Atracción fatal: un amor que desafía la muerte.

¿Donde esta Ainara?

Mauro estaba en la habitación del hospital con Ainara, como siempre, sujetando su mano con ternura. De repente, la puerta se abrió y apareció Rodrigo.

—¿Qué quieres? —preguntó Mauro, su voz estaba tensa.

Rodrigo, con una expresión aparentemente preocupada, respondió.

—Solo estoy preocupado por mi hijo, ¿acaso no puedo venir y velar por su bien? —dijo, con voz aparentemente sincera.

Mauro sonrió con ironía, sin soltar la mano de Ainara.

—¿Preocupado? —repitió Mauro, su tono lleno de sarcasmo.

Rodrigo ignoró el tono de su hijo y continuó.

—¿Cómo sigue Ainara? —preguntó, con voz calma.

La paciencia de Mauro se agotó al escuchar la hipocresía en la voz de su padre.

—Vete o dime a qué has venido realmente —dijo Mauro, con voz firme.

Rodrigo sonrió, su expresión era fría y calculadora.

—Recuerda el trato, Mauro —dijo. Su voz era un susurro peligroso.

Mauro se levantó de la silla, su rostro reflejaba una mezcla de furia y arrogancia.

—¿Qué trato? Porque, hasta donde yo recuerdo, no aportaste ni el 10% o, mejor dicho, no llegaste ni al 1% de información sobre el paradero de Ainara y mucho menos pruebas de que Estela esté involucrada —respondió Mauro, con voz desafiante.

Rodrigo mantuvo su sonrisa, su mirada era imperturbable. Mauro se quedó de pie, decidido a no dejarse intimidar, no le tenía miedo. El hombre miró a Mauro con frialdad, dejando claro que el bienestar de Ainara no le importaba en absoluto.

—Habíamos quedado en que te casaras con Liliana. Yo también hice mi parte. Así que es hora de cumplir con tu parte del trato, querido hijo —dijo Rodrigo. Su voz era un susurro amenazante.

Mauro apretó los dientes, su mirada era de pura determinación.

—No voy a casarme con esa mujer sin cerebro —respondió Mauro, con voz firme—. Además de nada, me sirve acciones sin resultados y las tuyas están bajo cero.

Rodrigo soltó una sonrisa despectiva, dándose cuenta de que no obtendría nada de esta conversación. Se dio la vuelta para salir, pero la voz de Mauro lo detuvo en seco.

—Si realmente estás tan preocupado por tu hijo —dijo Mauro, su voz llena de sarcasmo—, entonces ayúdame con los guardaespaldas y consigue pruebas de que Estela está involucrada en el secuestro de Ainara. Solo así podría considerar el trato nuevamente.

Rodrigo se detuvo, su sonrisa se desvaneció por un momento. Sin decir una palabra, salió de la habitación, dejando a Mauro con una mezcla de rabia y determinación.

Mauro sabía que no podía confiar en su padre, pero también entendía que cualquier ayuda, por mínima que fuera, podía ser crucial para proteger a Ainara y llevar a los responsables ante la justicia. Con esta nueva estrategia en mente, se preparó para seguir luchando por el bienestar de la mujer que amaba con todo su ser.

Mientras tanto, Mauro se quedaba en la habitación. Rodrigo, al salir del hospital, se encontró con María, que iba entrando. Al verlo, la sangre de la mujer hirvió de indignación. Sin pensarlo dos veces, lo enfrentó.

—¿Qué haces aquí? —preguntó María, su voz era un susurro lleno de ira contenida.

Rodrigo, con una expresión de falsa preocupación, respondió como siempre está acostumbrado a hacer.

—María, María, recuerda que Mauro también es mi hijo —dijo, tratando de sonar convincente.

María lo miró con una mezcla de ira y desprecio.

—A estas alturas, Mauro no necesita de tus migajas. No te molestes en venir, porque tu presencia es un estorbo, como un cabello en plena ciudad —dijo María, con una sonrisa irónica.

Rodrigo, sin inmutarse, simplemente sonrió y siguió su camino, sabiendo que no obtendría nada más de esa confrontación. María, por su parte, se dirigió a la habitación de Ainara, decidida a apoyar a su hijo y a su nuera en todo lo que fuera necesario.

—Imbécil —susurró la mujer mientras caminaba por los pasillos.

Pasaron algunos días, y Mauro seguía en la habitación con Ainara, lleno de esperanza y felicidad. El día anterior, el médico le había dado buenas noticias: la inflamación en el cerebro de Ainara había bajado, y ahora solo era cuestión de esperar a que despertara. Esa noche, mientras terminaba de cenar, una enfermera entró en la habitación y le entregó otra porción de comida.

Mauro se sorprendió, ya que acababa de comer, pero no vio nada malo en ello. Como prácticamente vivía en el hospital, algunas enfermeras tenían la costumbre de llevarle algo de comida para asegurarse de que se alimentara bien. La enfermera, al ver la expresión de Mauro, decidió hablar.

—He escuchado lo afortunada que es la joven de tener a alguien que la ama y la cuida todo el tiempo. Por eso me tomé el atrevimiento de traerle algo de comida a usted también. Trabajo en el piso de arriba, en otra área del hospital —dijo la enfermera, con una sonrisa amable.

Mauro agradeció el gesto y aceptó la comida. La enfermera se fue, dejando a Mauro con una nueva porción de comida. Después de algunas horas, cuando Mauro sintió hambre de nuevo, decidió comer lo que ella le había traído. Saciado, se recostó en la silla junto a Ainara y, poco a poco, cayó en un sueño profundo.

La tranquilidad de la habitación solo era interrumpida por el suave murmullo de los monitores y el ritmo constante de la respiración de Ainara. Mauro. Pero en horas de la madrugada, el joven despertó con una sensación de pesadez en la cabeza, sus pensamientos eran un torbellino desorientado. Parpadeó varias veces, intentando enfocar sus ojos en el entorno familiar de la habitación del hospital. Pero algo no estaba bien.

La cama donde Ainara había estado siempre a su lado estaba vacía. El espacio que había ocupado ahora parecía un abismo de vacío. El corazón de Mauro se aceleró, golpeando contra su pecho con una fuerza casi dolorosa. La habitación, normalmente un refugio de esperanza, se convirtió en un escenario de terror. Un sudor frío le recorrió la espalda y el miedo le oprimió el pecho, dejándolo sin aliento. ¿Dónde estaba Ainara? La desesperación creció dentro de él, amenazando con desbordarse mientras sus ojos buscaban frenéticamente alguna señal de su esposa.




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