Ese día, nadie fue a trabajar. La alegría en la casa era palpable; Francisco y Mauro no podían ocultar su felicidad por tener a Ainara de vuelta. Después de darse una ducha y tomarse una taza de chocolate caliente que María le había preparado, Ainara se acostó a dormir. Estaba tan agotada que pronto cayó en un sueño profundo.
Mauro, incapaz de resistir la tentación de verla dormir, entró sigilosamente al cuarto. Se sentó en el borde de la cama, admirando la belleza de su amada esposa. Acarició su cabello rojizo, su rostro, y sus labios, sintiendo una mezcla de amor y nostalgia.
Cuando Mauro decidió volver a esa casa, no podía dormir bien en su propia habitación. La tomó porque estar en la de Ainara calmaba su corazón de alguna manera. Ahora no se arrepentía de haberlo hecho, pues eso le ayudaría en su plan para volver a enamorarla.
Con cuidado, Mauro se acostó a su lado y la abrazó. Sabía que si Ainara estuviera despierta, no lo dejaría hacerlo, pero como sabía que ella dormía más que una momia, estaba seguro de que no lo sentiría. Sin embargo, en sus sueños, Ainara comenzó a sentir una cálida sensación de seguridad y un abrazo tan reconfortante que no quería soltar.
Ambos durmieron abrazados, como lo hacían antes de que toda esta pesadilla llegara a sus vidas. A pesar de las circunstancias, ese momento de paz les brindaba un respiro en medio de la tormenta.
Mientras los esposos disfrutaban de una siesta, María decidió preparar una torta. La casa estaba llena de amor y esperanza, y cada pequeño gesto reflejaba la fortaleza y unidad de la familia.
Ainara despertó al mediodía, sintiéndose más descansada de lo que había estado en días. Bajó a la cocina y vio a María sirviendo el almuerzo mientras Mauro la ayudaba. Cuando ambos notaron su presencia, sonrieron cálidamente.
—¿Has descansado bien, querida? —preguntó María, con una mirada preocupada.
—Sí, tenía noches sin poder dormir bien —respondió Ainara, mientras tomaba asiento.
María se preocupó al escuchar esto y, al ver la expresión de su hijo, decidió indagar más.
—¿Por qué no podías dormir bien? —preguntó, con suavidad—. ¿Acaso…?
Ainara se dio cuenta de lo que había dicho y aclaró rápidamente:
—María, es que desde que desperté, no le he tenido confianza a Santiago. Eso ha hecho que no pueda dormir con tranquilidad. Aunque él aseguró que éramos esposos, no le permití que durmiera en la misma habitación, así que bueno, ya sabes, dormía con un ojo abierto y otro cerrado, aunque la puerta siempre tenía seguro.
Mauro, al escuchar esta revelación, sintió una oleada de felicidad mayor de la que ya experimentaba. Saber que Ainara no había confiado en Santiago y que no había compartido su habitación con él, le daba esperanza y fuerzas para seguir luchando por ella.
María asintió, comprendiendo mejor la situación.
—Me alegra que estés aquí con nosotros, Ainara. Vamos a apoyarte en todo lo que necesites —dijo María, con una sonrisa reconfortante—. E hiciste bien cariño, no siempre se debe confiar en todas las personas.
Mauro no pudo evitar mirarla con una mezcla de admiración y amor. Sabía que aún tenían un largo camino por delante, pero con cada paso, Ainara se acercaría más a la verdad.
Mauro, con una sonrisa, le preguntó a Ainara:
—¿Tienes hambre? Te has levantado justo para el almuerzo.
Ainara asintió y, con ironía, respondió:
—Sí, no sabía que tenías dones de chef, querido hermanastro.
Mauro le devolvió la ironía con una sonrisa juguetona, a pesar de no gustarle cómo lo llamó.
—Bueno, soy un hombre de muchos talentos —dijo, con sarcasmo y se acercó a ella—. Cuando gustes, te los puedo enseñar toditos.
Ainara hizo una mala cara.
—Vasié, qué echón eres, Mauro, y aléjate que invades mi espacio.
En ese momento, Francisco entró a la cocina y Ainara aprovechó para preguntar, ya que veía a todos ahí como si fuera un fin de semana.
—¿Es que nadie fue a trabajar hoy?
Luego, se volvió hacia Mauro, el cual no se movió ni un centímetro y le preguntó:
—¿Y tú? ¿No estudias? ¿Eres un flojo como una foca?
Los mayores intercambiaron miradas cómplices antes de responder.
—Decidimos tomarnos el día para pasarlo contigo, Ainara —dijo Francisco, con una sonrisa cálida.
Mauro, sin perder la oportunidad de responder con su habitual sarcasmo, añadió:
—Las clases aún no empiezan en la universidad, bebé. Estamos en época de vacaciones y no soy ningún flojo.
Ainara sonrió, sintiendo el amor y la dedicación de su familia. Aunque había muchas preguntas y desafíos por delante, saber que su familia estaba dispuesta a apoyarla en todo momento le daba una sensación de seguridad y esperanza.
María terminó de servir el almuerzo y, una vez que todos estuvieron sentados a la mesa, Francisco habló.
—Familia, haré una oración para agradecer por la comida de este día y sobre todo por la llegada de nuestra niña hermosa que ha regresado a casa.
Todos asistieron y bajaron sus cabezas para escuchar la oración; al terminar, dijeron amén. Después de la oración, todos comenzaron a comer. Ainara se deleitaba con cada bocado; la comida estaba verdaderamente sabrosa. Mientras disfrutaba de la carne mechada del pabellón, María aprovechó para comentar.
—¿Sabías que Mauro me ayudó a preparar la carne?
Ainara, quien estaba saboreando una porción, pensó para sí misma que la carne realmente estaba deliciosa y tenía una excelente sazón. Sin embargo, decidió no decirlo en voz alta, no quería que el ego de Mauro se elevara por las nubes. En lugar de eso, sonrió ligeramente y continuó comiendo.
Mauro, observando a Ainara de reojo, sonrió satisfecho. Sabía que ella estaba disfrutando de la comida, y eso le daba una pequeña victoria en su misión de reconquistarla.
Después de terminar de comer, Mauro se ofreció a lavar los corotos. Ainara, nuevamente confundida, no recordaba a Mauro tan servicial.
Editado: 25.01.2025