Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Rescate.

Estela llevó a Ainara por el pasillo hasta la última habitación del piso. La decoración era simple, con tonos amarillos que contrastaban con la oscuridad del momento. Había tres personas presentes, testigos que miraban con expresión neutral, y por supuesto, Santiago, quien sonreía con una mezcla de satisfacción y triunfo.

Estela, con una radiante sonrisa, jaló a su hija hacia el centro de la habitación y se dirigió a los hombres, ordenándoles que comenzaran con la ceremonia.

Ainara, en cambio, no escuchaba nada de lo que decían. Sus palabras se convertían en un murmullo distante, un eco sin sentido en una habitación sin alma. La realidad de la boda la abrumaba, pero no podía evitar sentirse desconectada de todo lo que la rodeaba. Sabía que esa ceremonia no tenía validez, que era un espectáculo vacío impuesto por la voluntad de su madre.

De repente, una voz la sacó de sus pensamientos. Era una de las personas presentes, que le indicaba que debía firmar el documento. Ainara levantó la mirada, y aunque su expresión era seria, por dentro sonrió.

Como estudiante de leyes, Ainara sabía que ese matrimonio no tenía validez. Su corazón latía con una mezcla de alivio y desafío al recordar que ya estaba casada con Mauro. Estaba segura de que su madre desconocía ese hecho crucial, lo que le daba una pequeña pero significativa ventaja.

Ainara extendió la mano y firmó el documento, sabiendo que, en realidad, no estaba cediendo nada. La sonrisa triunfante de Estela y Santiago no podía borrar la verdad que Ainara llevaba en su corazón. Mientras entregaba la pluma y se alejaba del papel, su mente seguía maquinando una manera de escapar de ese infierno.

Estela, creyendo haber ganado, no sospechaba que Ainara ya estaba un paso adelante. Después de que Ainara firmara el documento, el encargado de la ceremonia se levantó con un semblante serio. Miró a los presentes y pronunció las palabras.

—Por la autoridad que me confiere la República Bolivariana de Venezuela, los declaro marido y mujer —dijo el oficial, con una voz solemne.

Santiago sonrió, ampliamente, satisfecho de haber llegado a este momento. Se giró hacia Ainara, deseando sellar su triunfo con un beso en los labios. Sin embargo, Ainara, llena de odio y determinación, lo detuvo con una mirada feroz.

—Ahora puede besar a la novia —anunció el hombre marcando el final de la ceremonia, notando que la pareja no había mostrado ningún inicio de hacerlo.

Santiago se inclinó hacia Ainara, pero ella apartó el rostro, dejando claro su desprecio y resistencia. La tensión en el aire era palpable. Santiago se quedó inmóvil por un momento, sus ojos destellaban con una mezcla de rabia y frustración, pero no dijo nada. Sabía que este desafío no se quedaría sin consecuencias.

Así que ocultó su frustración tras una máscara de calma. Sabía que Ainara no se rendiría fácilmente, pero también estaba decidido a imponer su voluntad.

—¡Celebremos esta grandiosa boda! —exclamó Estela y, con una sonrisa fría y calculadora, tomó a Ainara del brazo con fuerza, sus dedos se clavaban en la piel de su hija.

—No te olvides de cumplir con tu papel de esposa, Ainara. Eso implica servir a tu esposo en la cama —dijo Estela. Su voz era un susurro helado.

Ainara la miró con una mezcla de odio y repugnancia, pero no dijo nada. Sabía que cualquier palabra solo alimentaría la crueldad de su madre. Estela, satisfecha con la reacción de su hija, soltó su brazo y se alejó, dejando a Ainara con la amarga realidad de su situación.

Después de que Estela se fue, Santiago se quedó mirando a Ainara con una expresión de frialdad. El rechazo del beso aún ardía en su mente, y decidió que no dejaría pasar esa afrenta.

—Esta noche te quedarás aquí, Ainara, para que medites en tu rechazo, mañana serás llevada a nuestra casa mi amor —dijo Santiago, su voz era un susurro helado.

Con un gesto de la mano, ordenó a los guardias que se acercaran. Ainara sintió un nudo en el estómago mientras los guardias la tomaban del brazo y la llevaban fuera de la habitación, devolviéndosela a su celda. Su mente estaba llena de desesperación y odio, pero también de una chispa de resistencia que se negaba a apagarse.

Al día siguiente, Ainara estaba en la silla, atada y sin poder hacer nada más, era algo que Estela parecía disfrutar. De pronto, la puerta se abrió y apareció Mauro, con el corazón en la garganta.

Al ver a Mauro aparecer en la puerta, el corazón de Ainara se llenó de una alegría y alivio indescriptibles. La desesperación que había sentido en los días anteriores comenzó a desvanecerse, reemplazada por una renovada esperanza.

—¡Mi amor! —exclamó emocionada.

Mauro corrió hacia ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas; quería asesinar a quien la tenía de esa manera, mientras Alan y Camila vigilaban la puerta.

Los ojos de la pelirroja se llenaron de lágrimas, pero esta vez no eran de miedo ni de tristeza, sino de gratitud y amor. La presencia de Mauro, su voz llamándola y sus manos desatándola de las cuerdas, hicieron que sintiera que todo era posible nuevamente. En ese momento, Ainara supo que, sin importar cuán oscuras fueran las circunstancias, mientras tuviera a Mauro a su lado, siempre habría esperanza.

Entre los tres, lograron sacar a Ainara del edificio. En el trayecto de regreso, la tensión se mantuvo alta, pero el ambiente estaba lleno de alivio y esperanza.

Durante el viaje de regreso por la carretera Lara-Zulia, una llanta reventó, haciendo que el auto perdiera el control y volcara varias veces antes de detenerse en una zanja. Ainara, aturdida y con un dolor agudo en la cabeza, quedó atrapada en el asiento, inconsciente debido al impacto. Mauro, herido, pero determinado, intentó moverse hacia ella mientras Camila y Alan, también lastimados, trataban de desabrochar sus cinturones de seguridad.

Finalmente, lograron sacar a Ainara del auto justo cuando las sirenas de los cuerpos de seguridad se acercaban rápidamente por la carretera.




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