Ainara estaba terminando su desayuno, sintiendo que cada día en esa casa la desgastaba más. No soportaba más la presencia de Santiago y estaba decidida a encontrar una manera de salir de allí. No tenía ninguna discapacidad que le impidiera librarse de ese lugar; su único defecto era que no recordaba una parte de su vida.
Pero estaba segura de que, si salía de esas cuatro paredes, eventualmente recuperaría esos recuerdos, por lo que decidió lanzar su última carta.
—Santiago, he estado sacando cuentas, tomando en cuenta mi edad. Recuerdo vagamente haberme graduado de bachiller, así que supongo que debo estar estudiando una carrera universitaria. Nunca fui una niña floja, por lo que siendo adulta dudo que lo sea y, además, siempre fui la mejor estudiante —dijo Ainara, con una mirada desafiante.
Santiago se quedó paralizado por un momento, su rostro reflejaba la lucha interna que estaba teniendo. Sabía que se encontraba en un callejón sin salida.
—Sí, es cierto —dijo Santiago, finalmente—. Estabas estudiando derecho…
—Estoy, sería la expresión correcta, ya que en ningún momento he dejado mis estudios por voluntad propia —interrumpió la joven, a lo que el hombre solamente asintió y continuó.
—Sí, tienes razón, estás estudiando derecho. Pero obviamente, el segundo semestre no lo lograste terminar, por lo que pasó del accidente y lo de tu pérdida de memoria.
Ainara lo observó atentamente, notando el nerviosismo en sus ojos. Sabía que había dado en el blanco.
—Entonces, ¿puedo volver a la universidad? —preguntó Ainara, con un tono que no dejaba espacio para la negativa—. Necesito retomar mis estudios. No puedo quedarme aquí sin hacer nada, no soy persona de ser holgazán, ni es mi estilo.
Santiago, sintiéndose acorralado, asintió lentamente.
—Claro, Ainara. Podemos hacer los arreglos necesarios para que vuelvas a la universidad. Solo… solo dame algo de tiempo para organizar todo —dijo, tratando de sonar convincente.
Ainara asintió, sabiendo que había conseguido dar un paso adelante. Sentía que salir de esa casa era esencial para recuperar su libertad y, con suerte, sus recuerdos.
Ella, con una sonrisa, terminó su desayuno mientras las mujeres de servicio recogían todo de la mesa. Se levantó y se dirigió a su habitación, donde comenzó a empacar algo de ropa en una maleta. Estaba decidida a salir de esa casa ese mismo día y encontrar respuestas por sí misma.
Santiago subió las escaleras y, al pasar por la habitación, se detuvo al ver lo que Ainara estaba haciendo. Su corazón se hundió al darse cuenta de que la mujer que amaba se le estaba escapando de las manos. Había intentado con todas sus fuerzas ganarse su amor, pero no había sido capaz de lograrlo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Santiago, con voz temblorosa.
Ainara, con la barbilla en alto, un brillo en sus ojos y una mirada decidida, se giró hacia él.
—Me voy a casa de mi padre, ¿qué esperabas? ¿Qué me quedé esperando por ti, para que me digas qué pasa con la ausencia de mi papá? No, Santiago, soy una mujer que resuelve sus cosas por sus propios medios —respondió. Su tono era firme e inquebrantable.
Santiago sintió una oleada de pánico y desesperación. No podía soportar la idea de perderla.
—No, Ainara. No puedes irte. No es seguro. Debes quedarte aquí conmigo —dijo Santiago, con voz suplicante.
Ainara lo miró con desafío en sus ojos.
—No puedes encerrarme aquí, Santiago. Si de veras me amas, debes respetar el espacio que necesito. Y ese espacio es irme a vivir a casa de mi padre, junto a mi madrastra y mi hermanastro Mauro —dijo Ainara, con determinación.
Santiago se quedó inmóvil, sintiendo que el control se le escapaba por completo. La mención de Mauro una vez más solo intensificó su temor y celos, sobre todo que aún resonaba en su mente la frase «querido hermanastro». Pero él sabía que no podía seguir reteniéndola sin que ella comenzara a odiarlo aún más.
—Está bien, Ainara. No quiero perderte. Si eso es lo que necesitas, te ayudaré a ir a casa de tu padre —dijo Santiago, con voz resignada, pero llena de dolor e impotencia.
Ainara asintió, sintiendo una pequeña victoria. Sabía que era solo el comienzo de su lucha por recuperar su libertad y sus recuerdos, pero este era un paso crucial. Estaba decidida a enfrentar lo que fuera necesario para entender su pasado y reconstruir su vida.
—Gracias por entender, Santiago. Estoy segura de que mi padre estará feliz de verme, al igual que verte a ti —dijo Ainara, con un tono conciliador.
Santiago no dijo nada, pero cuando estaba a punto de salir de la habitación, se detuvo y se giró hacia Ainara, decidido a decir una mentira más, aunque con una parte de verdad.
—Ainara, hay algo que necesitas saber —dijo, con voz afligida—. La verdad es que Francisco no me quiere, no sé por qué, pero no soy su amado yerno. Desde que éramos novios siempre mostró esa actitud hacia mí. Por eso, cuando nos casamos, él no asistió a nuestra boda. Esa es la razón por la que no te ha visitado.
Santiago fingió estar profundamente afligido, intentando ganar la simpatía de Ainara.
—Perdóname, Ainara, por haberte separado de tu padre. No era mi intención causarte dolor, sé que es mi culpa el hecho de que él se alejara de ti, mi amor —dijo, con voz temblorosa, tratando de parecer sincero.
Ainara lo observó detenidamente, tratando de discernir la verdad en sus palabras. Aunque parte de lo que decía podía ser cierto, no podía evitar sentir que Santiago estaba ocultando algo más profundo. La mentira mezclada con la verdad solo aumentaba su desconfianza.
—Agradezco que me lo hayas dicho, Santiago. Pero necesito tomar mis propias decisiones y encontrar mis propias respuestas, así como ver a mi papá, hablar y pasar tiempo con él —respondió Ainara, con firmeza.
Santiago asintió, sintiendo que perdía el control de la situación, pero sabiendo que no podía retenerla más sin arriesgarse a perderla por completo. Con una última mirada llena de preocupación y resignación, salió de la habitación, dejando a Ainara para que termine de empacar.
Editado: 25.01.2025