Atracción Destructiva

Capítulo setenta

Skyler

Realmente no sé cómo es que Chase logró convencer a mi madre de que le permitiera quedarse en casa a dormir conmigo, pero no quise preguntar nada y dejé que él se acostara en mi cama y que me abrazara. Chase me hacía sentir en las nubes y muy protegida. Era como si estar con él fuera un escape de la realidad.

Olía a cigarrillos, lo que no me gustaba tanto, pero en ese momento no le presté la atención de veces anteriores. Ahora lo único que importaba es que estábamos juntos en una noche fría y larga. Durante tres días no lo vi porque no quería que me viera en el mal estado en que mi piel se encontraba, pero ahora que lo tenía a mi lado me arrepentía de no haberlo llamado y dicho que viniera a verme, porque la paz que estaba sintiendo teniéndolo a él detrás de mí era la que podía haber sentido si le hubiese permitido venir.

Chase dejó de abrazarme.

Me di la vuelta para ver qué hacía y lo descubrí quitándose la remera y tirándola desinteresadamente al suelo.

—Ya te abrazo —me avisó en un susurro mientras se acomodaba en la cama.

—Quiero dormir en tu pecho —le hice saber y lo empujé levemente hacia atrás para que se acostara y recosté mi cabeza en él.

Su pecho era firme y duro, me daban ganas de tocarlo y de que hiciéramos el amor. Esta era la primera noche que pasaríamos juntos en mi cuarto desde que nos pusimos de novios y quería hacer algo más que dormir. Solamente tuve una noche de locura con él y quería cambiar el número de noches, no por la experiencia sexual, sino porque quería sentirlo dentro de mí. Chase imponía muchísimas cosas, y una de ellas para mí era el deseo carnal.

Hoy había sido un largo día y, a pesar de que algunas partes estaban un poco borrosas en mi mente, el cansancio físico que sentía era de un corredor de maratón.

Tracé círculos en el pecho de Chase mientras observaba la nuez de su cuello. Él estaba sumido en su cabeza, con la mirada perdida en un punto muerto del techo.

—¿En qué piensas, amor? —susurré. Me di cuenta que era la primera vez que le había dicho así.

—¿Amor? —reparó.

—¿No te gusta que te diga así? —hice una mueca.

—Sí, me gusta, es bonito que lo digas tú.

—Entonces, ¿puedo llamarte así?

—Creo que tú no tienes que pedirme permiso para decir cosas, ¿no te parece?

—Entonces, si te digo cuchurrumín, ¿no te enojas?

—¿Qué? Por el diablo, no, eso nunca lo digas —me dejó claro y me provocó una risa. Por esas cosas es que Chase era tan especial. Me hacía reír y olvidarme de las cosas malas aunque fuera solamente un minuto.

—¿En qué pensabas? —formulé lo que quería saber desde un principio.

—En nada.

—¿En nada? Suena a mentira, Chase. Anda, dime —pedí—. ¿Pensabas en que quizá sea mejor que te largues de mi casa para delatarme con las personas que me buscan?

—No, Sky, claro que no. Estaba intentando centrarme en el silencio del cuarto, en la oscuridad de la noche y en la calidez de tu presencia. No quiero pensar en nada ahora. No hoy. Mañana tendré tiempo para pensar y para preocuparme. Estoy cansado.

—¿Cansado físicamente o de m...?

—No, Sky, no estoy cansado de ti. Lo juro. No te hagas la cabeza, te harás mal. No busques fantasmas donde no los hay.

«Fantasmas...»

Esas palabras me hicieron acordar al sueño que tuve una vez, uno en el que estaba en un lugar desconocido y que de repente muchos muertos me rodearon y empezaron a aturdirme con sus gritos. 

—Chase...

—¿Sí? —me atrajo más hacia él.

—He tenido sueños raros hace unos meses, más o menos cerca de la facha en que llegué a Hasser.

—¿Qué sueños?

—Soñé que mamá me despertaba y empezaba a suceder todo lo de hoy, lo de la inyección, lo de la herida de mamá en la cabeza... En el sueño me veía asustada porque no sabía qué les pasaba a todos ustedes... Y hoy pasó todo exactamente igual.

—Puede ser que tu lado de bruja haya tenido la premonición de que esto iba a pasar.

—Sí, es lo que supuse, pero también tuve otros dos sueños malos. Los considero alarmantes. Un día tuve una de esas pesadillas y luego volví a tenerla, pero la segunda vez tuvo como una especie de continuación.

—¿Una especie de continuación? —me miró.

—Sí —afirmé.

—Cuéntamelos —pidió.

Así que lo hice. Se los conté con lujos de detalles. Y por un momento sentí como si otra vez estuviese viviéndolos y sintiéndolos, porque recuerdo perfectamente que después de despertar de esas pesadillas mi cuerpo estaba sudado y tenía una mala sensación recorriéndome de pies a cabeza.
 

Mi mirada viajó hacia todas partes.

No sabía dónde me encontraba. Era un lugar desconocido, un lugar que apenas contenía luz. No hacía frío, sino que mucho calor. Era una calidez que quemaba, prácticamente me sentía como si estuviese en el mismísimo infierno. No sabía cómo ni por qué lo asimilaba como tal, pero la sensación de mi cuerpo me gritaba que era eso.

Estaba temblando, y no dejaba de preguntarme la razón. Ya lo había dicho: no hacía frío. ¿Era miedo lo que sentía?

No lo sé. No me encontraba asustada, sólo algo desconcertada. Miraba hacia todas partes con más repetición mientras intentaba levantarme del suelo, pero no podía hacerlo con rapidez: perdía el equilibrio y caía. No tenía fuerzas. Había estado acostada en un rincón oscuro desde que me desperté, y los divagues no dejaban de estallarme la cabeza. Volví a intentar levantarme y, agarrándome de la pared, pude conseguir lo que quería.

¿Cómo había llegado allí? Eso no tenía sentido alguno.

Era un sueño. Tenía que serlo. A veces las personas tenemos la capacidad en ciertas ocasiones de darnos cuenta que estamos en un profundo y mal sueño. Más bien, en una pesadilla.

Me levanté del suelo y empecé a caminar hacia la luz tenue que lograba ver a lo lejos, pero era como si estuviera recorriendo un largo camino porque nunca llegaba a mi destino. Los sonidos de golpes me alertaron y me giré hacia todos lados para saber de dónde provenían. El miedo me invadía por primera vez y el aire fue haciendo ausencia en mis pulmones. Aún tenía la falta de equilibrio y, si no intentaba retomar la compostura, me iba a caer.




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