Ainara abrió lentamente los ojos, sintiendo una debilidad extrema en todo su cuerpo. Su visión era borrosa, pero pronto pudo distinguir la figura de Santiago sentado a su lado. El dolor en su pierna había disminuido, pero el recuerdo de la mordida de la serpiente seguía fresco en su mente.
—Ya el veneno de la serpiente fue tratado. Los médicos lograron neutralizarlo a tiempo —dijo Santiago. Su voz era suave, pero Ainara solo sentía desprecio.
Ainara lo miró con una mezcla de rencor y odio. En su mente, deseaba que un rayo lo partiera en ese mismo instante. La traición y la manipulación de Santiago y su madre la llenaban de una furia que apenas podía contener.
—Preferiría que no hubieras hecho nada —respondió Ainara, con voz débil pero cargada de desprecio—. No entiendo por qué no me matan de una vez y se acaba todo este asunto.
Santiago suspiró, frustrado por la continua resistencia de Ainara. Sabía que ella no lo vería nunca como un salvador, sino más bien como parte de su tormento.
—Ainara, entiende que esto es por tu bien. Necesitas aceptar la realidad y hacer lo que es mejor para ti, además no me sirves muerta, te necesito viva —dijo Santiago, con una mezcla de exasperación y compasión mal disimulada.
Ainara lo interrumpió, su voz temblaba de furia.
—¿Por mí bien? ¡Todo esto es una pesadilla y tú eres parte de ella! ¡Eres un monstruo!, y esa mujer ¡Es una loca! No puedes forzarme a amarte ni a casarme contigo. Nunca lo haré —dijo Ainara, con una resolución inquebrantable.
Santiago apretó los labios, sin saber qué más decir. Sabía que Ainara estaba decidida a luchar hasta el final, pero él también estaba decidido a cumplir con los planes de Estela y los suyos.
El hombre, sin responder, solo se limitó a sacar un documento del bolsillo de su chaqueta.
—Nos casaremos mañana, Ainara. Aquí está el contrato firmado con tus huellas —dijo Santiago, extendiendo el papel hacia ella.
Ainara abrió los ojos de par en par, y la incredulidad se apoderó de su rostro. No recordaba haber firmado nada, y mucho menos un contrato de matrimonio. Sacudió la cabeza, negándose a aceptar lo que veía.
—¡Eso no es posible! Yo nunca firmé ese documento. Esas huellas no son mías —dijo Ainara, su voz era un susurro desesperado.
Santiago se acercó y colocó el documento frente a ella, señalando las huellas con un dedo acusador.
—Estas son tus huellas, Ainara. Podemos comprobarlo en cualquier momento. No intentes negarlo, porque no podrás escapar de esto —dijo Santiago, con una sonrisa fría y triunfante.
Ainara sintió un nudo formarse en su estómago. Solo eso le decía que la mujer loca había utilizado su estado de inconsciencia para engañarla y falsificar su consentimiento. La desesperación y el odio se mezclaban en su corazón, pero no estaba dispuesta a rendirse.
—Esto es una trampa, Santiago. No puedes forzarme a casarme contigo. Lucharé contra esto con todas mis fuerzas —dijo Ainara, con voz firme a pesar de su debilidad.
Santiago se inclinó hacia ella, su mirada era fría.
—Puedes intentarlo, Ainara, pero al final, no tendrás otra opción. Ya has perdido esta batalla —dijo, con un tono amenazante—. Mañana seremos marido y mujer, cariño.
La tarde cayó sobre la habitación en la que Ainara estaba confinada. La puerta se abrió una vez más y Estela entró, esta vez con un aire de satisfacción y control. Llevaba consigo un cuaderno lleno de anotaciones y muestras.
—Muy bien, Ainara. Es hora de hablar sobre los arreglos de tu boda —dijo Estela, con una sonrisa fría—. Necesitamos escoger el vestido, la decoración y los detalles finales.
Ainara, debilitada y llena de rencor, ni siquiera levantó la mirada. Se negó a prestarle atención, sus ojos estaban fijos en un punto distante de la pared.
Estela, notando la indiferencia de su hija, frunció el ceño; no podía creer que ella siguiera con esa actitud.
—No tienes elección, Ainara. Debes escoger. ¿Cómo quieres que sea tu vestido? ¿Y la decoración? —insistió, su voz mostraba signos de impaciencia.
Ainara mantuvo su postura, negándose a participar en el plan cruel de su madre. El silencio en la habitación se hizo más tenso con cada segundo que pasaba.
Finalmente, Estela perdió la paciencia.
—¡Ainara, debes escoger! No voy a permitir que arruines esto —dijo Estela, su voz era un susurro lleno de frustración.
Ainara la miró con una mezcla de desafío y desprecio.
—Haz lo que te dé la gana, Estela. No me importa. Esta boda es una farsa y tú lo sabes —respondió Ainara, su voz estaba cargada de rencor.
Estela se quedó en silencio por un momento, su rostro se endureció aún más. Sabía que Ainara estaba resistiéndose hasta el final, pero no podía permitir que su plan fracasara.
—Muy bien, Ainara. Si no quieres escoger, lo haré yo. Pero recuerda, esto es por tu bien. Algún día lo entenderás —dijo Estela, con una voz que intentaba sonar conciliadora, pero estaba cargada de veneno.
Ainara no respondió, su mente estaba enfocada en encontrar una manera de escapar, tenía que encontrar una manera de romper las cadenas que la ataban.
Al amanecer del día siguiente, Estela irrumpió en la habitación. La despertó bruscamente, sin dejar lugar a protestas.
—Levántate, Ainara. Es hora de que te prepares para la boda —dijo Estela, su voz era fría y autoritaria.
Ainara, todavía debilitada por el veneno y el dolor emocional, se obligó a levantarse. Sabía que no tenía elección en ese momento, pero su mente seguía maquinando una manera de escapar.
Estela había traído un vestido blanco, una prenda que debía simbolizar pureza y alegría, pero que para Ainara era un recordatorio de su desesperación. Mientras Ainara se lo ponía, notó que le quedaba algo grande, lo que acentuaba aún más su sensación de desconexión con la situación.
—Aquí tienes, lleva esto —dijo Estela, entregándole un ramo de flores.
Editado: 21.12.2024