Ainara estaba en una habitación del hospital donde se encontraba, mirando por la ventana con una expresión vacía. Ya habían pasado algunos meses desde que la sacaron del otro hospital donde estaba al cuidado de Mauro. Ahora, después de despertar del coma, se encontraba en un lugar desconocido, sin recuerdos de su pasado más reciente.
La puerta se abrió y Santiago entró con una sonrisa.
—Hoy te dan de alta, Ainara. Por fin podrás irte a casa —dijo, con una voz que pretendía ser cálida.
Ainara solo asintió, sin mostrar emoción alguna. No recordaba mucho y no le quedaba más opción que irse con Santiago. La primera persona que había visto al despertar era él, quien le aseguró que era su esposo, incluso mostrándole un acta de matrimonio y unas que otras fotos.
Mientras se preparaban para salir, Santiago intentó acercarse a Ainara, pero ella se apartó bruscamente. No quería que la tocara, a pesar de que él insistía en que eran esposos.
—Ainara, somos esposos. No tienes por qué comportarte así, ¡por Dios! Ni siquiera dejas que te toque la mano —dijo Santiago, tratando de sonar comprensivo.
Ainara lo miró con frialdad, su voz era un susurro antipático.
—No me toques, ¿te faltan neuronas para entenderlo? —respondió, con una mirada que reflejaba desconfianza y rechazo.
Santiago suspiró, frustrado por la actitud de Ainara, pero decidió no insistir más. Sabía que tendría que ganarse su confianza poco a poco. Ainara, por su parte, se sentía atrapada en una situación que no comprendía, con una persona que no recordaba como su amor y que le resultaba completamente ajena.
El viaje fue en total silencio, Santiago de vez en cuando la miraba de reojo, pero ella siempre mantuvo su vista en la ventana. Cuando llegaron a la casa, Santiago abrió la puerta y la invitó a entrar.
—Bienvenida, mi amor. Esta es nuestra casa, Ainara. Tú misma la escogiste, ¿lo recuerdas? —dijo, con una sonrisa.
Ainara miró alrededor, intentando encontrar algún rastro de familiaridad, pero todo le resultaba demasiado extraño. Caminó por las habitaciones, explorando cada rincón con cautela. Santiago la seguía de cerca, intentando mantener una conversación amistosa.
—¿Recuerdas este lugar? Aquí es donde solíamos pasar tiempo juntos, viendo películas y hablando de nuestros sueños —dijo Santiago, tratando de evocar algún recuerdo en Ainara, como si en verdad eso hubiera sucedido.
Ainara se volvió hacia él, sus ojos eran fríos y distantes.
—No recuerdo nada de eso —dijo, con voz firme y cruzando sus brazos —. Todo esto me resulta desconocido, incluso la casa no es de mi gusto, ¿cómo podría haberla escogido?
Santiago intentó ocultar su frustración, pero Ainara podía sentir la tensión en el aire. Sabía que algo no estaba bien, pero sin sus recuerdos, se sentía perdida y vulnerable.
—Está bien, Ainara. Tomará tiempo, pero estoy aquí para ayudarte a recordar y a sentirte como en casa, porque esta es nuestra casa —dijo Santiago, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Ainara asintió lentamente, consciente de que su situación era complicada. Aunque no confiaba en Santiago, sabía que debía ser cautelosa y encontrar la manera de recuperar sus recuerdos y entender qué había sucedido realmente. Mientras tanto, mantenía su distancia y se preparaba para enfrentar cualquier cosa que viniera.
La sensación de desconfianza y rechazo hacia Santiago era algo que no podía ignorar, y estaba decidida a seguir sus instintos mientras intentaba reconstruir su vida y recuperar sus recuerdos. La lucha por su identidad y libertad apenas comenzaba.
—Una casa que no es mía.
Santiago, tratando de mantener la calma, le pidió a Ainara que hiciera un esfuerzo por llevarse bien con él.
—Ainara, por favor, intenta llevarte bien conmigo. Quiero que estemos bien, antes del accidente nos amamos mucho, yo te amo y no quiero pelear contigo las 24 horas ni todos los días, por favor —dijo Santiago, con una sonrisa forzada.
Ainara solo asintió, sin mostrar emoción alguna. Y mientras salía de la habitación donde estaba, miró al piso superior para preguntar.
—¿Cuál es mi habitación? —preguntó Ainara, con frialdad.
Santiago la llevó a la habitación principal y señaló la puerta.
—Esta es la habitación de nosotros, mi amor —dijo, con una sonrisa esperanzada.
Ainara sintió una oleada de furia al escuchar esas palabras. No podía soportar la idea de compartir una habitación con Santiago, alguien que le resultaba completamente desconocido y en quien no confiaba.
—No dormiré contigo —arremetió Ainara, su voz era un grito de rechazo y frustración—. No soporto la idea de que me toques y ¿pretendes que durmamos en la misma cama?
Santiago intentó insistir, pero al ver la determinación y la furia en los ojos de Ainara, comprendió que no sería una buena idea presionarla. Suspiró y decidió ceder por el momento una vez más.
—Está bien, Ainara. Me iré a dormir a otra habitación —dijo, con voz resignada.
Ainara observó cómo Santiago salía de la habitación, sintiéndose un poco más tranquila, pero aún llena de desconfianza. La casa, aunque supuestamente elegida por ella, le resultaba extraña y ajena como todo lo que la rodeaba, incluyendo a ese hombre.
Ainara se duchó en el lujoso baño del dormitorio, sintiendo el agua caliente, relajando sus músculos tensos, algo que necesitaba. Después de un rato, Santiago tocó la puerta.
—Ainara, la cena está lista —dijo Santiago, con voz amable.
—Ok.
Ainara bajó las escaleras y se encontró con un banquete extendido en la mesa del comedor. Había una variedad de platos que parecían preparados por un chef profesional. Ainara frunció el ceño, sorprendida por la cantidad de comida.
—¿Por qué tanta comida? Solo somos nosotros dos —preguntó Ainara, con tono inquisitivo.
Santiago sonrió y le explicó.
—Es para que puedas escoger lo que quieres comer. Quiero que te sientas cómoda y tengas opciones —respondió Santiago.
Editado: 24.02.2025