Estela, tras una breve pausa, continuó con su relato, su voz era un susurro lleno de resentimiento y tristeza.
—Ver tu cabello pelirrojo, no entendía por qué habías nacido así. Me negaba a aceptar la realidad. Incluso le dije al médico que debía haberse equivocado de niña. Me puse histérica y tuvieron que llamar a Francisco —dijo Estela, su mirada se perdía en el pasado—. Fue entonces cuando él me reveló que tenía descendencia pelirroja en su familia. Ver la felicidad en su rostro me hizo tragarme todo lo que sentía.
Ainara la escuchaba en silencio, tratando de comprender el dolor y el odio de su madre.
—Desde ese momento, todo cambió. Tragué mis sentimientos y fingí ser una buena esposa y una buena madre. Pero el resentimiento crecía dentro de mí, consumiéndome lentamente. Dejé de amar a Francisco. Cada día se volvió una actuación, una máscara que debía llevar para mantener las apariencias —continuó Estela, su voz helada.
Estela hizo una pausa, respirando profundamente antes de continuar.
—Y entonces conocí a Rodrigo. Él me ofreció una salida, una forma de escapar de la vida que detestaba. Cuando me propuso irme con él, no lo dudé ni un instante. Le pedí el divorcio a Francisco y me fui, dejándote a ti también —dijo Estela, su voz mostraba una mezcla de desprecio y alivio—. Pensé que al hacerlo, podría empezar de nuevo, pero me has recordado que el odio y el resentimiento nunca desaparecieron.
Ainara sintió una mezcla de compasión y rabia. Sabía que la historia de su madre estaba llena de dolor, pero no podía aceptar que eso justificara su crueldad.
—No soy esa mujer, Estela. No soy la causa de tu dolor, soy tu hija, nací de ti —dijo Ainara, con voz temblorosa pero firme.
Estela la miró con una mezcla de tristeza y desprecio.
—No entiendes, Ainara. Nunca lo entenderás, por lo que veo. No se trata de ti, sino de todo lo que representas para mí, es tu color —dijo Estela, su voz era un susurro helado.
Los ojos de la mujer reflejaban una mezcla de emociones mientras continuaba contando su historia. Ainara la miraba con una mezcla de comprensión y repulsión, tratando de entenderla, pero no lograba hacerlo.
—Después de irme con Rodrigo, las cosas parecieron mejorar. Incluso llegué a superar el hecho de que fueras pelirroja. Pensé que había encontrado una nueva vida, lejos de los recuerdos dolorosos —dijo Estela, su voz mostraba un atisbo de la paz que había sentido por un tiempo.
Ainara observaba a su madre con atención, cada palabra revelaba más sobre el tormento interno de Estela.
—Pero todo cambió cuando noté cómo Rodrigo te miraba. No era solo una mirada casual, había algo más. Pude ver el deseo en sus ojos. Ver cómo mi esposo se fijaba en ti hizo que todo mi odio volviera con más fuerza —continuó Estela, su voz se volvía más amarga con cada palabra—. Esta vez, no permitiré que una maldita pelirroja me supla, y menos si esa pelirroja es mi propia hija.
Ainara sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar esas palabras. No podía creer que el odio de su madre pudiera ser tan profundo y destructivo.
—Esto no tiene nada que ver conmigo, Estela. Es tu propia inseguridad y tus propios miedos los que te han llevado a esto. No puedes culparme por los errores de tu pasado o por los deseos de tu esposo —dijo Ainara, su voz era firme aunque temblorosa—. Eres tú quien te has fijado en hombres que no saben mantener sus ojos en una sola mujer, aunque sí, tenías a uno, el cual dejaste, mi padre. Pero eres tan cobarde que no asumes tus propios errores.
Estela la miró con más odio, sus ojos parecían destellar fuego.
—Sea como sea, no permitiré que destruyas mi vida como lo hicieron los demás —dijo Estela.
Ainara, cada vez se daba cuenta de que ella no tenía remedio alguno. Sabía que no podía cambiar el pasado ni el corazón de su madre, pero estaba decidida a luchar por su propio futuro y por el amor que sentía por Mauro.
Estela se levantó de su asiento, su rostro estaba marcado por una furia y determinación. Ainara la observaba con una mezcla de desafío y miedo, sin saber qué esperar.
—¿Te casarás con Santiago? —preguntó Estela mientras apuntaba con el arma a su hija.
—Haz lo que quieras, Estela. No puedes cambiar lo que soy ni lo que siento por Mauro. Prefiero morir siendo yo misma que vivir bajo tu control —dijo Ainara, con voz firme—. Vamos, ¿qué esperas?, dispara y mátame porque jamás me casaré con ese idiota.
Estela, cegada por su odio, tenía una furia incontrolable, así que sin pensarlo dos veces apretó el gatillo, y el sonido del disparo resonó en la habitación, rompiendo el silencio que se había instalado segundos antes. Ainara sintió un dolor agudo en su hombro mientras caía al suelo, su visión se nublaba mientras la sangre comenzaba a manchar su ropa.
—Esto es solo el comienzo, Ainara. Te arrepentirás de haberme desafiado —dijo Estela, con una sonrisa fría en su rostro.
Ainara, a pesar del dolor, levantó la mirada y la enfrentó una vez más.
—Nunca me arrepentiré de luchar por mi libertad y por el amor que siento. No importa lo que hagas, no podrás destruirme —dijo Ainara, su voz era un susurro débil, pero lleno de determinación.
Estela se quedó en silencio por un momento, su rostro mostraba una mezcla de incredulidad y rabia. En ese momento, Santiago, que estaba en otra parte de la casa, escuchó el disparo y corrió hacia la habitación.
Al abrir la puerta, vio a Ainara en el suelo, sangrando y agarrando su herida en el hombro, y a Estela de pie con el arma en la mano, claramente con la intención de realizar un segundo disparo. Santiago se quedó paralizado por un momento sin poder creer lo que acaba de suceder.
Editado: 21.12.2024