Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Veneno.

Al día siguiente, Ainara seguía paralizada por el miedo, tanto era así que ni siquiera había tocado la comida que el guardia le había dejado en la puerta, pero es que su ofidiofobia la mantenía en un estado de constante terror.

No había dormido bien, cuidando que esos reptiles no subieran en la cama, lo que se notaba en sus ojos. Estaba en la cama como un bolillo cuando la puerta se abrió una vez más, y Estela entró, esta vez con una mirada aún más cruel. Llevaba consigo una caja más pequeña y la misma sonrisa que ya había hecho temblar a Ainara.

—Pensé que encontraría el cadáver de mi hija, pero veo que no has comido nada, Ainara. Mis niñas no te harán nada, al menos ellas no. ¿Aún sigues desobedeciendo? —preguntó Estela. Su voz era un susurro lleno de veneno.

Ainara la miró con ojos llenos de rencor, pero su determinación seguía intacta.

—Nunca aceptaré casarme con Santiago —respondió Ainara. Su voz era firme a pesar de su debilidad, se levantó de la cama y alzó la barbilla, jamás le bajaría el rostro a esa mujer.

Estela sonrió, sin rastro de compasión en su mirada. Camino hasta llegar cerca de la joven. Lentamente, abrió la caja, revelando una serpiente de colores vibrantes, claramente venenosa.

—¿Sabes qué les pasa a los niños desobedientes, Ainara? —preguntó Estela, repitiendo la misma pregunta con un tono de desprecio.

Ainara, aún paralizada por el miedo, no respondió. Sus ojos estaban fijos en la serpiente, sintiendo el terror aumentar con cada segundo.

—Los niños desobedientes son castigados —respondió Estela, con una sonrisa maliciosa—. Y esta vez, Ainara, tu castigo será mucho más doloroso, porque no estás obedeciendo a mami.

Antes de que Ainara pudiera reaccionar, Estela dejó caer la serpiente en el suelo. La joven gritó tanto que resonó en la habitación. La víbora se deslizó rápidamente y, en cuestión de segundos, mordió a Ainara en la pierna. El dolor fue inmediato y agudo, como si su carne estuviera ardiendo.

Ainara gritó de nuevo, el terror y el dolor se mezclaban en un grito desgarrador. Sentía cómo el veneno se extendía por su cuerpo, cada latido de su corazón parecía llevarlo más profundo en sus venas.

—Sin el antídoto, el dolor será insoportable y las consecuencias podrían ser graves, Ainara —dijo Estela, su voz era fría y calculadora—. Solo tienes que aceptar casarte con Santiago, y te daré el antídoto.

Ainara, aunque en medio del dolor, mantuvo su determinación. Sus labios temblaban, pero sus palabras fueron claras.

—Nunca… aceptaré… casarme… con Santiago —dijo Ainara, su voz era un susurro débil, pero lleno de resolución.

La joven seguía sintiendo un dolor agudo y punzante en su pierna. Era como si un hierro candente se hubiera clavado en su carne, enviando ondas de dolor que se extendían rápidamente por su cuerpo. El veneno comenzó a hacer efecto casi de inmediato, y Ainara sintió una sensación de ardor que se propagaba desde la mordida hacia el resto de su pierna.

El miedo y el dolor se mezclaban, creando una sensación de pánico que la dejaba sin aliento. Su corazón latía con fuerza, cada pulsación parecía llevar el veneno más profundo en su sistema. Ainara intentó moverse, pero sus músculos se sentían pesados y torpes, como si estuvieran siendo arrastrados por una corriente invisible.

Estela, observando con frialdad, miró su reloj como si calculara el tiempo que le quedaba a Ainara antes de que el veneno se volviera demasiado peligroso. La sonrisa en su rostro era una mezcla de satisfacción y crueldad.

A medida que el veneno se extendía, Ainara comenzó a sentir una sensación de entumecimiento y debilidad. Sus párpados se volvían pesados, y su visión se nublaba. El dolor era constante, pero una extraña sensación de letargo la envolvía, como si su cuerpo estuviera luchando por mantenerse consciente.

Mientras su conciencia comenzaba a desvanecerse, los recuerdos de Ainara se mezclaban con la realidad. Vio flashes de momentos felices con Mauro: sus risas, esos abrazos cálidos, las promesas de amor eterno. Esos recuerdos eran un contraste doloroso con el sufrimiento que estaba experimentando en ese momento.

Ainara recordó la primera vez que Mauro la había besado, la sensación de sus labios suaves y la calidez de su abrazo. Recordó cómo él la había hecho sentir segura y amada, y cómo había prometido protegerla siempre. Esos recuerdos eran un farol de esperanza en medio de toda esa oscuridad que la rodeaba.

Pero la realidad se imponía con fuerza. El dolor en su pierna, el veneno que corría por sus venas, y la fría mirada de Estela eran un recordatorio constante de su situación actual. Ainara sabía que debía luchar, que no podía rendirse, pero el veneno hacía que cada pensamiento fuera más difícil de mantener.

Ainara, con el veneno corriendo por sus venas, sentía cómo su conciencia se desvanecía lentamente. El dolor era insoportable, y su mente comenzaba a nublarse. Estela, observando con frialdad, se acercó más a ella con una sonrisa cruel.

—Dime, Ainara, ¿te casarás con Santiago? —preguntó Estela. Su voz era un susurro helado, a la vez que elevaba un pequeño frasco.

Ainara, en su delirio, asintió débilmente. No era una respuesta consciente, sino una reacción automática al dolor y al veneno que la consumían. Estela sonrió, satisfecha, con la aparente rendición de su hija.

—Eso es lo que quería escuchar —dijo Estela, con una sonrisa de triunfo—. No es difícil obedecer a mamá.

Finalmente, Ainara perdió la conciencia, sus recuerdos y la realidad se mezclaban en un torbellino de emociones y sensaciones. En su mente, las imágenes de Mauro y el amor que compartían eran su ancla, su razón para seguir luchando, incluso en la oscuridad más profunda.

Estela murmuró con desprecio al verla inconsciente.

—Eres una estúpida.

Se acercó a Ainara y, con una precisión fría y calculadora, tomó la mano de su hija y la presionó contra un contrato que había preparado. Las huellas de Ainara quedaron impresas en el documento, sellando su destino sin que ella pudiera hacer nada al respecto.




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