Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Prisionera.

❖ ── ✦ ──『2 años antes』── ✦ ── ❖

Ainara miró el lugar, era frío y desolado, el cual parecía apartarla del mundo. Estaba prisionera en esa casa, vivía días llenos de incertidumbre y miedo. El ritual que Estela le había hecho aún resonaba en su memoria, no podía creer las locuras que esa mujer estaba haciendo.

Días después, Estela regresó de nuevo con una expresión de implacable determinación. Ainara, aunque estaba cansada y débil, se preparó para enfrentarla una vez más.

—Ainara, ya es suficiente. Debes aceptar casarte con Santiago. No tienes otra opción —dijo Estela, su voz era fría y autoritaria.

Ainara la miró con ojos llenos de desafío, apretando los puños para contener la rabia.

—No lo haré, Estela. Nunca aceptaré algo así. Prefiero quedarme aquí toda mi vida que casarme con él —respondió Ainara. Su voz era firme a pesar de su debilidad.

La furia en el rostro de Estela era palpable. Dio un paso adelante, acercándose a Ainara con una mirada amenazante.

—Si sigues empeñada en amar a tu hermano, te irás al infierno. ¿No entiendes lo que estás haciendo? —gritó Estela, con voz temblorosa de rabia.

Ainara se irguió, enfrentándola con valentía.

—Mauro no es mi hermano. No hay vínculo de sangre que nos una. Y ni tú ni nadie puede cambiar lo que siento por él —dijo Ainara, sus palabras eran un desafío directo.

Estela se quedó en silencio por un momento, su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y desprecio.

—No eres más que una obstinada e ingrata. No puedo creer que seas mi hija —dijo Estela, con una frialdad que helaba los huesos.

Ainara sintió una punzada de dolor, pero no dejó que las palabras de su madre la derribaran.

—Quizá sea mejor así. No quiero ser nada como tú, Estela. No quiero tu vida, ni tus decisiones. Prefiero seguir luchando por mi amor que ceder ante tu manipulación —dijo Ainara, con voz firme.

Estela apretó los labios, su furia crecía con cada palabra de Ainara.

Ainara estaba sentada en una silla, sus manos atadas a los brazos de la misma. Estela la miraba con una mezcla de furia y desprecio, su voz resonaba en la habitación con una intensidad casi palpable.

—Arderás en el infierno, Ainara. Eres una pecadora ante los ojos de Dios —dijo Estela, su voz era un susurro amenazante.

Ainara, a pesar de su situación, no pudo evitar reírse a carcajadas. La risa resonó en la habitación, llenándola de un eco que parecía burlarse de las palabras de Estela.

—¿De qué te ríes, maldita? —gritó Estela, su furia aumentaba con cada carcajada de Ainara.

Ainara, aun riendo, levantó la mirada hacia su madre; sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y desdén.

—Me río porque ya estamos en el infierno, Estela. ¿No lo ves? —dijo Ainara, su voz era firme—. Y es evidente que ni siquiera has leído el prólogo de la Biblia. Estamos en el infierno ahora mismo, y solo espera a que salga de aquí. Verás cómo ambas nos quemaremos, pero yo ganaré.

Estela se quedó en silencio por un momento, su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y rabia. Dio un paso adelante, acercándose a Ainara con una mirada llena de odio.

—No sabes de lo que hablas, Ainara. No tienes idea de lo que te espera si sigues desafiándome —dijo Estela. Su voz era un susurro helado.

Ainara no se dejó intimidar. Sabía que sus palabras habían tocado una fibra sensible en Estela, y eso le daba una pequeña sensación de victoria.

—Lo que me espera no puede ser peor que esto. Prefiero arder en el infierno que vivir bajo tu control —dijo Ainara, con voz firme.

Estela apretó los labios, su furia era casi tangible. Dio media vuelta y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, lanzó una última mirada de odio hacia su hija.

—Te arrepentirás de esto, Ainara. Haré todo lo posible para que sufras por tu terquedad —dijo, antes de salir de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.

Ainara suspiró, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Sabía que había desafiado a Estela de manera irrevocable, y que las consecuencias serían severas. Pero también sabía que no podía dejar que su amor por Mauro fuera destruido por los caprichos de su madre.

En ese momento, más que nunca, Ainara entendió que su lucha estaba lejos de terminar. Estaba decidida a mantener su fuerza y su integridad, sin importar los obstáculos que se le presentaran.

Los pensamientos de Ainara eran un torbellino de emociones y recuerdos. No podía entender por qué su madre, era tan cruel con ella. ¿Qué había pasado con la mujer amorosa que recordaba de su infancia?

Cerró los ojos y dejó que su mente viajara a esos días lejanos, cuando Estela era una madre cariñosa y atenta. Recordaba cómo solían pasar las tardes juntas, leyendo cuentos y riendo. Estela la abrazaba y le decía cuánto la amaba, haciéndola sentir segura y querida.

Pero ahora, esos recuerdos parecían un cruel engaño. La mujer que una vez la había amado y protegido se había convertido en alguien irreconocible, llena de odio y desprecio. Ainara no podía evitar preguntarse qué había cambiado, qué había llevado a su madre a convertirse en alguien tan diferente.

—¿Por qué, Estela? —murmuró Ainara para sí misma, sintiendo una punzada de dolor en el pecho—. ¿Por qué no me amas? ¿Qué hice para merecer esto?

El dolor de saber que el amor de su madre había sido una mentira era casi insoportable. Ainara sentía que su mundo se desmoronaba, pero también sabía que no podía rendirse. Tenía que encontrar la fuerza para seguir adelante, para luchar por su libertad y por el amor verdadero que sentía por Mauro.

Ainara abrió los ojos, decidida a no dejar que el odio de Estela la destruyera; es más, eso la fortalecía. No quería ser esa clase de persona que Estela era.

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Estela, llena de furia contenida, al salir de la habitación, se dirigió al guardia que vigilaba la puerta. Su voz era baja, pero firme, cargada de desprecio.




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