Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Reina del infierno.

Días después, Ainara se encontraba en la misma sombría habitación, agotada por la soledad y la escasa comida. La puerta se abrió lentamente y Santiago entró, su expresión mostraba una mezcla de preocupación y exasperación al verla en ese estado. Aunque se esforzaba por mantener una apariencia de calma, sus ojos revelaban su impaciencia y frustración.

Se acercó a Ainara con una botella de agua en la mano. A pesar de la desconfianza que sentía hacia él, su necesidad de hidratación era más fuerte. Santiago se inclinó y le ofreció la botella.

—Ainara, bebe un poco de agua —dijo, su voz era suave pero cargada de una extraña ternura.

Ella tomó la botella con manos temblorosas, pero antes de beber, levantó la mirada y, con una sonrisa irónica, dijo:

—Te lo agradecería más si esta agua estuviera envenenada.

Santiago sonrió amargamente, su expresión se volvió dura y fría.

—¿Por qué te empeñas en algo que nunca sucederá, Ainara? —dijo, con voz firme—. Debes aceptar lo que Estela te propone y casarte conmigo. Así estarías en un mejor lugar.

Ainara lo miró directamente a los ojos, su determinación era evidente.

—Jamás me casaré contigo, Santiago. Prefiero quedarme aquí y luchar por mi libertad, que tenerte a mi lado todos los malditos días —respondió, con una resolución inquebrantable.

El rostro de Santiago se ensombreció, su paciencia se agotaba. Dio un paso atrás, sus ojos se llenaron de una furia contenida.

—Eres una terca, Ainara. No entiendes que esto es por tu bien. Estela y yo solo queremos protegerte. —dijo, su voz era un susurro amenazante.

Ainara soltó una risa amarga, su mirada estaba llena de desafío.

—Protegerme… ¿De qué? ¿De ti mismo? ¿De tu obsesión enferma? No necesito tu protección, Santiago. Necesito mi libertad y es algo que conseguiré, ya lo verás —dijo Ainara, con voz firme.

Santiago se quedó en silencio por un momento, su mente era un torbellino de pensamientos. Sabía que Ainara no cedería fácilmente, pero no podía permitir que su plan fracasara, quería tenerla solo para él.

—Entonces seguiremos así, hasta que entiendas que no tienes otra opción —dijo Santiago, con un tono de fría resolución, y salió de la habitación.

Ainara sonrió con amargura, solo deseaba que Mauro llegará cuanto antes o ella encontrar alguna salida.

La tarde caía lentamente, llenando la habitación con una luz tenue y sombría. Ainara, agotada y hambrienta, apenas tenía fuerzas para mantenerse despierta.

De repente, la puerta se abrió de golpe una vez más y Estela entró con una presencia imponente, como si fuera una reina en su trono. Su mirada de desprecio hacia Ainara era evidente, y cada paso que daba resonaba con autoridad y frialdad.

Estela se acercó a Ainara y se sentó frente a ella, cruzando las piernas con elegancia. La joven, aunque débil, levantó la mirada y la enfrentó con una mezcla de desafío y resignación.

—¿Para qué vienes, Estela? Ya sabes mi respuesta —dijo Ainara, su voz era un susurro cargado de determinación.

Estela esbozó una sonrisa fría y sacó un arma de su bolso, colocándola entre sus piernas. La luz de la tarde reflejaba en el metal, creando un brillo siniestro.

—Precisamente por eso vengo preparada —dijo Estela, su voz era un susurro helado.

Ainara sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no dejó que el miedo la dominara. Sabía que Estela estaba dispuesta a todo para doblegarla, pero también sabía que no podía ceder.

—¿Crees que un arma cambiará mi respuesta? —preguntó Ainara, con una sonrisa amarga—. No me importa lo que hagas, nunca aceptaré casarme con Santiago.

Estela apretó los labios, su furia era palpable. Se inclinó hacia adelante, acercándose a Ainara con una mirada llena de odio.

—Eres una terca, Ainara. No entiendes que esto es por tu bien. Estás condenada a arder en el infierno por tus pecados —dijo Estela, su voz era un susurro amenazante.

Ainara soltó una risa amarga, su mirada estaba llena de desafío.

—Claro, y la reina del infierno eres tú, ahora entiendo un poco más todas tus locuras.

Estela se puso roja de la furia, sus ojos brillaban de indignación.

—¡Cómo te atreves a hablarme así! —gritó, su voz temblaba de rabia—. No entiendes, Ainara.

Ainara miró a Estela con una mezcla de dolor y confusión.

—¿Por qué me odias tanto, Estela? Soy tu hija, estuve en tu vientre. ¿Cómo puedes ser así conmigo? —preguntó Ainara, su voz era un susurro lleno de desesperación.

Estela sonrió con amargura, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones que Ainara no podía descifrar del todo. Se acercó más a Ainara, su expresión era una máscara de frialdad.

—¿Quieres saber por qué? —dijo Estela, su voz era un susurro helado—. Muy bien, te contaré un poco de mi pasado.

Ainara la miró, esperando una respuesta que pudiera darle sentido a todo el odio que sentía su madre.

—Cuando era adolescente, me enamoré de un chico. Estábamos por casarnos, todo estaba listo para el gran día. Pero cuando llegó la fecha de la maldita boda, me dejó plantada en el altar —comenzó Estela, su voz era amarga y llena de resentimiento—. Se fue con otra mujer, ¿sabes cómo era ella? Una maldita pelirroja. Solo obtuve desprecio de parte del hombre que amaba. Me dijo que siempre le habían gustado las mujeres de ese color.

Ainara sintió una punzada de dolor al escuchar la historia de su madre. Aunque no justificaba su crueldad, comenzaba a entender un poco de dónde venía tanto odio.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Ainara, su voz era un susurro tembloroso.

La mirada de Estela se suavizó por un momento mientras continuaba contando su historia.

—Después de aquel terrible desengaño, conocí a Francisco. Al principio, tenía miedo de abrir mi corazón de nuevo, pero él era diferente, me hizo sentir segura y amada —dijo Estela, su voz temblaba ligeramente al recordar—. A pesar de mis dudas, decidí darle una oportunidad. Nos casamos y, por un tiempo, todo fue perfecto.




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