Atracción Destructiva

Capítulo sesenta y tres

Chase:

Volví a tener otra recaída horas después de tener una discusión con Skyler, exactamente el mismo día que sus poderes se activaron. En sus ojos había visto la rabia y la desesperación en un segundo, porque sólo eso bastaba para descifrar lo que sus marrones iris desprendían. No era la misma Skyler, algo en el brillo que siempre tuvo estaba diferente, oscuro, y no era bueno. La discusión básicamente empezó por culpa mía, porque intenté matar a Ryan y a Luke pocos minutos después de que los cristales volaran por todas partes de la casa.

Me arrepiento de no haber contenido mi ira, pero me arrepiento más de no haberme disculpado con ella por gritarle de una forma horrorosa. Claro que no la insulté, pero sí le dejé claro que estaba enfadado y que no me importaba si le dolía perder a sus hermanos. Fue estúpido meterme con ella, fue estúpido gritarle porque pensé sólo en mí. Pensé en lo que yo quería hacer y no en que Skyler necesitaba de mi apoyo. Porque que se activen tus dos poderes no era algo que se puede asimilar así como así, menos cuando eres, prácticamente, la destructora del mundo sobrenatural.

Recuerdo las lágrimas bajando por sus mejillas cuando le pegué a Luke tan fuerte que casi lo mato. Recuerdo la decepción con la que me miraba. La ira. El miedo. La angustia. Sé enojó de una manera que jamás pensé que vería. Si su madre y Ryan no hubiesen usado su magia, seguramente Luke ya no estaría vivo.

—¡Te quiero, pero no te vuelvas a meter así con Luke! ¡Él me ocultó cosas, fue muy injusto conmigo varias veces, pero él es mi hermano! ¡No tienes derecho! —me gritó al caminar hacia mí.

Ella estaba herida, con miles de cosas en la cabeza, y aun así, pasé por su lado con el disgusto en mi semblante y le dije:

—¡Váyanse todos a la mierda!

Nate salió detrás de mí, claramente con miles de preguntas formándose en su cabeza y formulándose por su boca. En el camino pidió respuestas, pero yo le dije que cerrara la boca. Aunque el bichito de la incertidumbre me picó.

¿Y si Nate le decía algo a papá o a la asociación?

No me podía arriesgar a algo como eso. No cuando podían ir a matarla. O bueno, a dañarla.

—No diré nada si me explicas la situación —me contestó. Lo fulminé con la mirada y, aunque mi rabia era tan grande que me daba ganas de pegarle a mi hermano, le dije todo lo que sabía. Y le juré que si abría la boca él terminaría tirado en una zanja y con una estaca bañada en sangre de hombre lobo.

Golpeé la puerta de casa de Michelle, la bruja que me dijo sobre lo de la profunda depresión.

—¿Qué haces aquí, Chase? —me preguntó desde el otro lado de la puerta.

—¿Puedes abrirme?

—¿Qué haces aquí, Chase? Los vampiros no son bienvenidos en mi a casa. Ahora lárgate.

—No, por favor. Vengo en paz, no quiero pelear ni nada, solamente hablar.

—No tengo nada que hablar contigo.

Me desacomodé el pelo con frustración.

—Dame sólo dos minutos, Michelle. Puedes estar segura de que no te haré daño —supliqué.

Por el diablo... ¿yo suplicando? Realmente no me encontraba bien.

Ese vacío en mi pecho, esa presión de oscuridad, esa carga sobre mi espalda y mente parecía que me consumían. No sabía por qué era tan fuerte, tan intenso, y si tuve ese gramo de fuerzas para salir de mi cuarto (del que, por cierto, no salía desde hace tres días) fue porque ya no lo estaba soportando. Las ganas de morir se iban acumulando y ya me visualizaba encontrando a un hombre lobo, matándolo, quitándole sangre, echándosela a una estaca y luego matándome.

No oí una respuesta, pero la puerta, después de unos segundos, se entreabrió. Vi los ojos de Michelle.

—Si intentas algo, sentirás mucho dolor, ¿entendiste?

Asentí, aliviado de que fuera abrirme. Me permitió pasar.

—Siéntate en el sofá —me indicó—. ¿Qué se te ofrece, Chase? —se cruzó de brazos y tomó asiento delante de mí. Michelle me miraba con recelo.

—Tengo que preguntarte algo importante —respondí. Iba a continuar, pero Michelle se inclinó hacia adelante para tomar mi mano. Sus ojos se cerraron—. ¿Qué haces?

—Shh... —me calló.

Me quedé en silencio, mirándola con extrañeza.

—Vienes por lo que sientes, ¿verdad? —abrió los ojos—. Por la depresión que tienes —aclaró.

—Preguntaría cómo lo sabes pero eres bruja, así que... —contesté.

En cierta parte era molesto que los brujos te tocaran y pudieran sentir ciertas cosas. A veces podían hasta detectar las mentiras. No podíamos tener tanta privacidad estando cerca de esta especie.

—¿Qué quieres que te diga? —preguntó.

—¿Por qué pasa esto?

—Estar en el infierno o en la puerta es complicado. Trae precios cuando vuelves a la vida.

—Pero, ¿por qué desperté con este vacío en el pecho si no estuve por mucho tiempo? De hecho, no pasó ni un día.

—Porque tu muerte fue provocada por magia negra, y ese tipo de magia es dedicada a una persona a la que se tiene rencor. Es practicada para hacer daño, para que, cuando mueras, sigas sufriendo. En el caso de los brujos es distinto, somos otro tipo de especie. Em cambio, tú, que eres un vampiro, fuiste directo al infierno porque eres antinatural. Los brujos seremos sobrenaturales, pero nuestra magia forma parte de la vida, forma parte de la naturaleza —presumió. A mí no me interesaba eso. Yo no quería saber sobre la grandeza de ser un brujo, con ser parte de la naturaleza.

—¿Por qué se siente tan fuerte? Parece que me consume.

Afirmó con la cabeza.

—Y lo hace, te consume. Se siente fuerte por lo mismo, por la puerta del infierno.

—¿Por qué de todas las otras cosas malas que me pudieron pasar tengo depresión?

—La puerta del infiero y la magia negra juegan contigo. Causar daño es su entretenimiento favorito. Si te ha tocado sentir ese vacío en el pecho es porque tienes una herida abierta que nunca cerró. Saliste del infierno, sacaron lo que queda de tu alma de allí, pero obviamente los demonios no te iban a dejar salir impune.




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