Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Condición.

Estela estaba en su casa, tratando de mantener la compostura mientras su mente maquinaba planes oscuros. Rodrigo, su esposo, se acercó a ella con una expresión de preocupación que rápidamente se transformó en tensión.

—Estela, una vez más te pregunto, ¿dónde está Ainara? —dijo Rodrigo, su voz era un susurro lleno de tensión.

Estela se molestó de inmediato, su rostro se endureció al escuchar la pregunta, ya había perdido la cuenta de las veces que la escuchaba una y otra vez más.

—Deja de culparme, Rodrigo. No tengo ni idea de dónde está esa idiota. Quizás se ha ido con Santiago y no quiere que nadie la encuentre y hace este berrinche para que todo el mundo la mire —respondió Estela, su voz era fría y defensiva, mientras sus ojos destellaban de furia contenida.

Rodrigo la miró intensamente, su desconfianza era palpable, algo le decía que su mujer tenía las manos en la masa, pero aún no tenía las pruebas y sin eso no podía hacer nada. Dio un paso hacia ella, su mirada se volvió amenazante.

—Espero que no tengas nada que ver con la desaparición de Ainara, Estela. Porque si lo descubro… —Su voz se volvió un susurro peligroso—. Me vas a conocer.

Estela se enfureció, y sin pensarlo dos veces, lo enfrentó cara a cara, se levantó y con la mirada altiva exclamó:

—¿Ah, sí? ¡No te tengo miedo, Rodrigo! Perro que ladra no muerde —gritó Estela, con voz desafiante—. ¿Acaso crees que no sé lo que quieres? ¡Quieres a Ainara para saciar tus deseos enfermizos! Eres un maldito hipócrita.

Rodrigo se quedó mudo por un momento, sorprendido por la ferocidad de las palabras de Estela. Su rostro mostraba una mezcla de sorpresa y culpa. Estela, viendo su reacción, tomó su silencio como una afirmación de sus sospechas.

—¡Lo sabía! ¡Hijo de p…! —gritó Estela, con una risa amarga—. No permitiré que destruyas mi vida. No dejaré que una pelirroja me supla de nuevo, y menos si esa pelirroja es mi propia hija.

Rodrigo reaccionó, sus ojos se llenaron de furia mientras daba un paso hacia ella.

—¿De verdad crees que puedes acusarme de algo así? Todo esto es tu culpa, Estela. Tú eres la que está volviendo nuestra vida, un infierno. Tú eres la que desapareció a Ainara y la mantienes oculta. Y me encargaré de dejarte al descubierto. ¡No soy yo el que tiene deseos enfermizos! —gritó Rodrigo, con voz grave.

Estela, llena de rabia, no retrocedió ni un centímetro.

—¡Tú no tienes idea de lo que es el verdadero infierno, Rodrigo! —dijo, con voz temblorosa de ira—. Tú nunca entenderás lo que he pasado. Pero te advierto: no permitiré que juegues con mi vida. No seré suplantada por nadie, y menos por mi propia hija. Estás advertido, estoy segura de que no querrás conocerme.

Rodrigo apretó los puños, su rostro estaba pálido de rabia.

—Si descubro que tienes algo que ver con la desaparición de Ainara, no importa lo que hayas pasado. Lo vas a pagar caro, Estela —dijo Rodrigo, su voz era un susurro cargado de amenaza.

Estela, con una risa sarcástica, salió de la habitación, agitando la puerta con fuerza. Su mente estaba llena de planes macabros, decidida a no permitir que nadie se interpusiera en su camino.

Mientras Rodrigo se quedaba solo, sintiendo una mezcla de miedo y desesperación, sabía que Estela estaba dispuesta a todo para mantener su control, y que la situación se volvía cada vez más peligrosa.

Rodrigo, aún abrumado por la reciente confrontación con Estela, se dejó caer en la cama y recordó la visita que tuvo esa mañana.

ᨏᨐᨓ Flashback ᨓᨐᨏ

Había sido una mañana particularmente tensa en su oficina, cuando su hijo Mauro irrumpió de manera abrupta, con una mirada llena de furia.

—¡Tú eres el culpable de la desaparición de Ainara! ¡Dime donde la tienen! —gritó Mauro, arremetiendo contra Rodrigo con una acusación feroz.

Rodrigo se mantuvo con una expresión neutra, tratando de mantener la calma ante la tormenta emocional de su hijo.

—Mauro, no tengo nada que ver con la desaparición de Ainara —dijo Rodrigo, su voz era controlada, pero la tensión era palpable en el ambiente—. Sin embargo, sospecho que Estela puede estar involucrada.

Mauro lo miró fijamente, sus ojos destellaban con incredulidad y rabia. Luego, soltó una carcajada amarga que resonó en la oficina.

—¿Esperas que te crea? ¿Qué Estela es la culpable? Eso es ridículo señor Rodrigo. Sabes tan bien como yo que tienes más motivos que ella para querer deshacerte de Ainara —dijo Mauro, con una mezcla de desprecio y desesperación.

Rodrigo, aunque dolido por las palabras de su hijo, mantuvo su expresión neutral. Sabía que intentar convencer a Mauro sería inútil en ese momento.

—Lo que te digo es la verdad, Mauro. No sé dónde está Ainara, pero te prometo que haré todo lo posible por encontrarla. Estela ha mostrado comportamientos sospechosos estos días y no puedo ignorarlos —respondió Rodrigo, su voz era un susurro firme.

Mauro negó con la cabeza, su rostro mostraba una mezcla de dolor y confusión.

—No puedo creer que te atrevas a culpar a Estela para salvar tu pellejo. Pero te advierto, si descubro que tienes algo que ver con la desaparición de Ainara, lo pagarás caro —dijo Mauro, con voz grave, estaba a punto de salir cuando la voz del hombre se escuchó de nuevo.

Rodrigo vio una oportunidad en medio del caos. Manteniendo su expresión neutral, decidió jugar su carta.

—Lo que te digo es la verdad, Mauro. No sé dónde está Ainara, no tengo culpa en su desaparición, pero te prometo que haré todo lo posible por encontrarla. Buscaré hasta debajo de las piedras las pruebas de mis sospechas sobre Estela, si es necesario —dijo Rodrigo, midiendo cada palabra.

Mauro se giró lentamente y lo miró con desconfianza, sintiendo que había algo más detrás de esas palabras.

—¿Y por qué debería creerte? —preguntó Mauro, su voz era un susurro lleno de desconfianza.

Rodrigo aprovechó el momento y con una sonrisa satisfecha, lanzó su propuesta.




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