Atracción Destructiva

Capítulo uno

Skyler:

—¿Te quieres apurar? —me gritó mi hermano desde dentro del auto—. Si repruebo asignaturas por llegar tarde a clase será por tu culpa. 

Rodé los ojos. 

Qué exagerado. 

—No jodas, es el primer día de clases —repliqué, subiéndome al coche. 

—No tiene nada que ver que sea el primer día de clases. Te conozco y sé que será lo mismo todos los días. 

—No es verdad —mentí. 

—Lo es —contradijo. 

Por supuesto que era verdad. 

Yo no pensaba tener que levantarme de lunes a viernes una hora antes para ir al colegio. Mi método desde que empecé la secundaria siempre había sido levantarme media hora antes de la entrada a clases. Nací con el don de la rapidez para cepillarme los dientes, ducharme, cambiarme, desayunar y llegar a tiempo a la escuela. Cuando llegaba la hora de despertarse la cama solía abrazarme y no querer soltarme. La alarma siempre estaba puesta a las seis de la mañana, pero mi preciada cama me decía que me quedara media hora más. Y por supuesto que yo le hacía caso, le tenía demasiada lealtad a ese cómodo colchón.

—Luke, este año no estarías apurado para ir a clases si no hubieses repetido el tercer año. En este momento tendrías que irte sin preocupación alguna a la universidad, como lo hace Kyle. 

—Sabes por qué repetí —se defendió luego de girar la llave par arrancar el vehículo. 

—Sí, porque eras vago y no querías sentarte a estudiar. 

—No, por los entrenamientos. 

—Tenías entrenamiento a las cuatro y salías de la escuela a las dos treinta. La práctica duraba una hora nada más, cuando llegabas a la casa tenías tiempo para estudiar para los exámenes —refuté. 

Luke siempre había sigo demasiado desinteresado en lo que a la escuela se refería. Era un chico demasiado inteligente, todos lo sabíamos, pero él jamás lo demostró en el colegio. Tenía promedio de seis todos los años, excepto en tercero. Había reprobado casi todos los exámenes y, como no quiso asistir a la escuela de verano, le tocó repetir. Ahora estaría en quinto conmigo, y era la desventaja que yo tenía que soportar porque mi hermano había repetido curso. Luke era bastante molesto en las clases y la mayor parte de la veces me terminaban llamando la atención a mí cuando en realidad el de la culpa era él.

—No puedes decir nada, tú también eres bien vaga, Skyler. 

Totalmente cierto. 

Mi promedio era parecido al de Luke. Algunos años seis, y otros, con suerte, de siete. Pero en mi defensa podía decir que siempre me costó horrores la escuela. Y mucho más cuando los exámenes se acumulaban en una semana. Me producía mucho estrés y mi concentración se esfumaba y se centraba en las moscas que volaban a mi alrededor. 

 —Si llegamos tarde te voy a culpar —amenazó y yo lo miré.  

—¿Tan asustado estás de que la tía no te deje jugar fútbol americano? 

—Adoro el deporte, en especial el fútbol, y la tía ha sido demasiado clara con que, si no saco buenas notas, no me dejará asistir a las prácticas. Además, por si quieres saber, me gustaría que sea un mejor año. Uno en el que no me tenga que preocupar por si repito o no. Tengo que ser más responsable, llegar a tiempo, eximirme en todas las asignaturas —comentó. 

Yo lo miré expectante, asombrada ante sus acotaciones, pero le dije:

—Debe ser el entusiasmo del primer día de clases. Estoy segura de que se te pasará. 

—Yo también —se ríe. 

—Además, te conozco, si no te dejan salir te irás por la ventana de tu cuarto. 

—A veces hay que recurrir a ciertas medidas cuando la situación lo requiere —dijo—. ¿Te sientes nerviosa? —inquirió. 

Negué con la cabeza y lo observé un instante. 

—¿Te refieres por ser la nueva? —Él asintió y yo pensé mi respuesta un poquito mejor—. Bueno, sí, eso creo —admití—. ¿Tú?

—No —respondió. 

—¿Por qué no?

—Porque prefiero ponerme nervioso para cosas como un torneo, no por ser el nuevo. 

—Cómo jodes con el fútbol. 

—¿Algún problema con mis gustos? —me miró. 

—Ninguno —respondí—. Creo que por primera vez estoy contenta de que vayamos juntos al mismo año. Pero por favor te lo pido, no me avergüences —dije, buscando mi teléfono por todo el auto. ¿En dónde será que lo dejé?

—Lo haré si me haces llegar tarde. 

—¿Has visto mi teléfono? —le pregunté, ignorando su amenaza. 

Negó. 

—¿Has visto mi bolso? —inquirí desorientada mientras observaba los asientos de atrás en busca de mis pertenencias. 




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