Chase:
Durante tres días no vi a Skyler. Nos enviábamos textos y hablábamos por teléfono, le preguntaba cuándo podía colarme por su ventana para vernos, besarnos y tocarnos, pero en todas las oportunidades ella rechazaba mis ideas y terminaba cortándome o diciéndome que tenía que irse. Algo estaba mal con Skyler, en su voz se podía notar y, a pesar de que no la tenía frente a mí, me imaginaba sus ojos con otro tipo de intensidad y profundidad.
Estaba seguro: algo malo ocurría, y lo confirmé cuando su madre me llamó por teléfono. Al principio pensé en rechazar la llamada porque era un número que no tenía agendado y realmente no me interesaba saber quién me marcaba, pero una corazonada me advirtió que era mejor no hacerlo y atender.
«No me caes bien y creo que nunca lo harás, pero si te llamo es porque necesito de toda la ayuda posible. Skyler no está bien, algo malo sucede con ella y creo que tú y yo sabemos qué es.»
Cerré la puerta de mi auto y corrí hasta llegar a mi lugar.
Las palabras de su madre resonaron en mi mente mientras me senté bajo el árbol que adopté como mío.
—¿Qué sucede? —le pregunté.
—Necesita sangre y no sé cómo conseguírsela. No me atrevo a ir robar la sangre de las personas que donan como ustedes hacen —sus últimas palabras fueron un claro golpe, un ataque de alguien que no quiere a los vampiros. Intenté no hacer hincapié en esto. No era un momento como para que su madre me odiara más de lo que ya hacía.
Ya me preguntaba cuándo sería el día en que necesitara sangre. El día de la fiesta de Halloween, Skyler transformó su rostro normal en la de un monstruo, pero fue por la ira y no por el hambre. Ahora la cuota estaba requiriendo ser pagada, porque a juzgar por cómo era el tono de su madre, lo podía deducir. Seguramente era por eso que Skyler no quería que fuera a verla, por eso huía de mí, de mi voz y de mis ganas de verla y tocarla.
Tenía hambre. Tenía sed. Sed de sangre, y conocía muy bien el sentimiento. No sabía mucho de lo que pasaba con las abominaciones y cómo predecir los efectos de una, pero sí sabía que era una jodida mierda y que Skyler hoy estaba sufriendo por culpa del egoísmo de sus padres.
—Puedo conseguirla, pero necesito que uno de mis hermanos sepa de esto para ayudarme.
—¿Uno de tus hermanos? —preguntó con molestia.
—Skyler me contó que tus hijos te dijeron lo que ha pasado en el bosque hace unos días, así que también sabes que mis hermanos saben lo que hizo Skyler y lo que es. Al igual que Nate, no dirán nada, pero la condición fue que los mantuviera al tanto de cada cosa, que no los dejara fuera de esto. Creen que es peligroso. Y nuestro lema es que, si uno cae, todos lo hacemos, Si uno va, el otro también. Siempre fue así.
—Tú y tus hermanos son unos vampiros miserables, inútiles, así que, si llegan a abrir la boca, terminarán en el infierno. Yo misma haré un pacto con el diablo si alguno intenta lastimar a mi hija.
Asentí.
En eso concordábamos.
—Estamos de acuerdo. Nadie le hará daño.
—Ven lo más pronto que puedas. Skyler está así desde hace días, vengo notando sus cambios, pero recién ha abierto la boca para confirmar mis pensamientos. Hace tres días pensé que su lado de bruja estaba enfermo porque vomitaba todo lo que comía, pero tiene más de cincuenta de fiebre y su piel se está tonando como si se secara. Ella ha prometido que se controlará para no hacerle daño a nadie, que no dejará que nada termine apoderándose de su cuerpo, pero no sé... No es cuestión de prometer.
—Estaré allí en menos de veinte minutos —la tranquilicé—. Casi no tengo bolsas en casa, así que tendré que ir al hospital a robarlas. ¿Sabe Skyler que me has llamado?
—No. No quiere que la veas así, por eso le he sacado el teléfono a escondidas para agendar tu número en mi celular.
—¿Qué está haciendo ahora? —le pregunté al mismo tiempo en que me levantaba y empezaba a caminar con prisa. Tenía muchas ganas de estar tranquilo en mi lugar de aislamiento, pero ella me necesitaba y no dejaría que la sed la consumiera. El deseo de sangre a veces es tan fuerte que puede llegar a nublar tu juicio, y Skyler llevaba consigo dos fuentes de poder: el vampirismo y la brujería. Si con mi bipolaridad me descontrolaba a niveles en los que era difícil pararme, no me quería ni imaginar cómo sería para una abominación.
—Está acostada, intentando dormir. Su fiebre me preocupa. Date prisa, Chase.
—Estoy subiéndome al auto —contesté cerrando la puerta—. Voy a cortar —avisé.
Marqué el número de Zach.
—Chase —su voz parecía algo agitada.
—Necesito tu ayuda.
—¿Ahora? —se quejó—. Estoy con una chica.
—Puedes dejar tu polvito para después.
—No estoy por tener ningún polvito —mintió. Prácticamente podía escuchar hasta la respiración agitada de la chica con la que planeaba acostarse.
—Un poco más y oigo cómo la chica gime, Zach.
—¿Qué quieres, Chase?
—Te necesito. Es importante.
—¿Te ha dejado tu novia y tienes el corazón roto?
Rodé los ojos.
—No. Pero nos necesita a ambos. Está mal. Te espero en el hospital del centro.
—¿Puedo terminar de coger y luego voy? —inquirió y rodé nuevamente los ojos.
—No —sin esperar su respuesta, tiré el celular al asiento del copiloto.
Estacioné el auto en menos de cinco minutos, saqué una mochila negra del baúl y esperé atento a que Zach llegara. Vi que a lo lejos una mujer conocida pasaba con un niño y una niña, y a medida que se acercaba a la entrada del hospital, la reconocí: era una de las mujeres que formaban parte de la asociación, por lo que a regañadientes y con prisa, me vi obligado a bajar la mirada y a alejarme para que no me viera, porque si ella me llegaba a ver iba a preguntarme qué hacía allí.
Para los brujos, que un vampiro entrara al hospital era... raro, sospechoso. Ellos ya comprendían nuestras intenciones con sólo vernos: robar sangre. Para ellos no era justo que le robáramos la sangre que la gente donaba para salvar a otras personas, y lo entendía, pero para los vampiros, la sangre es nuestro alimento, y si no podíamos matar, de algún lado debíamos obtener la comida, y qué mejor que un centro médico. Pero en el pueblo uno de los acuerdos de paz especificaba que a la sangre nos la adjudicarían siempre los de la asociación, lo que nos prohibía una entrada tranquila a los hospitales.