Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

Enfrentamiento.

Mauro llegó al hospital y notó un alboroto en el pasillo. Al acercarse, vio a su madre, María, discutiendo acaloradamente con Estela. Junto a Estela estaban Santiago y unos hombres vestidos de negro, claramente guardaespaldas. La tensión en el aire era palpable.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Mauro, su voz resonando con autoridad.

Estela, al verlo, esbozó una sonrisa fría y calculadora.

—He venido a llevarme a mi hija. Ustedes son unos ingratos por no tomarse la delicadeza de informarme sobre el estado de Ainara. Ahora quiero hacerme cargo de ella —dijo Estela, con un tono de falsa preocupación.

Mauro soltó una carcajada sarcástica, su rostro reflejaba una arrogancia y desdén que no había mostrado antes.

—¿Hacerse cargo de ella? No me hagas reír, señora Estela. Todos sabemos que lo único que le importa es controlar su vida. No te tomaste la molestia de informarte porque sabías perfectamente lo que le habías hecho. Las investigaciones aún siguen, y estoy seguro de que encontrarán pruebas de tu implicación en el secuestro de Ainara —respondió Mauro, con una voz llena de desprecio.

Estela mantuvo su sonrisa, pero sus ojos destellaban con furia contenida. Santiago, a su lado, apretó los puños, pero no dijo nada. Los guardaespaldas permanecieron inmóviles, observando la escena con atención.

—No tienes derecho a hablarme así, no eres más que un niñato, Ainara es mi hija y tengo todo el derecho de llevármela —dijo Estela, tratando de mantener la compostura.

Mauro dio un paso adelante, su mirada fija en Estela.

—Ainara es lo que más amo en este mundo, y no permitiré que te acerques a ella. No después de todo lo que le has hecho. Si realmente te importara su bienestar, no estarías aquí tratando de llevártela por la fuerza —dijo Mauro, con voz firme.

María, viendo la determinación de su hijo, se acercó y colocó una mano en su hombro, brindándole su apoyo.

—Estela, Ainara está mejor aquí, rodeada de personas que realmente la aman y se preocupan por ella. No vamos a permitir que la alejes de nosotros —dijo María, con voz serena pero decidida.

La tensión en el pasillo era palpable, pero Mauro y su familia estaban decididos a proteger a Ainara de cualquier amenaza, incluso si esa amenaza venía de su propia madre. La batalla por el bienestar de Ainara continuaba, y Mauro estaba dispuesto a enfrentarse a cualquier obstáculo para asegurarse de que ella estuviera a salvo, por ella haría lo que fuera necesario.

Estela se rio como una loca; su risa resonaba en el pasillo del hospital. Luego, miró a Santiago, quien se acercó y sacó un documento. Con una sonrisa triunfante, lo mostró a todos los presentes.

—Tengo todo el derecho sobre Ainara porque es mi esposa. Nos la llevaremos, les guste o no —dijo Santiago, con voz firme.

Mauro se enfureció al ver el documento. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre Santiago, pero Estela intervino rápidamente. María también se apresuró a sujetar a su hijo, susurrándole que se calmara, no valía la pena gastar energías en personas como esas, ellos sabían la verdad y eso es lo más importante.

Estela se interpuso entre los dos hombres, desafiando a Mauro con una mirada de desprecio.

—No vengas con cuentos chinos, Mauro. Ainara decidió casarse con Santiago. No tengo nada que ver con el secuestro de ella, además su esposo se está encargando de quienes se la llevaron mientras ellos disfrutaban de su noche de bodas —dijo Estela, con voz desafiante.

Mauro apretó los puños, las ganas de golpear a esa mujer eran abrumadoras, pero sus principios le impedían hacerlo. María, consciente de la contención de su hijo, decidió tomar cartas en el asunto. Con determinación, agarró un mechón del cabello de Estela, arrastrándola y le dio una tremenda paliza.

Los guardaespaldas de Estela y Santiago intentaron intervenir, pero fueron rápidamente neutralizados por Francisco, Alan y el tío de este último. La escena se convirtió en un caos momentáneo, pero la familia de Ainara estaba decidida a protegerla a toda costa.

Finalmente, los guardias del hospital intervinieron, separando a las partes en conflicto. Estela, despeinada y con el rostro magullado, miró a Mauro con odio.

—Esto no ha terminado, Mauro. Vendré por mi hija —gritó con ira.

—Ainara, será mía, te lo aseguro —dijo Santiago mientras se sostenía el rostro, pues, había recibido otros golpes más de Mauro, y su voz era llena de veneno.

Mauro, con la respiración agitada, se mantuvo firme.

—Jamás permitiré que te acerques a ella, imbécil —respondió Mauro, con voz firme.

Después de que el alboroto cesó, Mauro se quedó de pie en el pasillo, respirando con dificultad. Su corazón latía con fuerza y su mente estaba llena de una mezcla de furia, frustración y preocupación. Sentía una rabia ardiente hacia Estela y Santiago, pero también una profunda desesperación por la situación de su pelirroja.

Mauro miró a su madre, con ojos llenos de preguntas y angustia.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué planes hicieron esas escorias? —preguntó, su voz era un susurro lleno de tensión.

María, con una expresión de calma y determinación, colocó una mano en el hombro de su hijo.

—No te preocupes, Mauro. Sea lo que sea, ese documento no tiene validez. Ainara está aquí, con nosotros, y no vamos a permitir que se la lleven, aunque vengan con el mismísimo presidente del país —dijo María, con voz firme.

Francisco, que había estado observando esa escena con preocupación, se acercó y asintió en señal de apoyo.

—Tu mamá tiene razón. No importa lo que intenten, nosotros estaremos aquí para proteger a Ainara. Ese documento no tiene validez legal, y las investigaciones seguirán su curso —añadió Francisco, con voz serena.

Mauro asintió lentamente, tratando de calmarse. Sabía que su familia estaba a su lado y que juntos enfrentarían cualquier desafío. Aunque la situación era desesperante, la determinación de proteger a Ainara le daba la fuerza necesaria para seguir adelante.




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