Skyler
No sabía qué hacer para matar el tiempo. Los nervios estaban comiendo mi cabeza y mi cuerpo y la tensión amenazaba con hacerme llorar.
Chase seguramente ya estaba metido en aquel ritual. Nuestra última conversación había sido en la mañana, cuando subió por la ventana para darme un abrazo y decirme que todo estaría bien. Pero vi en sus ojos que no estaba del todo seguro. Nadie podía asegurarse de que las cosas no se saldrían de control allí en el infierno. Por algo se le llamaba así.
Tan solo de pensar en que le hacían daño, un cosquilleo similar al que sentí cuando mis poderes se activaron, recorría mi cuerpo levemente, y me daba miedo que el efecto del hechizo que mi familia hizo para mí dejara de tener resultados positivos. Por eso intentaba controlarme, intentaba pensar en otra cosa, pero se me hacía casi imposible. Y, para colmo, también me traía preocupada eso: el tiempo de cordura se me agotaba.
Llamé a Jason.
—Amiga.
—Jason, hola.
—¿Cómo estás?
—Más o menos. ¿Podrías venir a casa? Estoy teniendo una crisis.
—¿Con tus poderes o por lo de Chase?
—Con lo de Chase. Y bueno, un poco por lo otro.
Carraspeó su garganta.
—Tengo que terminar de hacer algo, pero como en veinte minutos estaré allí contigo. ¿Quieres que lleve algo para cenar? ¿O ya comiste?
Sonreí.
Jason era mejor que tener amigas.
—¿Estás agitado? —abrí grande los ojos cuando llegué a oír algo extraño al otro lado de la línea.
—Eh... —dudó un momento—. Después hablamos, Skyler, en un momento voy.
Ni siquiera me dejó responder porque me colgó. Pero no importó, luego lo tendría en mi casa y le preguntaría en qué cosas andaba. Mi primer pensamiento era que yo lo había interrumpido en un momento de placer. Eso me sacó una sonrisa que me hizo olvidar por unos segundos de lo que me traía tan preocupada.
Bajé las escaleras en busca de mis hermanos y solo di con mis tíos y mi madre en la sala.
—¿Dónde están lo chicos? —pregunté y ellos giraron su cabeza para verme. Los tres lucían un poco preocupados, estaban al tanto de lo que Chase estaba haciendo, al tanto de la respuesta que los brujos de la asociación esperaban tanto.
Además de incómodo y trágico, era raro esto de ser la destructora del mundo sobrenatural. Siempre, en toda mi vida, me había sentido inferior a todos, nada especial. Y de repente, cuando menos lo espero, la noticia me da un golpe fuerte en la cara y mi vida cambia en todos los sentidos. Ya no me sentía tan ciega como antes. Comprendí en aquel instante que tenía mucho poder en mí, pero aunque era interesante lo poderosa que me hacía sentir, como dije, era trágico.
Sentía que yo era una enfermedad para el mundo y, a decir verdad, lo era. No por nada también me apodaban La Peste. Sin siquiera pensarlo y sentirlo, yo podía expandir malas energías, y eso algunas veces creaban efectos grandes en las personas. Sin desear arrebatarle nada a nadie, ya le había quitado vida a la gente. Incluso a mis hermanos y a mi amigo.
No quería morir. No quería que nadie supiese la manera de terminar con mi vida y tampoco que supieran que era yo la que provocaba todo lo malo. Pero sabía que era correcto que mi muerte sucediera. Yo estaba aquí, en el mundo, un poco loca gracias a lo mismo, pero también estaba sana, era fuerte, con ganas de disfrutar de todo lo que la maravillosa naturaleza pudiera darme. Pero todo volvía a reducirse a la maldad que yo creaba. Porque mientras yo pisaba la tierra, mucha gente tenía que despedirse de sus vidas, de su estadía en la tierra. Y todo por mí.
—Chicos —pronuncié al asomarme por la puerta del patio. Los tres se giraron a verme. Estaban sentados en uno de los bancos de madera que el tío construyó hace poco y que la tía pintó de color plata para simbolizar la paz en estos tiempos de incertidumbre y desconsuelo.
Cosas de brujos experimentados.
—¿Tienes alguna novedad? —Quiso saber Ryan. Tenía la mirada de todo un curioso.
Sentí un pinchazo de miedo en el medio del pecho.
Dejé escapar un suspiro mientras caminaba hacia ellos y me senté entremedio de Luke y Sara.
—No sé nada. Ni siquiera sé si llegó o no. Chase ha estado muy raro hoy. El último mensaje que me envió fue a las ocho treinta, y ya son casi las nueve y veinte. ¿Creen que el ritual ya haya comenzado?
—Lo más seguro es que sí —asintió Sara.
Chase realmente no tenía que haber hecho esto. Si él no regresaba, me echaría la culpa de por vida. Y la mía era muy larga.
—Así que ha estado un poco raro hoy, ¿eh?
—Así es, Luke. Cuando vino a despedirse, me dio un beso, me abrazó fuerte para calmarme, pero él no se notaba como siempre. Seguía con su típica oscuridad en él, pero esta vez se sentía... no sé. Pero supongo que es porque Chase odiaba el infierno. Ha estado allí en más de una oportunidad. Y claramente no le fue bien ninguna de esas veces.
—Estaría loco si no lo odiara —acotó Ryan.
—Lo sé, pero sabes a lo que me refiero. Sé que me quiere, y es lindo que me ayude, pero no estuvo bien lo que hizo. Debería haberme preguntado antes de ofrecerse. Si no despierta, lo habré perdido. Y si llega a despertar, algo malo traerá consigo.
—Al menos, si despierta o no, ya se habrá ganado mi respeto —soltó Ryan y volteé mi cara para verlo.
¿Había escuchado bien?
—¿Lo aceptarás? —me brillaron los ojos.
—Como dije, se ganará mi respeto.
—Ya se lo ha ganado —siguió Luke.
—No cualquiera hace eso por alguien —concordó Sara—. Obviamente te quiere. Pero si llega a despertar y piensa abrir la boca para decirle a todo el mundo lo que eres y cómo puedes morir, no podrá. Hemos hecho un hechizo para que su garganta se queme y no pueda hablar —su tono fue de superioridad.
Elevé las cejas.
—¿Realizaron un hechizo?