—¡Estela, por Dios, estás loca! ¿Por qué hiciste eso? ¿Qué te pasa? —gritó Santiago, su voz estaba llena de incredulidad y rabia, a la vez que se iba acercándose a Estela con furia en sus ojos.
Estela, aún con el arma en la mano, lo miró con una mezcla de desafío y satisfacción.
—Hice lo que tenía que hacer. Ella nunca aceptará casarse contigo. Es una amenaza para todo lo que hemos construido —respondió Estela, su voz era un susurro helado.
Santiago ignoró sus palabras y se acercó a Ainara, quien temblaba de dolor en el suelo. La herida no parecía ser fatal, pero definitivamente necesitaba ser atendida de inmediato.
Santiago se quitó su camisa y presionó con fuerza sobre la herida de Ainara, tratando de detener la hemorragia.
—Estela, llama a una ambulancia ahora mismo —ordenó Santiago sin apartar la mirada de Ainara.
Pero la mujer no tenía intención de hacer algo así.
—¡Necesita ayuda médica! ¿Qué demonios te pasa, Estela? —dijo Santiago girando hacia la mujer que tenía detrás, su voz era un susurro desesperado mientras presionaba la herida para detener el sangrado.
Estela se quedó en silencio, su rostro mostraba una mezcla de satisfacción y frialdad. Santiago, sin perder más tiempo, levantó a Ainara con cuidado y la llevó fuera de la habitación, buscando desesperadamente una manera de conseguir ayuda, ya que estaban en medio de la nada prácticamente.
Mientras Santiago la llevaba en sus brazos, Ainara internamente se prometió a sí misma que encontraría la manera de escapar de ese infierno y recuperar su vida. No importaba cuán oscuro fuera el camino, estaba decidida a luchar por su libertad y por el amor que sentía por Mauro.
Ainara abrió los ojos lentamente, sintiendo un dolor agudo en su hombro. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaba en la misma habitación donde su madre la había mantenido prisionera. La realidad de su calvario seguía presente, y la desesperación la invadió. ¿Hasta cuándo estaría ahí? Ella no lo sabía; sin embargo, lo que vendría después jamás se lo ha esperado.
Intentó levantarse, pero el dolor en su hombro la detuvo. Una voz suave, pero firme, la interrumpió.
—No te levantes aún. Debes guardar reposo —dijo Santiago, acercándose a ella con una bandeja de comida.
Ainara lo miró con indiferencia, su rostro mostraba una mezcla de dolor y desafío. Santiago, aunque frustrado, trató de mantener la calma.
—El disparo no fue nada grave. Te llevé al centro médico más cercano y lograron atenderte. Necesitas comer para recuperar fuerzas —dijo Santiago, ofreciéndole la bandeja.
Ainara lo miró con frialdad, sin mostrar ningún signo de gratitud.
—Preferiría que esa comida estuviera envenenada —dijo Ainara, con una sonrisa irónica.
Santiago suspiró, su paciencia se agotaba.
—¿Por qué te empeñas en ser tan terca, Ainara? Lo mejor que puedes hacer es no enfurecer a Estela. Acepta casarte conmigo y todo esto terminará. Estarás en un lugar mejor —dijo Santiago, su voz era un susurro desesperado.
Ainara lo miró directamente a los ojos, su determinación era inquebrantable.
—Jamás. Prefiero seguir luchando por mi libertad que ceder ante tus demandas —respondió Ainara, con voz firme—. No soy títere de nadie, ¿no lo entienden?, ¿Les falta cerebro para hacerlo?
Santiago apretó los labios; su frustración era evidente. Sabía que Ainara no cedería fácilmente, pero no podía permitir que su plan fracasara. Ella sería su esposa, pase lo que pase, aunque temía lo que Estela pudiera hacer después.
Santiago se acercó un poco más, con una sonrisa amarga en su rostro.
—Entonces seguiremos así, hasta que entiendas que no tienes otra opción —dijo el hombre, con un tono de fría resolución—. Tu amado Mauro nunca vendrá por ti, yo soy tu Salvador, la que no está entendiendo aquí es otra.
—¡Ja, ja, ja! ¿Salvador? Creo que ese título te queda bien grande para lo que realmente significa —respondió Ainara soltando una carcajada sarcástica. Su mirada era un desafío abierto y su voz estaba cargada de ironía.
Santiago apretó los labios, frustrado por la resistencia de Ainara. Sin embargo, trató de mantener la calma mientras se acercaba aún más.
—Ainara, necesitas entender que esto es por tu bien, te amo y solo quiero protegerte, asegurarte de que tengas una vida segura y cómoda. Mauro no vendrá por ti, y seguir aferrándote a esa esperanza solo te traerá más sufrimiento —dijo Santiago, con un tono de falsa compasión, porque lo que él sentía era egoísmo, no era un amor de verdad.
Ainara lo miró con desprecio, su determinación era inquebrantable.
—No necesito tu protección ni la de Estela. Lo único que quiero es mi libertad. Prefiero enfrentar cualquier peligro fuera de aquí que quedarme prisionera bajo tu control, nunca seré tu títere —respondió Ainara, con voz firme.
Santiago suspiró, sintiendo que su paciencia se agotaba.
—Estás siendo irracional. Esta es tu única oportunidad de tener una vida mejor. No sé cuánto tiempo más podré mantenerte a salvo de ti misma si sigues rechazando mi ayuda —dijo Santiago, su voz era un susurro amenazante.
Ainara mantuvo la mirada fija en él, su odio y su determinación brillaban en sus ojos.
—No importa lo que digas, Santiago. Nunca cederé. No puedes romper mi espíritu ni apagar mi deseo de libertad —respondió Ainara, con voz firme.
Santiago se quedó en silencio por un momento, sus pensamientos eran un torbellino de frustración y desesperación. Sabía que Ainara no cedería fácilmente, pero tampoco podía permitirse dejar que su plan fracasara.
—Muy bien, Ainara. Sigamos así, entonces. Pero recuerda, esto no tiene por qué ser tan difícil. Eres tú quien decide cuánto sufrimiento es necesario —dijo Santiago, antes de dar media vuelta y salir de la habitación, dejando a Ainara sola con sus pensamientos.
Ainara observó cómo Santiago se alejaba; su frustración se transformaba en una furia incontrolable. A pesar del dolor en su hombro, se incorporó lo suficiente para lanzarle maldiciones mientras él cerraba la puerta tras de sí.
Editado: 21.12.2024