En todo el camino, Mauro no se despegó de Ainara. Al llegar al hospital, las enfermeras los atendieron a los tres, mientras que Ainara fue dirigida con rapidez a Emergencia. Para él las horas pasaron con una lentitud agonizante, cada minuto parecía una eternidad.
Finalmente, un médico se acercó a ellos con un semblante serio, reflejando la gravedad de la situación. Les explicó que Ainara había sufrido un traumatismo craneoencefálico severo, lo que la había dejado en coma. Había hinchazón en su cerebro y necesitaban monitorear cuidadosamente su condición para evitar complicaciones adicionales. Se realizarían más pruebas para evaluar el daño, pero, por ahora, solo podían esperar y confiar en que los tratamientos surtieran efecto.
—Ainara ha sufrido un traumatismo en la cabeza y está en coma. Vamos a hacer todo lo posible para ayudarla a recuperarse, pero en estos momentos, el pronóstico es reservado. Necesitamos esperar y ver cómo responde a los tratamientos —dijo el médico, su voz era calmada pero firme.
Mauro sintió cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero se mantuvo firme, decidido a estar al lado de su amor en todo momento. Agradeció al médico con voz quebrada, mientras trataba de procesar la difícil situación que enfrentaban.
—Ainara es fuerte y luchará para volver con nosotros —dijo Camila, con determinación en su voz.
Con la esperanza y la desesperación entrelazadas, Camila y Alan se prepararon para enfrentar los difíciles días que se avecinaban. Ambos sabían que su amigo necesitaba de su apoyo.
Después de unas horas de espera agónica en el hospital, llegaron Rodrigo, María y Francisco, quienes estos últimos se apresuraron a entrar, ansiosos por saber el estado de Ainara.
Cuando escucharon el diagnóstico, el shock se apoderó de todos. María se llevó una mano a la boca, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras trataba de asimilar la gravedad de la situación. Francisco, con el rostro pálido, se tambaleó ligeramente, buscando apoyo en la pared cercana. Su expresión reflejaba una mezcla de dolor e incredulidad. Rodrigo, en cambio, permaneció impasible, con su rostro sin emoción, como si el impacto de la noticia no lograra atravesar su fachada fría.
Mauro, abrumado por la culpa y la desesperación, rompió en llanto. Las lágrimas caían libremente por su rostro mientras su madre, lo abrazaba con fuerza. Sentía que todo era su culpa, que de alguna manera había fallado en proteger a Ainara.
—Es mi culpa, mamá. Todo esto es mi culpa —dijo Mauro, con voz quebrada.
María, con lágrimas en los ojos, tomó el rostro de su hijo entre sus manos, obligándolo a mirarla a los ojos.
—No, no, no digas eso, Mauro. No es tu culpa. Has hecho todo lo que has podido para protegerla y rescatarla. Ahora debemos orar, como siempre hemos hecho, y tener fe en que ella despertará del coma. Debes estar agradecido de que la rescataste a tiempo —dijo María, con voz firme, pero llena de amor.
Mauro asintió lentamente, tratando de encontrar consuelo en las palabras de su madre. Francisco, aún conmocionado, se acercó y colocó una mano en el hombro de Mauro, ofreciéndole su apoyo silencioso. Rodrigo, aunque sin mostrar emoción, permaneció cerca, observando la escena con una mirada indescifrable.
En medio del dolor y la desesperación, la familia se unió en un abrazo, buscando consuelo y fuerza en su amor mutuo. Sabían que los días siguientes serían difíciles, pero estaban decididos a mantenerse juntos, no iban a permitir que nada los aleje.
La esperanza, aunque frágil, seguía viva en sus corazones. Mientras se preparaban para enfrentar el difícil camino que tenían por delante, la familia se aferraba a la fe y al amor que los unía, con la esperanza de que Ainara despertara y regresara a ellos.
Los días pasaron y Mauro permaneció al lado de Ainara, sin dejarla sola ni un momento. A pesar de todo, la habitación con paredes de un color blanco suave transmitía una sensación de calma. Las cortinas azules claro permitían que la luz del sol se filtrara suavemente, creando un ambiente tranquilo.
A un lado de la cama, un monitor emitía un sonido rítmico, registrando cada latido del corazón de Ainara, mientras una serie de tubos y cables se extendían desde su cuerpo hacia varios dispositivos médicos.
Mauro se sentaba todos los días en una silla al lado de la cama, sosteniendo la mano de Ainara con ternura. Cada día le hablaba con voz suave, tratando de transmitirle su amor y su presencia para que ella no se sintiera sola. Sus palabras eran una mezcla de recuerdos, promesas de un futuro juntos y expresiones de amor incondicional.
—Ainara, sé que puedes escucharme. Estoy aquí contigo, cada segundo. Te amo más de lo que puedo expresar con palabras. Eres mi fuerza y mi esperanza, y no voy a rendirme, mi pimentón —decía Mauro, con voz suave y llena de emoción.
Le contaba anécdotas de su infancia, historias de sus aventuras juntos, y sus planes para el futuro. Le susurraba al oído, esperando que sus palabras llegaran a su corazón y le dieran fuerzas para luchar.
—Recuerdo la primera vez que te vi, Ainara. Fue como si el mundo se detuviera por un instante. Desde ese momento supe que eras especial, y cada día contigo ha sido un regalo. No puedo esperar a que despiertes para seguir construyendo nuestra vida juntos —murmuraba Mauro, con lágrimas en los ojos.
El personal del hospital, conmovido por la dedicación de Mauro, hacía todo lo posible para apoyar su vigilia. Le traían comida y bebida, y le permitían quedarse a todas horas, sabiendo que su amor y su presencia eran vitales para la chica que estaba en esa camilla.
Aunque el tiempo pasaba lentamente, Mauro se mantenía firme en su compromiso. Cada latido del monitor, cada respiración de Ainara, eran señales de esperanza a las que se aferraba con todas sus fuerzas. Sabía que su amor por Ainara era un faro en la oscuridad, guiándola de regreso a él.
Editado: 25.01.2025