora estaba a punto de entregarme.

Su lengua pasó por mi cuello y recorrió con ella hasta llegar al lóbulo de mi oreja. Dejó un pequeño mordiscón que me hizo gemir y que a él lo hizo gruñir levemente. Mordió mi cuello y por un segundo temí que fuera a perder el control y que terminara bebiendo de mí, pero llegó hasta mi mentón y de ahí empezó a encaminarse hacia abajo. Repartió besos en una línea perfecta hasta llegar a mi ombligo. Me frustraba no poder sentir la calidez de su brazo por culpa de la remera que traía puesta.

Me excitaban todas estas acciones. Me sentía húmeda ahí abajo. Tenía que contenerme para no decirle que dejara de hacer todo ese ritual y que me lo hiciera ahora mismo. Pero si me contuve fue porque, a pesar de ser frustrante, estas acciones me preparaban para cuando él entrara en mí.

Levantó mi remera lentamente mientras su boca ahora iba repartiendo besos hacia arriba. Eran besos cálidos, besos que erizaban toda la piel de mi cuerpo. Se detuvo antes de llegar a descubrir mi brasier. Su mirada se encontró con la mía y se mantuvo un segundo allí. Noté cómo nuestros pechos subían y bajaban con irregularidad y me mordí el labio. Me mordí el labio porque tenerle encima de mí era como ingerir una bebida afrodisíaca.

—¿Puedo quitarte la remera? —murmuró.

¿En serio me preguntaba?

—¿Por qué preguntas?

—Tengo que pedirte permiso antes de llegar a otro punto —contestó.

Negué.

—No. No preguntes. Sólo hazlo. Quiero hacerlo —afirmé y suspiré de placer cuando levantó mi remera sin quejarse y pasó la lengua por uno de mis pechos. Tenía un poco de inseguridad porque mis pechos no eran grandes como los que seguramente Chase estaba acostumbrado a ver. Las chicas con las que él se acotaba de seguro tenían cuerpo de modelo.

Masajeó mis pechos por encima del sostén. A juzgar por su mirada, se podía decir que le gustaba, que el sexo era algo que disfrutaba mucho. Era raro que alguien estuviera tocándome los pechos, un poco vergonzoso también. De a poco iba entregándome a sus azules ojos.

Bajó las palmas de sus manos hasta tocar mi cadera. Luego apreció mis curvas —que la verdad para mí no eran curvas— como si le encantara hacerlo. Ese brillo en sus ojos, el brillo del deseo carnal era tan maravilloso que toda la habitación se sentía arder. De verdad, el calor estaba en todo el cuarto. Buscó el botón del pantalón y lo desabrochó para luego bajar el cierre. Cerré los párpados llena de vergüenza cuando empezó a sacarme el pantalón. Aunque tuviera las bragas puestas, ya estaba prácticamente desnuda ante él. Finas telas cubrían mis partes más privadas.

Chase me observó con detenimiento, y eso aumentaba mis nervios. Me tocó ambas piernas con lentitud mientras miraba la tela oscura de mi ropa interior.

—Tus piernas son suaves —comentó con una sonrisa—. Y bonitas. Me gustan.

Bueno, qué suerte que me depilé antes de ir a casa de Violett.

No dije nada. Los nervios comieron mi lengua y mi habilidad de hacer sonidos con la garganta. Respiré profundo cuando él volvió a inclinarse hacia mí para darme un beso en los labios.

—¿Quieres desabrocharme el pantalón tú? —me mordió el labio y lo estiró—. ¿O prefieres que lo haga yo?




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