Atracción Destructiva

Capítulo tres

Skyler:

—No te sientas tan tocado que no te estoy mirando a ti —mentí. Algo tenía que responder, no podía simplemente quedarme callada y pasar otra vez vergüenza. Tenía que hacer que quedara mal parado como yo había quedado cuando él abrió la boca. Era un chico super guapo pero tenía un toque de grosería en su grave voz. 

Y hablando de su voz... Qué voz. 

Mi hermano miraba con atención al chico junto al profesor. Por un momento pensé que le diría algo pero no lo hizo. Quizás nuestro intercambio de miradas había bastado para que le quedara claro que no quería que armara algún problema. Yo podía defenderme sola con mis palabras, no quería que Luke tuviese que meterse en líos sólo porque un chico se hizo el importante. 

Cuando volví mi vista a la puerta ambos no estaban. Ni el profesor White ni el golpeado.

—Qué grosero —musité. 

—Eso no hubiese pasado si no te lo hubieras quedado mirando como una embobada —articuló. 

—No lo estaba mirando como una embobada porque fuese lindo, sólo me daba curiosidad su rostro; estaba bastante golpeado. 

—Pero al menos podrías haberte dedicado a disimular. ¿Viste cómo te miró? Parecía molestarle que le mirases de una forma tan obsesiva.

—Ay, no me jodas, no le estaba mirando como una obsesiva. Hoy te levantaste medio exagerado. 

—Como digas. Pero te pido que no te metas con ningún chico de aquí —respondo. 

—¿Tienes miedo de tener que ver por primera vez a tu hermana con un novio? —inquirí, viéndolo. 

—Tú no tienes edad para novios. 

—Tengo diecisiete, Luke. 

—No es suficiente para comenzar a tener relaciones amorosas con muchachos. 

—¿Ah, no? ¿Y a qué edad podré? ¿A los cuarenta...?

Negó.

—A los cincuenta. 

Suspiré. 

Qué tedioso. 

Luke siempre fue de esa forma; un hermano celoso y sobre todo protector. Recuerdo que una vez había empezado a salir con un chico en mi antigua escuela y, cuando él y Ryan se enteraron, ahuyentaron a mi conquista. En ese entonces tenía quince, era comprensible que se sintieran molestos al saber que su única hermana menor andaba conociendo a alguien. 

Pero ya tenía diecisiete, estaba bastante mayorcita como para que me dijeran que no podía estar de novia. Además, Luke no tenía de qué preocuparse porque no conocía a nadie en la escuela y  era el primer día. Quizás no llegaba a hacer ningún amigo y a los chicos les podría parecer fea. No debía de adelantarse a hechos que no ocurrieron. 

El timbré sonó y tomé mis cosas para empezar a caminar junto a mi hermano por los pasillos. 

La siguiente clase era ciencias, y por desgracia no me tocaba con Luke. Siempre me quejaba de que no me agradaba que estuviésemos juntos en las mismas clases y en el mismo año, pero en ese momento quería que fuésemos compañeros. No sabré con quién sentarme o de qué hablar con quien sea que me toque de acompañante en el banco. 

—Te veo después, ¿sí? Espero que me toquen compañeras bien guapas —comentó, y yo sonreí. Nunca cambiaría. 

Recorrí los pasillos con desorientación. Otra vez no encontraba el salón. Por suerte la clase no había empezado aún, pero me sentía tan perdida que no creía lograr encontrar el aula a tiempo. Y no lo hice. 

—Mierda —farfullé, mirando para todos lados. Los pasillos habían quedado desiertos. Volvería a llegar tarde a la clase y tendría que inventar alguna excusa. O más bien podía decir la verdad. Nadie se había ofrecido a orientarme en el edificio. La escuela era demasiado grande que no había posibilidad de que no me perdiera. No era adivina como para saber en dónde quedaba cada clase. Pero claro, yo tampoco me había parado a preguntarle a alguien en dónde se encontraba tal cosa. Es que todos los chicos parecían tener una vibra media extraña, poco amigable y creí que no me convendría molestarlos. 

—Si buscas la clase de ciencias, vas por el camino equivocado —escuché decir, y de inmediato volteé. Me encontré con un muchacho de un aspecto casi rudo pero a la vez familiar. 

—¿Te conozco? —le pregunté sin querer hacerlo. Él me miró directo a los ojos y pareció debatirse en si debía responder o si no. 

—No, lo dudo mucho —respondió, y luego agregó una sonrisa. Por segunda vez en el día una sonrisa me pareció ser real y, por alguna extraña y desconocida razón, supe que podía confiar en él—. Buscas la clase de ciencias, ¿verdad?

Asentí. 

—¿Cómo lo sabes?

—Lo presentí —volvió a sonreír y ladeó con la cabeza hacia un costado—. Ven, te acompaño. Yo también tengo que ir. 

—¿Cuál es tu excusa por llegar tarde? —pregunté para hacer conversación mientras le seguí el paso a su lado. 




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