Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Recordando.

Ainara estaba sentada en su habitación, mirando el techo mientras buscaba ordenar sus pensamientos, intentando procesar su presente, la luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas, creando sombras danzantes en las paredes.

Su mente vagaba, aún nublada por la confusión, retrocediendo en el tiempo hasta llegar al sexto grado de primaria. Un año marcado por su continua rivalidad con un chico. Recordaba el bullicio de la escuela, las risas de sus compañeros y, sobre todo, las miradas irónicas de Mauro, el niño que siempre lograba sacarla de sus casillas con su sarcasmo afilado.

La graduación se aproximaba, y con ella, la sensación de un nuevo comienzo. Pero para Ainara, cada momento con Mauro era una batalla de ingenio y resistencia, deseando que los días pasarán y llegará el momento en que no lo viera más. Aquel día, en particular, estaba grabado en su memoria con una claridad dolorosa.

Era el día de su graduación de primaria, un momento que debería haber estado lleno de alegría y celebración. Ella estaba nerviosa y emocionada, a la vez que no podía evitar buscar con la mirada a Mauro, su eterno rival, no quería que ese día fuera arruinado por él.

—Vaya, nunca pensé que te vería tan nerviosa por algo tan simple como una graduación —dijo Mauro, con su tono habitual de sarcasmo, acercándose a ella justo antes de que comenzara la ceremonia.

Ainara lo fulminó con la mirada, sintiendo cómo la irritación se apoderaba de ella.

—No empieces, Mauro. Este es un día importante para todos, incluso para ti —respondió, tratando de mantener la calma.

Mauro se encogió de hombros, con una sonrisa burlona.

—Bueno, al menos después de hoy no tendré que verte más. Al fin nos liberamos el uno del otro. —dijo, con un brillo de satisfacción en los ojos.

Ainara sintió una mezcla de tristeza y alivio al escuchar esas palabras. Aunque Mauro siempre la sacaba de quicio, la idea de no verlo más también le resultaba extrañamente desalentadora.

—Sí, supongo que es un alivio para ambos. Entraremos al liceo y podremos olvidarnos de nuestras peleas —dijo Ainara, con una sonrisa forzada.

La ceremonia se llevó a cabo en el salón de actos de la escuela, decorado con globos, serpentinas y pancartas coloridas, las familias se acomodaban en sus asientos, y los estudiantes se preparaban para recibir sus diplomas.

Durante la ceremonia, los maestros pronunciaban discursos llenos de esperanza y los padres aplaudían orgullosos. Ainara trataba de concentrarse en las palabras alentadoras, pero una mirada burlona de Mauro desde la otra fila interrumpió sus pensamientos.

Mauro decidió lanzar una última broma, incapaz de resistir la oportunidad de molestar a Ainara.

—Oye, Ainara —dijo Mauro, fingiendo una voz preocupada—. Espero que no te tropieces al subir al escenario. Sería una lástima que arruinaras tu gran momento.

Ainara sintió su cara arder de irritación y vergüenza. Sabía que Mauro solo quería provocarla, pero no pudo evitar responder.

—No te preocupes por mí, Mauro. Al menos yo no necesito hacer bromas tontas para llamar la atención —replicó, con los dientes apretados.

Mauro sonrió de forma burlona, disfrutando de la reacción de Ainara. La ceremonia continuó, y llegó el momento donde ambos recibieron sus diplomas.

—¡Qué suerte la mía, Ainara! Al fin me libraré de ti —murmuró Mauro con una sonrisa maliciosa cuando pasaba cerca de ella para recibir su diploma.

Ainara apretó los dientes, intentando mantener la compostura. Mauro siempre sabía cómo provocarla, y no dejaría que lo hiciera ese día. Aunque compartieron un último cruce de miradas, sabían que sus caminos se separarían. Pero en ese momento, ninguno de los dos podía imaginar cómo sus vidas se entrelazarían de formas aún más profundas en el futuro.

Porque Mauro no terminó ahí. Al salir del auditorio, él se le acercó de nuevo, esta vez con más veneno en sus palabras.

—Los pimentones son tan feos como tú y espero que en el liceo encuentres a alguien que te fastidie aún más —le susurró al oído, provocando un escalofrío en Ainara.

Ella no se quedó callada, su paciencia ya estaba al límite. Se volvió hacia él, su mirada llena de determinación.

—¿Sabes, Mauro? Tal vez tú también aprendas algo nuevo. Quizás te des cuenta de que no puedes esconder tu inseguridad detrás de ese sarcasmo para siempre —respondió con firmeza, dejándolo sin palabras por un momento.

Ainara se dio media vuelta, dispuesta a alejarse de Mauro y disfrutar de su logro, pero él no estaba dispuesto a dejarla ir tan fácilmente. Con una sonrisa traviesa, decidió que tenía una última broma en mente.

—Hey, Ainara —llamó Mauro, su tono era más ligero de lo habitual—. ¿Sabías que hacen una exhibición de ciencias en los liceos? Quizás podrías inscribirte… como el espécimen del experimento.

Las risas burlonas de algunos compañeros cercanos resonaron en el pasillo. Ainara sintió cómo el calor subía a su rostro, mezclando la rabia y la vergüenza. Antes de que pudiera responder, su padre, que estaba a pocos metros, notó la situación y se acercó rápidamente.

—¿Qué está pasando aquí? —Su voz grave hizo que todos se callaran. Mauro intentó poner su expresión más inocente, pero la tensión en el aire era palpable.

La madre de Mauro, que también había estado observando desde la distancia, se apresuró a unirse al grupo, consciente de la actitud problemática de su hijo.

—Mauro, ¿qué has hecho ahora? —le preguntó con una mezcla de cansancio y enfado.

—Nada, mamá, solamente estaba bromeando —respondió Mauro, intentando restar importancia al asunto.

Uno de los profesores, alertado por el alboroto, también se acercó. Observó a los dos niños y comprendió rápidamente la situación.

—Señorita Rodas, ¿está bien? —Preguntó, mirando a Mauro con una mirada reprobatoria—. Mauro, este tipo de comportamiento es inaceptable. Ya es suficiente.

El padre de Ainara, aún visiblemente molesto, se dirigió a la madre de Mauro y al profesor.




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