Atracción Destructiva

Capítulo ocho

Skyler:

—No, yo quiero trabajar con Jason, no con Nate —protesté. 

—Ya te he anotado junto con Nate. Lo siento, pero este trabajo lo haces con él —mintió White, restándole importancia a la situación y volvío su mirada a unos papeles que reposaban en su escritorio. 

—Aún no ha escrito nada —repliqué—, sólo está leyendo una hoja.

—Ahora ya empecé a escribir. No se discute más. 

Resoplé y me crucé de brazos, acción que siempre hacía cuando no hacían lo que yo quería. Miré a Jason a mi lado, quien fulminaba al chico de en frente. 

—Te dije que no la salvarías de mí —soltó Nate con veneno. 

—Que conste que, si te sigues haciendo el malo con Jason, no iremos a tu fiesta —amenacé, y Nate rió, haciendo que me sintiera algo tonta. Pero levantó las manos, rindiéndose. 

—Esta es mi oportunidad de mostrar cómo soy, para que veas que no soy como él me pintó. 

—¿Por qué quieres mostrarme cómo eres en realidad?

—Para arruinarte, como hace con todas —se metió el chico a mi lado. 

Suspiré. 

Lo miré a los ojos y entendió con la mirada que no quería que siguieran con su pleito delante de mí. Asintió y forzó una sonrisa. 

—Skyler, tienes que sentarte con Nate —me avisó el profesor, y mentalmente le saqué la lengua. 

—Bueno... Ya voy. —Miré a mi compañero de trabajo y rechisté mentalmente. De verdad me sentía más cómoda al lado de Jason—. ¿Con quién harás el trabajo? —divagué al ver que mi asiento anterior no era ocupado por nadie. 

Me observó. 

—Con nadie, si nadie lo quiere —contestó Nate, y yo lo miré mal. 

Qué pesado era, por favor. 

—No te metas, no hablo contigo. 

—Con nadie, lo haré solo —contestó, y sacó su cuaderno de matemáticas. Sentí pena en alguna parte de mí. No sabía por qué, pero algo me decía que no se sentía cómodo haciendo el trabajo solo y que lo que Nate decía era en parte verdad. 

Le regalé una sonrisa y me dí la vuelta para observar  la pizarra, en donde el profesor White escribía algo. 

—Quiero ver cómo van con los algoritmos. 

No. 

El peor tema que me podía dar. 

Detesto eso. El curso anterior casi me llevo la materia por ese tema. 

—Si pasaron a quinto es porque saben resolver las operaciones. Es muy sencillo.

<Sí, para ti.>

<Y si pasé a quinto fue porque le copié la evaluación final a mi compañero de banco.>

Suspiré con desgano. 

—No los entiendes, ¿verdad?

—No —confesé—. No me salen. 

—Tienes suerte, soy rápido en matemáticas, así que te ayudaré a entender los ejercicios. Cualquier cosa que te cueste más de lo normal, lo haré yo y le diré al profesor que lo hicimos juntos —dijo, y yo lo miré observarme. Me sonreía de una manera simpática y algo divertida. Sus ojos reflejaban amabilidad pero también oscuridad. ¿Por qué será que Chase y Nate tenían esa conexión oscura? ¿Por qué ambos? 

Quizás sean unidos y sus personalidades se hayan combinado, o quizás tenía que ver al tipo de familia que pertenecían. 

—¿Estás triste? —le pregunté sin querer. No sabía por qué, pero las palabras habían salido por sí solas de mi boca. Su expresión exterior decía todo lo contrario, pero algo en mí decía que por dentro no se sentía bien. 

Era extraño. Difícil de descifrar por completo. 

Pero en mi pecho podía sentir el dolor, el nudito en mi garganta, que no estaba ahí, pero era como si mi mente imaginara que sí. 

Lo sé. Extraño.

Su expresión cambió de repente. No sabía si de molestia o tristeza. Pero sí podía descifrar que contenía algo de sorpresa.

—¿Por...? 

—No, nada. Olvídalo, no sé por qué pregunté eso.

—No, dime. ¿Por qué preguntaste si estoy triste?

Negué, e hice un ademán para restarle importancia y para que se olvidara del tema. 

—No sé, en serio. Olvídalo. Es muy atento que te ofrezcas —le hice saber, nerviosa, y le agradecí con una sonrisa, la cual se borró de inmediato cuando sentí que unos libros chocaron con fuerza en mi banco, provocando que me sobresaltara. 

—Qué raro tú sentándote en donde no debes. 

Otra vez el adjudicado éste.

Maldito Chase. 

Ya. Definitivamente hoy no es un muy buen primer día de clases. 

—Estoy por hacer un trabajo con tu hermano —repliqué, intentado parecer segura y nada intimidada. Pero era todo lo contrario. No estaba segura en nada y sus ojos azules me intimidaban por completo. 




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