Ainara dejó que su mente viajara una vez más al pasado, a los primeros días de su primer año de secundaria. Recordaba claramente la emoción y la anticipación que sentía. Era un nuevo comienzo, una oportunidad para nuevas amistades y experiencias. Ainara y su amiga Camila habían pasado todo el verano hablando sobre lo que esperaban del nuevo colegio.
—Va a ser increíble, Ainara. Nuevos amigos, nuevas materias. ¡Hasta nuevos profesores! —decía Camila con entusiasmo mientras ambas paseaban por el parque.
—Sí, estoy muy emocionada. Será un cambio tan grande comparado con la primaria —respondía Ainara, compartiendo el entusiasmo de su amiga.
Finalmente, el primer día de clases llegó. El sol de la mañana iluminaba la ciudad, Ainara se levantó temprano, sintiendo como la emoción revoloteaba en su estómago como mariposas.
Su padre, Francisco, ya estaba en la cocina preparando el desayuno. El aroma del café recién hecho y las arepas llenaban la casa.
—Buenos días, mi niña. Hoy es un gran día. ¿Lista para el nuevo colegio? —preguntó Francisco con una sonrisa, mientras le servía el desayuno.
—¡Sí, papá! Estoy un poco nerviosa, pero muy emocionada —respondió Ainara, tomando asiento y empezando a comer.
Después de desayunar, Francisco la llevó al colegio en su viejo pero confiable auto. Durante el camino, Ainara no podía dejar de sonreír, sentía que todo era posible.
—Aquí tienes para que compres la merienda —dijo Francisco, entregándole algunos billetes—. Y recuerda, si necesitas algo, no dudes en llamarme.
—Gracias, papá. Te prometo que daré lo mejor de mí, seré la mejor estudiante de este colegio —dijo Ainara, abrazándolo antes de salir del auto.
Al llegar al colegio, el imponente edificio le dio una mezcla de nerviosismo y emoción. Encontró a Camila esperándola en la entrada, y juntas caminaron hacia la puerta principal, charlando y riendo.
—Esto va a ser genial, Ainara. Vamos a conquistar este lugar —dijo Camila, animando a su amiga—. Seremos las reinas.
El bullicio de los estudiantes llenaba el aire, y Ainara se sintió invadida por una sensación que no sabía explicar, era como subir a un nivel diferente.
Pero la emoción de Ainara se desvaneció en un instante cuando, en medio del ajetreo, vio una cara familiar entre la multitud de estudiantes. Mauro estaba ahí, riendo y hablando con algunos chicos. Su sonrisa arrogante, tan familiar como molesta, Ainara sintió un nudo en el estómago, una mezcla de sorpresa y desilusión.
El Liceo era su oportunidad de escapar de las burlas y el sarcasmo de Mauro, pero aquí estaba, como una sombra del pasado que se negaba a desaparecer.
—¿Qué hace él aquí? —murmuró Ainara, más para sí misma que para Camila.
Camila, al darse cuenta de hacia dónde miraba su amiga, frunció el ceño.
—¿Mauro? Pensé que se había ido a otro colegio. No puedo creer que esté aquí también —dijo Camila, sorprendida—. Esperemos que estudie en otra sección y nosotras juntas.
Mauro, como si sintiera la mirada de Ainara, volteó hacia ella, sus miradas se cruzaron y él esbozó una sonrisa burlona.
Sin perder un segundo, se acercó a ella con la misma actitud despreocupada de siempre.
—¡Vaya, qué coincidencia si es el pimentón! —dijo en tono burlón—. Pensé que habías decidido quedarte en la primaria.
Ainara apretó los puños, sintiendo la sangre hervir. No iba a dejar que Mauro arruinara su primer día.
—Parece que no podrás librarte de mí tan fácilmente, ¿eh, Ainara? —dijo Mauro, acercándose más con su usual tono sarcástico.
Ainara apretó los dientes, tratando de mantener la compostura.
—No tenía planes de hacerlo. Pero si te mantienes alejado de mí, tal vez podamos llevarnos bien —respondió Ainara, intentando no dejarse intimidar.
Mauro soltó una carcajada, negando con la cabeza. Camila intervino rápidamente.
—Déjala en paz, Mauro. Estamos aquí para empezar algo nuevo, no para seguir con las mismas tonterías de antes, dejamos de ser niños al graduarnos.
Mauro arqueó una ceja, como si estuviera considerando las palabras de Camila, pero al final simplemente se encogió de hombros.
—Tranquila, únicamente estoy diciendo lo que todos piensan —respondió con una sonrisa irónica.
Ainara suspiró, sintiendo cómo la emoción del primer día se evaporaba. La tensión en el aire era palpable, lo que le decía que este año no sería fácil porque Mauro seguía en su camino, pero también sabía que no iba a permitir que él la intimidara. Esta era su oportunidad para demostrar su valía, y no dejaría que nadie, mucho menos Mauro, la detuviera.
Mauro se acercó a Ainara una vez más, con una sonrisa traviesa en el rostro.
—Más te vale cruzar los dedos y rogar para que no estemos en la misma sección —dijo Mauro, con su tono habitual de sarcasmo.
Ainara lo miró, sintiendo una mezcla de irritación y determinación.
—No tengo intención de dejar que arruines mi año escolar, Mauro. Y si estamos en la misma sección, simplemente aprenderé a ignorarte —respondió, con firmeza.
Mauro levantó una ceja, sorprendido por la seguridad en la voz de Ainara.
—Veremos si puedes mantener esa promesa —dijo, antes de alejarse con una risa burlona—. ¡Nos vemos en clase! —dijo, antes de girarse y volver con su grupo.
Ainara se volvió hacia Camila, que observaba toda la escena con preocupación.
—No dejes que te moleste, Ainara. Sabes que él solo quiere provocarte —dijo Camila, tratando de animar a su amiga.
—Lo sé, y no voy a dejar que me afecte. Este es nuestro año, Camila. Vamos a hacerlo genial, sin importar lo que pase —respondió Ainara, sonriendo.
Ainara recordó cómo todo el primer año de secundaria fue un dolor de cabeza constante. Desde el primer día, ella y Mauro no podían estar en la misma sala sin que surgiera algún conflicto. Las peleas eran constantes y parecían inevitables; cualquier comentario, cualquier mirada, era suficiente para encender la chispa de una nueva disputa.
Editado: 27.11.2024